Lejos del proteccionismo, al insistir en renegociar el TLCAN y otros aspectos
del régimen comercial global, Estados Unidos funge para bajar las barreras
nacionales al comercio digital y de servicios que constituyen ahora la
vanguardia de la economía global, es decir, Estados Unidos promueve la nueva
generación de la globalización.
William Robinson / ALAI
La decisión del gobierno del Presidente Donald Trump de renegociar con
México el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha sido
interpretado por la mayoría de los comentaristas como la salva de arranque de
una nueva oleada de proteccionismo estadounidense. Pero el discurso
público de Trump no debe confundirse con la esencia del programa económico de
su gobierno y las probables políticas comerciales. Una explicación mejor
para la renegociación – la que podría arrancar tan temprano como a mediados de
agosto – reside en la transformación de la economía norteamericana y global en
los años posteriores a la puesta en vigencia en 1994 del TLCAN.
La región económica norteamericana forma parte de un sistema globalizado
de producción y finanzas. Aunque tuvieron motivación para hacerlo, las
elites políticas y económicas estadounidenses no podrían desenmarañar a Estados
Unidos (o a la región norteamericana) de la vasta red de cadenas de
subcontratación y “outsourcing” (externalización) que caracteriza la economía
global. Trump y los multimillonarios que conforman su gabinete son parte
de la clase capitalista transnacional. El imperio empresarial de la
familia de Trump se extiende sobre el mundo, incluyendo fábricas en México que
se aprovechan de la mano de obra barata para exportar a Estados Unidos gracias
a las disposiciones del TLCAN.
Trump atacó al TLCAN durante su campaña electoral como parte de su
estrategia de obtener una base social entre sectores de la clase obrera
estadounidense, desproporcionadamente blanca, quienes enfrentan una cada vez mayor
inseguridad y el deterioro de sus condiciones de vida como resultado de la
globalización capitalista. Ningún candidato puede aspirar a ser electo a
la presidencia sin presentar un mensaje populista. También fue obligada
Hillary Clinton a declararse durante la campaña en contra del Acuerdo de
Asociación Trans Pacífico (conocido por sus siglas en inglés como TPP) que
Trump echó a la borda una vez que tomó posesión, y al igual que Barack Obama
fustigó contra la globalización y sus efectos devastadores para los
trabajadores cuando él se postuló para la presidencia.
Pero más allá del discurso público, no hay nada populista en las
políticas que hasta la fecha el gobierno de Trump ha planteado. El
“Trumponomics” abarca la desregulación total, recortes del gasto social, el
desmantelamiento de lo que aún queda del Estado de bienestar social, las
privatizaciones, la reducción de los impuestos a las corporaciones y los
pudientes, y una expansión de los subsidios estatales al capital – en fin, el
neo-liberalismo en esteroides. La elite política estadounidense se ve muy
dividida y sumida en luchas internas, pero los empresarios e inversionistas
están en su mayor parte encantados con el programa neo-liberal de Trump, como
lo indica el fuerte aumento de la bolsa de valores en los meses posteriores a
su elección.
De la economía industrial a la economía digital
Cuando fue negociado el TLCAN a principios de los años 90, las compañías
más grandes en Estados Unidos eran las de automotriz, de electrodomésticos, y
de máquinas-herramientas, mientras la manufacturera aun impulsaba la economía
estadounidense. Al momento que el TLCAN entro en vigencia en 1994, la
Organización Mundial de Comercio (OMC) aun no existía, pocas personas
utilizaban el internet, y apenas las computadoras entraban en uso generalizado
pero aun no existía la economía digital. Las negociaciones del libre
comercio tuvieron en aquel entonces como objetivo principal el establecimiento
de un sistema globalizado de producción por medio del levantamiento de las
barreras nacionales al movimiento transfronterizo de los bienes. Este
objetivo fue logrado gracias al TLCAN, junto con la creación de la OMC en 1995,
y la subsiguiente aprobación, entre 1995 y 2016, de una cantidad extraordinaria
de 400 acuerdos comerciales internacionales, de acuerdo con los datos de la
OMC.
Pero desde que el TLCAN y la OMC entraron en vigencia la economía global
ha seguido su proceso de desarrollo y transformación. En particular, la
transnacionalización de los servicios y la emergencia de la llamada economía
digital y de datos – incluyendo las comunicaciones, la informática, la
tecnología de plataforma y digital, el comercio electrónico, los servicios
financieros, el trabajo profesional y técnico, y un sinfín de otros productos
no tangibles tales como la cinematografía y la música que requieren
protecciones de propiedad intelectual - se han colocado al centro de la
agenda capitalista global. De hecho, el crecimiento mundial del comercio
en servicios ha superado por mucho el de los bienes en el último cuarto de
siglo. Ya para 2017, los servicios representaban aproximadamente el 70
por ciento del producto mundial bruto.
Por un lado, Estados Unidos lidera el camino en el desarrollo de la
economía digital y les corresponde a los servicios la mayor cuota de
crecimiento de las exportaciones. Estados Unidos registró en 2016 un
déficit comercial de $750 mil millones de dólares con el resto del mundo en
cuanto a exportaciones de bienes, sin embargo registró ese año un superávit de
$250 mil millones en la venta de servicios. En 2016 Estados Unidos tuvo
un déficit comercial con México de $64 mil millones en concepto de
exportaciones e importaciones de bienes, pero registró un superávit de casi $7
mil millones en el comercio de servicios con ese país, de acuerdo con los datos
de la Oficina del Representante de Comercio de Estados Unidos.
Por el otro lado, México rápidamente realiza una transición hacia la
economía digital. El valor de los servicios de la informática en 2016
ascendió a $20 mil millones y se espera que se vayan incrementando año por año
en un 15 por ciento. Los empresarios mexicanos de la alta-tecnología se
vanaglorian del surgimiento de los valles de silicio en la Ciudad de México y
en Guadalajara, las dos ciudades más grandes del país.
El TLCAN no incluía disposiciones relacionadas con el comercio
digital. Además, no incluía estipulaciones en cuanto a las empresas
estatales y el sector energético mexicano, ni tampoco obligó a México a
reformar su código laboral o a abandonar una cantidad de prácticas
regulatorias. Aunque el gobierno mexicano del Presidente Enrique Peña
Nieto ha permitido la participación de las compañías energéticas extranjeras en
la exploración y la producción por primera vez desde que el país nacionalizó el
petróleo en 1938, el sector energético en su mayor parte aún sigue siendo
nacional y público. Y los sucesivos gobiernos neo-liberales en México no
han podido avanzar mucho en sus esfuerzos por reformar el código laboral y
levantar las regulaciones en cuanto a la contratación de los trabajadores con
el fin de flexibilizar a la mano de obra.
El representante estadunidense de comercio Robert Lighthizer, quien
representará a Estados Unidos en la renegociación del TLCAN, fue explícito en
declarar que el objetivo de la renegociación es “modernizar” y “actualizar” el
acuerdo. “El TLCAN fue negociado hace 25 años,” dijo, “y mientras han
cambiado considerablemente nuestra economía y nuestros negocios, el TLCAN no ha
cambiado.” En particular, dijo, el “comercio digital” apenas había
empezado cuando el TLCAN entró en efecto. Son necesarias nuevas
disposiciones relacionadas con el comercio digital y la propiedad intelectual,
afirmó. Lejos del proteccionismo, al insistir en renegociar el TLCAN y
otros aspectos del régimen comercial global, Estados Unidos funge para bajar
las barreras nacionales al comercio digital y de servicios que constituyen
ahora la vanguardia de la economía global, es decir, Estados Unidos promueve la
nueva generación de la globalización.
¿Porque la retórica nacionalista, populista, y proteccionista?
El intento de explicar las relaciones comerciales, económicas e
internacionales desde una perspectiva anticuada del estado-nación oscurece más
que aclara las dinámicas del nuevo capitalismo global. Si bien es cierto,
si apartamos el comercio de servicios, que Estados Unidos tiene un enorme
déficit comercial con México, al igual que con China y muchos otros países, el
hecho es que las exportaciones que van desde el territorio mexicano al
territorio estadounidense no son exportaciones “mexicanas.” Más bien son
exportaciones de centenares de corporaciones transnacionales de todas partes
del mundo que operan en territorio mexicano y que mueven sus productos por las
vastas redes de la economía global. Las exportaciones de bienes desde
México a Estados Unidos son exportaciones no de un estado-nación sino de estas
corporaciones transnacionales que cruzan numerosas fronteras en sus operaciones
globales. Las estadísticas comerciales nacionales esconden la esencia
transnacional de la nueva economía global, y con ello, las relaciones
transnacionales de clase detrás de muchas dinámicas políticas internacionales
contemporáneas.
¿Entonces, por qué Trump ha atacado a México mediante un discurso que es
nacionalista, populista, y proteccionista, para no mencionar profundamente
racista? Para contestar esta pregunta, hay que identificar una
contradicción fundamental en el capitalismo global: la globalización económica
se lleva a cabo dentro de un sistema de autoridad política basada en el
estado-nación. Esta contradicción genera un sinfín de dilemas para los
estados y para la elite transnacional. La legitimidad de los gobiernos
depende del crecimiento, la generación de empleos, y la prosperidad. Pero
en la época de la globalización los gobiernos dependen de atraer a sus
territorios nacionales la inversión corporativa transnacional, lo que a cambio
se logra con la provisión al capital de los incentivos relacionados con el
neo-liberalismo – la presión para abajo sobre los salarios, la desregulación,
la austeridad, etc. – que terminan agravando la desigualdad, el
empobrecimiento, y la inseguridad para las clases trabajadoras.
Para decirlo en términos académicos, los estado-naciones enfrentan una
contradicción entre su necesidad de promover la acumulación transnacional en
sus territorios y su necesidad de lograr la legitimidad política. Los
gobiernos alrededor del mundo han venido experimentando cada vez más agudas
crisis de legitimidad frente a las desigualdades sin precedente que produce la
globalización. Esta situación genera políticas desconcertantes y
aparentemente contradictorias.
El Trumpismo es una respuesta ultra-derechista a la crisis de legitimidad
que descansa sobre un mensaje populista y nacionalista dirigido en particular a
aquellos sectores de la clase obrera, desproporcionalmente blanca, que
enfrentan condiciones laborales y sociales cada vez más precarias. La
fanfarronería imperial y el discurso racista, basados en parte en despertar el
sentimiento anti-mexicano y anti-inmigrante, es una apelación a estos sectores
a que canalicen su temor e inseguridad hacia una conciencia racista de su
condición.
Por lo tanto, la agenda mexicana de Trump no puede verse separada del
recrudecimiento de la guerra contra los inmigrantes, en particular aquellos de
México y de Centroamérica. La criminalización de los inmigrantes, el
fuerte incremento de las redadas y las detenciones, y la retórica de “construir
el muro,” forman parte de una estrategia más amplia de desarticular la
organización política y la resistencia que se extienden entre las comunidades
inmigrantes en años recientes. No es de sorprenderse que la reciente
oleada de detenciones y deportaciones de inmigrantes de México y Centroamérica
han hecho blanco en particular a los dirigentes del movimiento pro derechos de
los indocumentados.
Pero la economía estadounidense y la clase capitalista transnacional
dependen de la súper-explotación de una fuerza labor en peonaje debido a la
falta de derechos ciudadanos. Los gobernantes norteamericanos han venido
explorando el reemplazamiento del sistema actual de súper-explotación de la
mano de obra inmigrante indocumentada por un masivo programa de “trabajadores
visados” que sería más eficaz para conjugar la súper-explotación con el
súper-control. Así, mientras ha disparado el número de detenciones y
deportaciones de trabajadores inmigrantes en California en años recientes, el
uso de “trabajadores visados” en la industria agropecuaria en ese estado, cuyo
valor asciende a $47 mil millones de dólares, incrementó en un 500 por ciento
entre 2011 y 2017.
Todo esto no quiere decir que el discurso populista, nacionalista, y
proteccionista de Trump puede ser descartado. Este discurso está
impregnado de un racismo atroz en tanto inspira una movilización neo-fascista
de los grupos de extrema derecha en la sociedad civil norteamericana y agrava
las tensiones internacionales. Pero nos conviene ver el Trumpismo como
una respuesta, ultra derechista y altamente contradictoria y inestable, a la
crisis del capitalismo global más que una política mordaz de proteccionismo y
de populismo.
- William I. Robinson es Profesor de Sociología, Universidad de
California-Santa Bárbara.
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