La condena de Moro
contra Lula se produce justo al día siguiente de que el Senado dio la media
sanción que faltaba a una ley de reforma laboral que liquida el poder de
negociación de los sindicatos, destruye los convenios colectivos, inventa una
figura de empleo intermitente y, a contramano del mundo, sube la cantidad de
horas de trabajo.
Martín Granovsky / Telesur
El expresidente de Brasil, Lula da Silva. |
El juez Sergio Moro no
solo condenó a Lula. Dejó al político más popular de la historia brasileña
cerca de la inhabilitación política a 15 meses de las elecciones
presidenciales. Ahora todas las miradas se posan en los camaristas de Porto
Alegre. Si mantienen la condena, Lula no podrá ser candidato en octubre de 2018
y Brasil tal vez continúe en manos de otro gobierno que represente la
constelación de poder: los bancos transnacionales, los grandes grupos
nacionales de la industria y las finanzas, los oligopolios mediáticos, una
parte decisiva del Poder Judicial y las aristocracias políticas estaduales con
representación parlamentaria.
Con su sentencia contra
Luiz Inácio Lula da Silva, Moro contestó el dilema que se planteaban los
dirigentes del Partido de los Trabajadores en los últimos meses. Unos decían:
“Si Lula sigue creciendo en popularidad será cada vez más difícil que un juez
lo condene, más todavía sin pruebas contra él”. Otros pensaban lo contrario:
“Incluso sin otras pruebas que simples palabras Moro lo condenará, y eso es
justamente porque Lula viene creciendo en las encuestas. Si el juez no falla
contra él, ¿qué sentido habrá tenido el golpe contra Dilma Rousseff dado por el
establishment brasileño?”. El segundo planteo demostró ser el más aproximado a
la realidad.
Tras un año de
impopularidad, la figura de Lula recuperó buena parte de su imagen positiva. La
última encuesta fue difundida el 26 de junio por Datafolha, que pertenece a un
grupo empresario antipetista con cabeza en el diario Folha de Sao Paulo. Si las
elecciones fuesen ahora Lula ganaría la primera vuelta con el 30 por ciento
frente al 16 por ciento del ultraderechista Jair Bolsonaro y el 15 por ciento
de Marina Silva, la carta para Brasil de Jaime Durán Barba para Brasil, el
estratega del presidente argentino Mauricio Macri. Si Lula no fuera candidato,
Marina vencería a Bolsonaro.
Según el mismo sondeo,
Lula le ganaría en segunda vuelta a Geraldo Alckmin, del conservador Partido de
la Socialdemocracia Brasileña, a Joao Doria del mismo partido (el millonario
que hoy está al frente de la intendencia de San Pablo), y a Bolsonaro. En
cambio empataría con Marina Silva en un 40 por ciento.
El sistema de
ballottage en Brasil es el clásico. Hay segunda vuelta salvo que en el primer
turno el candidato obtenga el 50 por ciento de los sufragios más un voto. Lula
dos veces y Dilma otras dos ganaron en las dos vueltas en 2002, 2006, 2010 y
2014.
Obviamente la medición
de Datafolha no tomó en cuenta la condena de Lula a manos de Moro. Si en los
próximos meses Lula conserva la intención de voto, la expectativa del PT sobre
los camaristas de Porto Alegre tiene en cuenta tres escenarios.
El peor escenario es
que el tribunal confirme la sentencia de Moro antes de octubre de 2018 e
invaliden de ese modo los derechos políticos de Lula, que perdería la facultad
de ser candidato.
El segundo escenario es
que los jueces no se pronuncien antes de las presidenciales y dejen a Lula bajo
sospecha pero con derechos políticos.
El mejor escenario es
que den vuelta el fallo de primera instancia.
La esperanza del PT
tiene un antecedente con nombre y apellido: Joao Vaccari. Se trata del tesorero
del partido que fue absuelto por este mismo tribunal federal con sede en Porto
Alegre que debe resolver la suerte cívica de Lula. El defensor Luis Flavio
Borges en la causa abierta contra Vaccari --fue acusado por supuesta
participación en el esquema de coimas de Petrobrás-- felicitó a los camaristas
porque “la acusación y la sentencia se habían basado solo en la palabra de un delator”.
Moro había condenado a Vaccari a 15 años de prisión.
La condena de Moro
contra Lula se produce justo al día siguiente de que el Senado dio la media
sanción que faltaba a una ley de reforma laboral que liquida el poder de
negociación de los sindicatos, destruye los convenios colectivos, inventa una
figura de empleo intermitente y, a contramano del mundo, sube la cantidad de
horas de trabajo. El presidente de facto Michel Temer impulsó la ley regresiva
a pesar de que tiene solo el 7 por ciento de popularidad y está acusado por
coimas. Nadie apostaría ni una caipirinha por su continuidad en el cargo. Pero
si de todos modos cayera, sería reemplazado por un político designado por los
dos tercios del Congreso hasta completar el período, que se cumple el 31 de
diciembre de 2018.
Con o sin Temer, el
ataque contra la protección laboral y la sentencia contra Lula son parte del
mismo golpe: impedir que el PT renazca, ya que hoy solo cuenta con el ex
presidente como candidato viable, y consolidar en el tiempo lo que el ex asesor
de Lula y Dilma Marco Aurélio García llama “la Contrarreforma”. O sea la vuelta
de Brasil a los tiempos de la esclavocracia. Buscan que América Latina entera
aprenda la lección y pierda todo sueño de justicia.
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