El capitalismo
contemporáneo sigue sus mutaciones para adaptar el mundo a sus necesidades. Ahora
hasta las fuerzas armadas se van transformando cada vez más en un negocio
privado.
Alejandro Nadal /LA JORNADA
El asesor especial del
presidente Trump, el señor Stephen Bannon, tiene un nuevo plan para “ganar” la
guerra en Afganistán: remplazar el ejército estadunidense con contratistas
privados. De este modo, la guerra se convertiría en un negocio redondo: la
industria de armamentos seguiría suministrando armas y pertrechos, pero ahora
hasta las acciones sobre el terreno serían responsabilidad de ejércitos privados.
Se llaman mercenarios, pero el eufemismo de “contratistas privados” es útil
para disfrazar el verdadero sentido de las guerras imperiales de nuestro
tiempo.
La privatización de la
guerra no es un negocio nuevo. La experiencia bélica estadunidense en Afganistán
a partir de 2001 es sólo el ejemplo más reciente de operaciones de un ejército
privado a gran escala. Por ejemplo, inicialmente la invasión por tropas
estadunidenses se presentó como respuesta a los ataques del 9/11. Se dijo que
el objetivo era desmantelar las bases de al-Qaeda, pero muy rápidamente la
lógica de la guerra se transformó hasta convertirse en una ocupación militar de
largo aliento. Una bien orquestada campaña de propaganda sobre la
“reconstrucción de una nación” acompañó esta metamorfosis.
Los 15 años de duración
de la guerra en Afganistán la convierten en la experiencia bélica más larga en
la historia de Estados Unidos. Han fallecido más de 2 mil 400 soldados
estadunidenses desde 2001, pero hoy las fuerzas del Talibán controlan más
territorio en ese país que al principio de la guerra. Por eso Washington busca
rediseñar una nueva estrategia para “ganar” esta guerra cuyos objetivos son
cada vez más esquivos.
En la actualidad hay unos
9 mil soldados estadunidenses en ese país de Asia central, pero hay más de 28
mil 600 contratistas privados cuyas tareas son difíciles de describir con
precisión. Ni siquiera el mismo Pentágono sabe exactamente qué está haciendo
este personal. Lo cierto es que durante años recientes el número de efectivos
del ejército formal ha disminuido con la supuesta finalidad de entregar la
conducción de la guerra al gobierno de Kabul, pero la cantidad de “contratistas
privados” ha ido aumentando y la guerra se ha ido privatizando.
No todos estos
contratistas están involucrados directamente en operaciones militares. El
servicio de investigación del congreso (CRS, por sus siglas en inglés) revela
que 5 mil 500 están ocupados como traductores, en la construcción o como
“personal de apoyo”. ¿Qué hacen los otros 23 mil contratistas privados?
El tema aquí no es
solamente el del número de contratistas o mercenarios enredados en la lucha
armada de manera directa. Por cada soldado en operaciones sobre el terreno se
requieren centenares (si no es que miles) de personas en tareas de apoyo:
comunicaciones, servicios de salud, transporte, preparación de alimentos,
etcétera. En síntesis, más de 70 por ciento del personal estadunidense en las
tareas de ocupación en Afganistán se compone de contratistas privados.
Washington ha gastado unos
110 mil millones de dólares en la “reconstrucción” de ese país. Ese monto es
muy superior al total asignado al Plan Marshall para la reconstrucción de
Europa después de la segunda guerra mundial. Nadie sabe cuánto dinero se ha ido
en obras inútiles o insostenibles. Lo cierto es que en el paisaje afgano
abundan los cascarones vacíos de escuelas y clínicas abandonadas o a medio
construir. En muchos casos la energía eléctrica necesaria para el buen
funcionamiento de estas obras no se pudo garantizar. En otros el abandono se
debe a las acciones de sabotaje intermitente que han hecho incosteable la
operación. Frecuentemente los recursos invertidos en la “reconstrucción de la
nación” han sido un regalo para las empresas privadas encargadas de los
“proyectos”. Pero también sirvieron para disfrazar una ocupación militar que
está más interesada en objetivos estratégicos que en reparar los daños de una
guerra que ha dejado más de 400 mil muertes de civiles.
El capitalismo
contemporáneo sigue sus mutaciones para adaptar el mundo a sus necesidades. El
salario ya no es la clave para reproducir la fuerza de trabajo y ha sido
substituido por el crédito. La tasa de ganancias asociada a la actividad
productiva ha sido remplazada por la rentabilidad derivada de la especulación
como referencia en el proceso de acumulación. Y ahora hasta las fuerzas armadas
se van transformando cada vez más en un negocio privado. En este último renglón
quizás se trata más de una regresión a épocas precapitalistas pues los
ejércitos privados de los señores de la guerra fueron un recurso desde hace
miles de años. Pero ahora hay algo nuevo: la privatización de operaciones
militares está insertada en una tendencia económica más general. Al igual que
la privatización del manejo del sistema carcelario o del sistema de detención
de migrantes, éste es otro indicio de la profunda reconversión del estado en la
etapa actual del capitalismo. De ser una organización política, el estado hoy
se ha convertido en una matriz de intereses corporativos y su finalidad no
tiene nada que ver con el bienestar social.
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