A
Venezuela, que es un eslabón principalísimo del corredor energético mundial, se
le está haciendo una guerra; pero en Venezuela no hay guerra. Venezuela
es un escenario de lucha entre la construcción de la paz y la guerra.
Ana Esther Ceceña / ALAI
Las guerras
del Siglo XXI tienen la particularidad de parecerse a las movilizaciones por
derechos ciudadanos. La larga experiencia del Pentágono en intervenciones
y políticas de disciplinamiento en todos los continentes y en todo tipo de
situaciones, ha llevado a concebir las guerras de maneras muy distintas a las
empleadas, con mayor o menor éxito, en épocas pasadas (tan cercanas como las
del último Siglo XX). Las catástrofes climáticas o humanitarias son hoy
uno de los denominados riesgos o amenazas a la seguridad que
permiten la movilización de tropas y su intervención en territorios
extranacionales, tal como ocurrió en Haití con el terremoto de 2010 y donde el
Comando Sur de Estados Unidos que había ocupado la plaza, cuando decidió
retirarse, dejó instalada la Misión de Naciones Unidas (MINUSTAH). La intervención
humanitaria produjo una ocupación militar que después de siete años deja
un lamentable saldo de violaciones de derechos humanos y conculcación del
derecho a la autodeterminación del pueblo haitiano.
Pero quizá
lo más novedoso de las intervenciones de este siglo es su carácter reptante.
Avanzan a ras del suelo de manera silenciosa, colándose entre la gente,
comiéndose los tejidos comunitarios y sembrando miedo, confusión e
incertidumbre. El estallido viene después. Primero se carcomen las
bases de los vínculos sociales, los que hacen a “la gente” ser “pueblo” con un
sentido sujético explícito, así como las bases del entendimiento colectivo o
sentido común, a través de un cuidadoso trabajo de socavamiento simbólico,
bombardeado desde los medios masivos de transmisión de datos e imágenes.
Esto viene
pasando desde hace rato y ya no suena novedoso, a pesar de que propiamente es
un modo de hacer la guerra que sólo se sistematizó en el siglo XXI, combinado
con la estrategia de espectro completo (abarcar todas las dimensiones de la
organización social y de la geografía) y con la idea de aplicar todos los
mecanismos simultáneamente y sin reposo.
Esta
modalidad de dominar, o de hacer la guerra, tiene como inspiración el estudio
del comportamiento de los sistemas complejos, que se han constituido de manera
natural, y más particularmente el de las abejas. La asimilación del
comportamiento de las abejas deriva en una estrategia de ataque al modo de un enjambre:
todos al mismo tiempo pero de diferentes maneras y desde direcciones distintas.
Gran parte de la fuerza del ataque proviene de la confusión que se genera
pues el atacado no identifica tan fácilmente de dónde viene la ofensiva, y
tampoco tiene reposo como para observar o pensar con cuidado cómo defenderse de
ella. Más que un enjambre lo que se despliega es una red o un conjunto de
enjambres: atacan el abasto, la capacidad de compra, la movilidad, los
servicios básicos, la tranquilidad en el barrio, la organización comunal, los
sentidos comunes, y todo en una modalidad similar a la que se desata cuando
alguien patea un panal de abejas. Según David Faqqard, oficial de la
Fuerza Aérea de Estados Unidos, “implica un ataque convergente por muchas
unidades”. Es un modo de hacer una guerra que no parece tal, pero que
cuando ya está es absolutamente abrumadora.
Métodos
como estos, con sus particularidades y escalas, han sido usados en Libia y
Siria. Siempre aprovechando y atizando las contradicciones ya existentes
y llevándolas a un nivel de confrontación absoluta, que propicia la
introducción de fuerzas adicionales (fuerzas especiales de mercenarios), de
operaciones encubiertas o incluso de bombardeos del exterior, que no sólo
elevan la tensión sino que garantizan el acaparamiento de los lugares
estratégicos (pozos petroleros, puertos, pasos o rutas). Generalmente
estas intervenciones se combinan también con algunos ataques estrepitosos y
fragilizadores, como incendios de infraestructura básica o de hospitales
(maternidades, como en Venezuela), para además crear sensación de indefensión.
Crear
“situaciones de guerra” (Ceceña, ALAI 495 y 500) como éstas es altamente
rentable. En general, como los ataques son súbitos y contundentes (y
relativamente inesperados), permiten el apoderamiento de los recursos o
territorios valiosos que regularmente se siguen explotando en beneficio del
atacante. Adicionalmente, en esta situación, hay una constante y
creciente necesidad de armas y otros bienes, entre los que se cuentan alimentos
básicos o medicamentos, y que tienen que ser adquiridos en el exterior por el
socavamiento de condiciones de producción interna, en caso que hubieran
existido. Es un buen negocio por todos los ángulos.
La venta de
armas no es un asunto menor. Sólo Arabia Saudita ha adquirido 110,000
millones de dólares en armas para consolidarse como eje de la llamada OTAN
árabe y el nuevo equipo gobernante de Estados Unidos ha multiplicado sus
presiones en diversos foros para inducir la compra de armamento que proviene de
sus fábricas, o las de Israel.
La guerra
es el modo más rentable de disputar territorios, riquezas, rutas, ganancias y
espacios de poder, y es un modo altamente eficiente de imponer disciplinas.
Entre la
paz y la guerra
Por eso
nadie se sorprende si escucha decir que Venezuela es la Siria de América, pero
esa es una afirmación temeraria. En Siria hay una guerra propiamente dicha,
con armas, bombas, desplazados, asesinados, disputa de territorios y todos los
derivados de una situación de confrontación armada abierta con múltiples
frentes y una enorme complejidad que deviene del hecho de que Siria es el
epicentro de un conflicto bélico que involucra una zona muy amplia que abarca
la región del Medio Oriente y una parte de Europa y del norte de África.
Aún más, la guerra en Siria es una manifestación de la disputa entre
Estados Unidos, la coalición potencial o velada entre Rusia, Irán y China, y
quizás una Europa en proceso de reconstitución, con el involucramiento
diferenciado de casi todos los estados de los alrededores, configurando un
escenario de potencial guerra mundial.
A
Venezuela, que es un eslabón principalísimo del corredor energético mundial, se
le está haciendo una guerra; pero en Venezuela no hay guerra. Venezuela
es un escenario de lucha entre la construcción de la paz y la guerra.
Tres elementos muy importantes han permitido detener la guerra:
1) el
proceso venezolano está siendo defendido en las calles y los barrios por el
pueblo organizado; la revolución bolivariana es del pueblo;
2) el
proceso de construcción de la llamada unidad cívico-militar ha llevado a una
imbricación que compromete a ambas partes con una defensa diferenciada pero
compartida de lo que queda bajo el rubro de la revolución bolivariana, y que en
este caso es entre otros la defensa de la vida;
3) mientras
más se tensa el conflicto venezolano y más se destaca como objetivo a derrotar
al presidente Maduro, más parece estarse creando un gobierno colectivo que
sostiene pero diluye la figura presidencial y otorga mayor solidez a la
representación del estado.
Estos tres
elementos jugando juntos han generado la posibilidad de enfrentar la guerra sin
hacer la guerra; de enfrentar la violencia con organización comunitaria; de
inventar en la práctica cotidiana milicias de paz. El proceso, sin duda,
se ha desgastado. Pero también indudablemente se ha fortalecido y se ha
radicalizado. Mantener una prolongada situación de asedio y violencia sin
usar las armas ni para defensa personal es un signo de altísima conciencia y
responsabilidad tanto de los cuerpos de seguridad del estado como de los
civiles en pie de lucha. Venezuela es hoy el umbral y a la vez el dique
de la extensión de las guerras de otros continentes hacia América y un punto de
definición estratégico del estallamiento, o no, de una tercera guerra mundial.
- Ana
Esther Ceceña es coordinadora del Observatorio
Latinoamericano de Geopolítica, Instituto de Investigaciones Económicas,
Universidad Nacional Autónoma de México. Integrante del Consejo de ALAI.
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