Francisco vio más allá que otros en su tiempo para
avizorar un mundo en el que la humanidad compartía una misma preocupación por la
entera comunidad de las criaturas, y expresó su preocupación y su amor de
maneras tan originales y conmovedoras que aún pueden ofrecernos inspiración
hoy.
Roger D.
Sorrell */ Treducción del Dr. Guillermo Castro Herrera.
Presentación
Hay un debate que crece, sobre todo en tierras
noratlánticas, acerca del papel de las Humanidades en el movimiento
ambientalista y su cultura. En la práctica, y a su modo, ese debate reproduce
aún – en rebeldía – aquel otro, anterior, sobre el conflicto entre la cultura
científica y la humanística en nuestra vida académica. Pero en la práctica,
también, busca trascenderlo, en busca de la relación entre ambas en el devenir
de nuestra especie y ante la amenaza que la crisis global representa para toda
cultura que exceda el nivel de la barbarie. Esto tiene especial importancia en
regiones como América Latina, de tan rica y antigua cultura de la naturaleza,
puesta hoy en riesgo constante y creciente por economías cada vez más empeñadas
en prácticas que por necesidad conducen a la destrucción simultánea de las dos
condiciones indispensables para toda actividad productiva: el medio natural, y
el ser humano.
El texto de Roger Sorrell que compartimos hoy hace
parte de un libro que nos ayuda a rastrear las raíces de ese debate en el
conflicto entre la cultura de la naturaleza de la ciudad y del mundo rural en
la Italia del siglo XIII temprano, y sus expresiones en el plano religioso, que
era – y en nuestra región sigue siendo, en importante medida – el de la cultura
de masas de entonces. Examinar el legado de Francisco de Asís a sus
contemporáneos y a nuestro tiempo – cuando ha inspirado la encíclica Laudato
Si’, que explora ese legado en relación a la crisis ambiental y social
contemporánea – ayuda a entender el enorme potencial de la cultura de la
naturaleza en su capacidad para hacer de las ideas una fuerza material capaz de
incidir en el desarrollo de nuestras relaciones con el entorno natural del que
hacemos parte y del que depende nuestra sobrevivencia como especie digna
del sapiens que nos hemos concedido a nosotros mismos.
Guillermo
Castro Herrera, Panamá, 8 de agosto de 2017
Si bien es usual y conmovedor ver a una época rehacer a
su propia imagen a grandes figuras del pasado en un esfuerzo para obtener de
ellas sustento espiritual, esta no es la tarea del historiador, sino del
propagandista. Algunos estudios modernos han dejado la impresión de que la
Orden Franciscana temprana fue una especie de movimiento contestatario que
representaba un punto de vista subordinado y radical que promovía el
respeto por la Creación y se oponía la explotación cristiana del ambiente. Esto
es una proyección de problemas contemporáneos en el pasado. Como hemos visto,
muchos ideales y prácticas franciscanas muestran una clara derivación de la
tradición eremítica medieval que tuvo una enorme influencia, a través del
ejemplo y de una hagiografía ampliamente leída, en muchos niveles de la sociedad
medieval. Buena parte de la perspectiva de Francisco al respecto refleja el
pensamiento ascético anterior y puede ser explicado con facilidad en términos
de la experiencia y los ideales de la vida eremítica. Hay una gran cantidad de
elementos tradicionales, no originales, en las reacciones de Francisco ante el
mundo natural y en sus relaciones con éste: por ejemplo, el tener mascotas a su
cuidado (bien establecido dentro de la tradición de santidad); su autoridad
sobre objetos naturales o seres vivientes, y su capacidad de dirigirlos
(igualmente bien establecida); su encantamiento de un ser viviente (esto tiene
paralelos tanto en las Escrituras como en la tradición de santidad); su
aparente otorgamiento de la comprensión racional a seres no humanos (muy típico
en la poesía y la hagiografía); su instrucción moral de seres no humanos (de
nuevo, bíblica, y bien establecida en la tradición hagiográfica); su respeto
por el individuo en la Creación (poco original, puesto que aparece en fuentes
cristianas más tempranas); su concepción de que la Creación debería, y de hecho
lo hace, alabar a Dios (bíblica); su alabanza de la Creación (no original); su
aprecio por un ambiente en particular (bien establecido desde antes); su
aprecio por las criaturas a través de asociaciones simbólicas (del todo
tradicional en su origen); su deseo de desdeñar monasterios y preferir chozas,
cuevas y tumbas (tradicionalmente eremítica), y su especial provisión a los
animales salvajes en invierno (inusual, pero no original).
La lista es incompleta, por supuesto. Sin embargo, aun
cuando la lista de elementos no originales o típicamente medievales es larga,
también lo es la lista de los elementos originales (esto es, originales con
respecto a la cristiandad Occidental) en las expresiones de Francisco: su
misticismo de la naturaleza; su conexión específica de relaciones familiares
con los seres de la Creación; su aplicación de términos caballerescos de
interlocución y otros conceptos caballerescos a los seres naturales; su
extraordinario énfasis constante en los elementos del ambiente como benéficos
en vez de ambivalentes; su exhortación directa (como opuesta a literaria) aun a
los objetos inanimados a servir y alabar a Dios; su propuesta de hacer
extensiva a las criaturas la limosna cristiana; y la celebración de la Navidad
en Greccio con la inclusión de animales, a cuyas necesidades atendió después.
Sin embargo, muchas de las expresiones de Francisco que
parecen originales, o parecen tener paralelos en ideales modernos, deben ser
entendidas en el marco de su contexto del siglo XIII, para no ser mal
interpretadas. Pues aun si son originales, las motivaciones que las subyacen
pueden no ser modernas en nada. Quienes se preocupan con las actitudes hacia el
ambiente podrían alegrarse de escuchar que Francisco cuidaba a las flores y
destinaba espacios aparte para ellas; cortaba los árboles con cuidado en la
esperanza de que volvieran a echar brotes, y solicitaba leyes que proveyeran de
alimento a ciertas aves silvestres en el invierno. Aun así, una lectura más
profunda de los textos protegía las flores “por su amor a aquel que es llamado
La Rosa en la pradera y el Lirio en las laderas de la montaña”, y dispensaba la
partes vitales de los árboles “por amor a Cristo, Quien quiso lograr nuestra
salvación sobre la madera de la cruz”. Del mismo modo, deseaba que las alondras
fueran alimentadas en invierno debido a su valor simbólico edificante. Por
supuesto, no cabe duda de que Francisco apreciaba las cosas de la Creación en
sí mismas, ni de que tenía preocupaciones que podrían ser llamadas “ecológicas”
en el sentido popular de “preocupación por el ambiente”. Sin embargo, aun
cuando de estos ideales podría inclinarse hacia ideas modernas, la motivación
tras ellos provenía de una mente que, si bien original, es profundamente
medieval.
Ciertos patrones de pensamiento característicos (aunque
no sistemáticos) subyacen tras las expresiones originales de Francisco. Uno de
ellos es la tendencia al literalismo. La misma actitud literalista que llevó a
Francisco a una concepción de la vida apostólica lo condujo también a aplicar
las exhortaciones litúrgicas retóricas a las criaturas y los requerimientos
bíblicos al predicar el evangelio “a todas las criaturas” de una manera nueva y
literal. La conjunción de estas dos metas literalmente interpretadas produjo la
primera gran innovación de Francisco en su relación con las cosas naturales –
su Sermón a las Aves. El ideal novedosamente literal de la vida apostólica de
Francisco, ya completamente formado, fue el nuevo elemento crucial que hizo
posible un encuentro original con el mundo natural, en contraste con santos
anteriores – que quizás concepciones implícitas de la armonía perdida entre la
humanidad y las criaturas – habían encontrado y simplemente los habían domesticado,
o les habían dado órdenes. Francisco y Celano ven representada en el Sermón una
extensión de la vida apostólica restaurada y del ideal de humanidad en un nuevo
nivel: el de antigua armonía entre la humanidad y el cosmos. Así, en este
respecto las expresiones de Francisco pueden ser vistas como la apoteosis de
las aspiraciones positivas a esa armonía en la tradición ascética.
Hemos señalado que Celano y Bonaventura percibieron el
misticismo de la naturaleza en Francisco como una interpretación literal y
conservadora de la jornada mística. Si bien esta interpretación es más propia
de ellos que de nosotros, existe alguna reflexión sobre una suerte de
literalismo en la percepción de la divinidad en Francisco de una manera
inusualmente directa, incluso en la belleza y el valor de los representantes
individuales de la Creación divina en la Tierra. El alborozo de Francisco ante
esta visión directa fue tal, que condujo a sus experiencias de éxtasis al
contemplar la Creación.
La misma mentalidad literalista se acercó a la poesía
de los trovadores, el único factor vital externo a la tradición cristiana que
influyó – de hecho, fertilizó y profundizó – las visiones de Francisco. Es
probable que haya hecho uso de la estilizada Natureingang de los poemas
de los trovadores para dar voz al gozo espontáneo que encontraba en los
espacios naturales, aplicando así estas expresiones retóricas en una nueva
manera literal.
Aun así, en Francisco había mucho más que la
inclinación al literalismo. Al adaptar los ideales caballerescos seculares a
sus propósitos espirituales, demostró un auténtico talento medieval: un ingenio
intuitivo en el pasar de manera rápida, sutil y hábil de un “nivel de
conciencia” (en términos modernos) a otro. No debe sorprendernos que fuera
considerado un gran intérprete alegórico de los textos bíblicos, salvo por el
hecho de que carecía de formación de los métodos escolásticos. En cambio, su
habilidad mental podría haberse desarrollado escuchando la técnica alegórica
utilizada ad infinitum en los sermones. Una vez que su patrón de vida
ganó en estabilidad, su constante exposición a la refinada técnica metafórica y
los ricos entornos alegóricos de los Salmos litúrgicos – y sabeos que utilizó
algunos de ellos en referencia a los Frailes Menores -, podrían haberle llevado
a ejercer y fortalecer su talento.
A menudo, por tanto, la mente de Francisco se
desplazaba con una facilidad casi deportiva de un nivel espiritual a otro en su
deleite al observar nuevos significados espirituales, o en vincular muchos niveles
diferentes de significado en un texto escrito o en el “libro de la naturaleza”.
De este modo, algunas de sus interpretaciones de las cosas en el mundo natural
pueden ser investigadas a la luz de los “sentidos” medievales formalizados de
la alegoría (como el simbolismo místico del Cántico), si bien es
imposible restringir la capacidad de pensamiento de Francisco a estos niveles
únicamente, o imaginar que interpretaba lo que veía teniendo en mente de manera
explícita algún sistema rígido. Su capacidad para interpretar los diferentes
niveles de significado espiritual en el mundo natural – una práctica tan
edificante para él como horrorizante para algunos académicos modernos – fue una
fuente constante y espontánea de enriquecimiento espiritual y quizás incluso de
éxtasis para él. En este, una vez más, tradujo la tradición en innovación
mediante un involucramiento más novedoso y directo.
Al considerar los ideales literales de Francisco y sus
formas conservadoras de pensamiento, no resulta sorprendente que sus biógrafos
entendieran muchas de sus expresiones originales más significativas como un
retorno al conservadurismo y la simplicidad cristianos, en vez de explorar su
admirable originalidad y sus antecedentes únicos. Los admiradores de Francisco
podían interpretar sus expresiones como muestras supremas de ortodoxia – y en
efecto esta interpretación no era errónea, aun cuando las acciones y
motivaciones de Francisco no fueran siempre explicables en el marco de, o
limitadas a, las formas que ellos creían. Tal buena fortuna estimuló la
aceptación de innovaciones que de otro modo podrían haber sido sospechosas.
Las actitudes de Francisco en general – manifestadas
especialmente en el Cántico – revelan uno de los desarrollos más
positivos del potencial visible en toda la gama de las reacciones medievales
hacia el mundo natural. Francisco demostró de manera concreta, en la palabra
como en la acción, el alcance enorme y casi total de la ambivalencia de la
tradición ascética medieval respecto al mundo natural – el núcleo de cualquier
negativismo y ambivalencia medieval en este terreno -, la manera en que podía
ser resuelto y, en su resolución, generar un estallido de reacciones originales
positivas ante la Creación. La profunda aceptación del mundo natural por Francisco
lo llevó a concentrarse intuitivamente en el soporte doctrinal positivo para
sus creencias, y a ampliar su propia enseñanza cristiana en esa dirección.
Podemos ver cómo ocurre este proceso en los más famosos ejemplos de las
demostraciones de amor y preocupación por las criaturas por parte de Francisco
– el Sermón de las Aves y el Cántico. Por medio de este sermón,
Francisco demostró de manera gráfica que la humanidad debe preocuparse por el
bienestar de las criaturas como parte de la misión cristiana. Con estas
palabras, que probaron a través de las Escrituras que había un reconocimiento
de los animales, y de la necesidad de proveer a sus necesidades, proclamó el
vínculo indisoluble y la comunidad entre los humanos y sus criaturas hermanas
bajo Dios.
El Cántico representa, sin duda, el legado más
profundo y complejo de Francisco en esta área. Este documento único, que a
primera vista parece ser el planteamiento lírico simple de un hombre sencillo,
demuestra en cambio poseer una gran complejidad – una complejidad que nos
merece un respeto mayor aun si se considera la falta de entrenamiento
intelectual de su autor. Allí están sintetizadas las premisas que Francisco
había planteado y a partir de las cuales había actuado durante toda su vida.
Su visión del valor de la Creación en múltiples sentidos – desde lo
estético hasta lo utilitario – y su visión de los complejos vínculos y las
interdependencias entre los humanos y las criaturas, junto a su percepción de
la relativa autonomía de las criaturas en los diversos niveles de la jerarquía
divina, lo convierten en un giro innovador en el pensamiento medieval, que
merece ser comparado con cualquier otra expresión medieval cristiana anterior o
contemporánea. Su proclamación de la armonía y reconciliación entre los humanos
y las criaturas – la relación “yo-tú”- no tiene paralelo en su vivacidad, y un
potencial que la desborda. La motivación que la subyace – exhortar a las
personas a apreciar la Creación, respetarla, y reconocer el vínculo de los
humanos con otras criaturas – resalta por su carácter directo, su claridad y su
compromiso.
El legado de Francisco: inmediato y de largo plazo
El impacto de las expresiones de Francisco relacionadas
con la Creación ha variado a lo largo de los siglos. El registro revela la impactante
pérdida de algunos elementos de su visión que no fueron ampliamente aceptados
en la tradición cristiana Occidental, así como otros han tenido un efecto
dramático y profundo. Si bien debo dejar a otros autores la discusión extensiva
de la influencia de Francisco en estas y otras eras, deseo señalar en
conclusión un área de pérdida temporal y una instancia de admirable transmisión
exitosa de su legado a las generaciones que siguieron inmediatamente a la suya.
La apertura de Francisco a los animales y su interés en
el ambiente físico siguieron influyendo en su Orden, como puede apreciarse en
anécdotas de San Gil y de San Antonio de Padua, y en la poesía de Jacopone da
Todi. Sin embargo, las experiencias místicas de Francisco, que interesaron a
Celano y Bonaventure al grado de que se esforzaron a asimilarlas en la
tradición cristiana, encontraron pocos imitadores – ninguno en la Orden
temprana. Dulcino, un santo del siglo XIII (fallecido en 1274), que admiraba
profundamente a Francisco, parece haber tenido experiencias místico – naturales
parecidas a las suyas. Es posible que el legado de Francisco perdiera su
contexto y relevancia de origen con la clericalización y la sofisticación de la
Orden. Era demasiado eremítico en origen, demasiado delicadamente individual,
demasiado fácilmente intelectualizable por aquellos demasiado alejados (mental
y físicamente) de la sublimidad de la creación de la que Francisco estaba tan
cerca, y con la que tan íntimamente simpatizaba. Una plena apreciación de su
importancia y del rico potencial de su pensamiento al respecto tuvo que esperar
hasta mucho más tarde.
La preocupación de Francisco por las criaturas y su
intensa conexión con el ambiente físico, sin embargo, tuvieron un gran impacto
en un área en la que él no lo hubiera esperado: el arte. Como lo resalta
Vincent Moleta en From St. Francis to Giotto: The Influence of St. Francis
on Early Italian Art and Literature,
la vida del santo y creador de maravillas de Umbria fue
un obsequio al elevado talento creativo que proliferó en la Italia central
durante varias generaciones posteriores a su muerte. No solo se trató de que
una soberbia cultura laica surgida en Italia durante el siglo XIII y comienzos
del XIV coincidiera con el renacimiento de la vida religiosa en Italia. El
ideal y el ejemplo de san Francisco estuvo presente en los hombres de genio que
fundaron esa cultura nacional, y el propio san Francisco es el sujeto de
algunas de sus más importantes y conmovedoras obras de arte.
Como lo ha puesto de relieve la investigación de muchos
autores modernos, que han seguido el liderazgo de Thöde en el último siglo, la
leyenda de Francisco estimuló la imaginación de los artistas del
pre-Renacimiento y el Renacimiento. Gurney-Salter cree que Francisco fue el
santo más frecuentemente representado en el arte italiano. Las grandes y
espaciosas iglesias franciscanas, bien adaptadas para un arte más popular de
impacto inmediato en sus grandes congregaciones, proporcionaron proyectos de
construcción y amplias superficies para frescos dramáticos de gran influencia,
como los de la Basílica de Asís. Estas y otras obras de arte nuevas,
Al reflejar un estilo nuevo, naturalista,
proporcionaron acompañamiento visual a una prédica popular que no se hacía en
latín, sino en el habla popular… [Podemos] también distinguir su profunda
humanidad [de Francisco] y su respuesta gozosa a la naturaleza tras el
redescubrimiento del mundo natural y una franca visión humana de la historia
sagrada que caracteriza a lo mejor del arte italiano del periodo.
Si bien el fechamiento y la atribución de algunas
importantes pinturas tempranas que muestran la leyenda franciscana aún están en
duda (incluyendo la atribución y fecha de los frescos de la basílica de Asís),
parece que para mediados del siglo XIV los artistas (en especial Giotto) se
habían apropiado de la leyenda franciscana como un desafío para sus nuevos
valores de realismo artístico e interés en el mundo físico. Sus creaciones
asombrarían a artistas del Renacimiento tan tardíos como Vasari (muerto en 1574),
quien ofreció a la capilla de Asís el “mayor encomio” que podía, alabándola en
particular por la “variedad de las composiciones, por las ropas del periodo,
por el arreglo, proporción, vivacidad y naturalidad de las figuras.” Vio la
“verosimilitud” del eventos representados, y los tomó como una “celebración de
la vida”.
Más que en la literatura o en cualquier otra forma, es
quizás a través del arte que la visión de la creación de Francisco fue
transmitida de la manera más poderosa inmediatamente después de su muerte. Como
lo señala el excelente estudio de Stubblebine,
Claramente, la obligación de los artistas que se
encontraban trabajando en el ciclo de san Francisco en la capilla superior de
Asís era instruir, explicar, deleitar e incluso divertir o hacer cualquier otra
cosa que fuera necesaria para inspirar a la gente común. Es extraordinario que
aun hoy se congreguen grupos de personas ante ciertos frescos de Asís – por
ejemplo, el milagro de la Primavera o el Sermón a las Aves -, con sus rostros llenos
de comprensión, y por tanto de placer y de asombro.
El ejemplo establecido por Francisco – los hechos
clave, impactantes, referidos por sus primeros biógrafos – inspiraron un arte
de tal belleza directa y un realismo nuevo, intenso, que éste pudo haber
divulgado su mensaje de manera de manera mucho más amplia de los que hubieran
podido sus biógrafos con palabras. Esta afortunada conjunción de la visión
franciscana y el arte podría haber ejercido una importante influencia en el
curso del arte Occidental, en dirección a un mayor aprecio y representación del
mundo natural en el Renacimiento, y haber movilizado a innumerables
observadores hacia el interés en el universo físico.
El legado contemporáneo de Francisco
Este estudio ha cuestionado muchas de las más
extravagantes interpretaciones recientes de la importancia de Francisco. Para
algunos lectores, este examen de los elementos tradicionales en las creencias y
expresiones de Francisco, así como su intento de comprender a este gran hombre
en el contexto de su entorno medieval, podría dar la impresión de un golpe a su
imagen de él. Sin embargo, cuando uno puede ver a Francisco en términos de las
tradiciones Occidentales de las que surgió, se abre una vía que no solo lleva a
una mejor apreciación de su enorme originalidad, sino además a la percepción de
que la tradición Occidental cristiana de pensamiento acerca de las relaciones
entre la humanidad y otras criaturas no es estática ni rígida, sino que
contiene un abundante potencial, una constante capacidad para desarrollar y
absorber una profunda innovación, y permanecer al mismo tiempo leal a sus
valores fundamentales. Con toda certeza, esto no es irrelevante para quienes se
involucran en la lucha moderna para transformar, de una manera consistente con
la tradición Occidental, actitudes contemporáneas acerca de las
responsabilidades humanas respecto al ambiente.
La evidencia de que la tradición Occidental, de hecho,
ha pasado por tales cambios dramáticos en el pasado, nos ofrece un destello de
esperanza para este esfuerzo moderno. Y en el centro de esta esperanza el
humilde y gentil hombre de Asís. Francisco vio más allá que otros en su tiempo para
avizorar un mundo en el que la humanidad compartía una misma preocupación por la
entera comunidad de las criaturas, y expresó su preocupación y su amor de
maneras tan originales y conmovedoras que aún pueden ofrecernos inspiración
hoy. Pues, ¿quién puede permitirse ignorar el ejemplo de uno que pasó días
enteros alabando en público las criaturas del mundo, que tuvo tal preocupación
y compasión por las criaturas “que si alguno no las trataba de manera adecuada
él se enojaba”; y cuya sensibilidad a la belleza del ambiente era tan grande,
cuya gozosa apertura era tan ilimitada, que experimentó un éxtasis místico mientras
contemplaba una flor?
*Capítulo
final del libro St. Francis of Assisi and Nature. Tradition and innovation
in Western Christian attitudes toward the environment. Oxford University
Press. New York Oxford, 1998. Traducción de Guillermo Castro H., Panamá, 2017.
Anexo
El Cántico de las
Criaturas
Francisco, 1225 -1226
Altísimo y omnipotente
buen Señor,
tuyas son las alabanzas,
la gloria y el honor y
toda bendición.
A ti solo, Altísimo, te
convienen
y ningún hombre es digno
de nombrarte.
Alabado seas, mi Señor,
en todas tus criaturas,
especialmente en el Señor
hermano sol,
por quien nos das el día y
nos iluminas.
Y es bello y radiante con
gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva
significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las
estrellas,
en el cielo las formaste
claras y preciosas y bellas.
Alabado seas, mi Señor,
por el hermano viento
y por el aire y la nube y
el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus
criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor,
por el hermano fuego,
por el cual iluminas la
noche,
y es bello y alegre y
vigoroso y fuerte.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana nuestra
madre tierra,
la cual nos sostiene y
gobierna
y produce diversos frutos
con coloridas flores y hierbas.
Alabado seas, mi Señor,
por aquellos que perdonan
por tu amor,
y sufren enfermedad y
tribulación;
bienaventurados los que
las sufran en paz,
porque de ti, Altísimo,
coronados serán.
Alabado seas, mi Señor,
por nuestra hermana muerte
corporal,
de la cual ningún hombre
viviente puede escapar.
Ay de aquellos que mueran
en pecado mortal.
Bienaventurados a los que
encontrará
en tu santísima voluntad
porque la muerte segunda
no les hará mal.
Alaben y bendigan a mi Señor
y denle gracias y sírvanle con gran humildad.
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