Algo
hay que reconocerle a Santos: forma parte de una tradición latinoamericana, la
de los vendepatria que han prevalecido durante tantos años al frente de
nuestros gobiernos oligárquicos. Es gente que, por unos años, vio opacada su
sonrisa y su tradición por la prevalencia de posturas latinoamericanistas que
no soportaban el tipo de desplantes como los que vino a escenificar el señor Mike
Pence.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-
Costa Rica
Juan Manuel Santos y Mike Pence. |
El
siempre sonriente presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, dice en un
artículo recientemente escrito y distribuido por las perfectamente engrasadas
transnacionales de la información, que él llora por Venezuela. Escribió y mandó
a publicar su artículo coincidentemente con la visita a su país del
vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, que en esos días se dedicaba
a hacer una gira por varios países de América Latina preparando a sus aliados
para apretar el nudo del cerco que tiene sobre ese país por el cual dice Santos
que llora a moco tendido.
Compungido
y todo, el presidente colombiano no vaciló en mostrarle su eterna sonrisa al
señor Pence, el cual se ocupó de despotricar, como en el resto de países a los
que visitó, contra lo que llamó sin tapujos, en nuestro propia patio y frente a
nuestras narices, la “dictadura” venezolana.
Santos
no pestañó y, como se ve, reforzó con argumentos propios los que vino a decir,
en el palacio de gobierno que lleva nombre de prócer independentista, el
enviado del embrollado presidente del cual es vice.
Algo
hay que reconocerle a Santos: forma parte de una tradición latinoamericana, la
de los vendepatria que han prevalecido durante tantos años al frente de
nuestros gobiernos oligárquicos. Es gente que, por unos años, vio opacada su
sonrisa y su tradición por la prevalencia de posturas latinoamericanistas que
no soportaban el tipo de desplantes como los que vino a escenificar el señor
Pence.
Ahora,
que sienten que tales posiciones de reivindicación dignificante, que
mantuvieron a raya a los emperadores prepotentes que enviaban procónsules como
este señor exlocutor de radio, no tienen la fuerza de hace unos años, se
sienten libres para mostrarse tal como son, sin morderse la lengua, y dicen las
cosas que dicen sin mayor rubor. Dicho en otras palabras, se quitaron la
careta.
Tiene
razón el señor Santos de tener ganas de llorar, porque buenas y contundentes
razones hay no solo en América Latina sino en todo el mundo. Pero hemos de
discrepar sobre la causa concreta que lo motiva, sobre todo si tenía tan
próximo en esos días a quien representa a uno de los más impresentables
gobiernos que ha tenido los Estados Unidos a lo largo de toda su historia. Tan
impresentable, que opaca a George Bush, y eso que creíamos que Bush era
insuperable.
La
prepotencia torpe del señor Donald Trump le hizo declarar, precisamente cuando
Pence estaba por subirse al avión que lo llevaría a su gira latinoamericana,
que estaba dispuesto a lanzar a la carga al Quinto Cuerpo de la Caballería
norteamericana sobre Venezuela. Lo cual, en el imaginario bravucón del
cejijunto presidente, significa llevar la paz y la democracia, la felicidad y
el agradecimiento con su patria a algún lugar al sur del Río Bravo lleno de
petróleo, pero que no sabe a ciencia cierta en dónde se ubica.
Desde
su atalaya en la Quinta Avenida de Nueva York, mister Trump se destapa, una
tras otra, metidas de pata mediáticas, como si de un videojuego se tratara la
política mundial. Ya ni sus propios compañeros de partido quieren que se les
vea juntos, y eso es mucho decir cuando se está haciendo referencia al Partido
Republicano.
Pero
en América Latina recibimos a su procónsul con sonrisa de anuncio de
dentífrico, y el presidente del país más poblado de la región se destapa con un
artículo en el que dice llorar por su vecino al cual, precisamente, el
cejijunto acaba de proclamar objetivo de guerra.
En
estas circunstancias, no es por Venezuela por quien hay que llorar, es por
todos nosotros, que estamos en manos de tales especímenes.
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