Pese al triunfo en la
elección del 30 de julio, la derecha tiene bastante a maltraer la Revolución.
Esto hay que reconocerlo para no errar el análisis, y consecuentemente, los
caminos a seguir. La guerra mediático-psicológico montada, y luego las acciones
militares de baja intensidad (las guarimbas), no podemos dejar de reconocer que
están resultando un duro golpe.
Marcelo
Colussi / Para Con Nuestra América
Desde
Ciudad de Guatemala
Insistir
en debilitar doctrinariamente a Maduro, colocando su filiación castrista y
comunista (dependencia de los cubanos) como eje propagandístico, opuesta a la
libertad y la democracia, contraria a la propiedad privada y al libre mercado.
Parte de la Operación
“Venezuela Freedom 2”, del Comando Sur de Estados Unidos
A modo de introducción
En Venezuela acaba de
darse un triunfo popular: una masiva elección donde la población se manifestó,
una vez más, a favor del proceso en curso. La Asamblea Nacional Constituyente
recibió más de ocho millones de votos de aprobación por parte del electorado.
Es la décimo novena oportunidad en que el pueblo chavista se impone en una
elección democrática sobre veintiún procesos electorales que han tenido lugar
en estos años. La oposición, una vez más, salió derrotada.
Pero quedarse solo con
el triunfalismo de la victoria, con las consignas chavistas y el festejo
desbordante, no terminan de aportar para lo que está en juego. Lo que hay que
salvar es el proceso bolivariano que, según se ha dicho, es el camino al
socialismo. Allí es donde me parece oportuno abrir una reflexión crítica.
Siendo absolutamente
realistas (“Actuar con el optimismo del
corazón y con el pesimismo de la razón”, decía Antonio Gramsci), la
situación actual en Venezuela es complicada, y el futuro no se ve, siendo
veraces, muy luminoso. O, al menos, hay nubarrones que abren preguntas
preocupantes. De caer la Revolución Bolivariana, el golpe a los pueblos de
Latinoamérica, y seguramente del mundo, sería muy grande. Todo ello serviría a
la derecha para demostrar, complementando la caída del Muro de Berlín, la
imposibilidad de una opción socialista. En tal sentido, las palabras de
Margaret Tatcher serían incuestionables: “No
hay alternativa”. O capitalismo… ¡o capitalismo!
¡Pero sí hay
alternativas! El socialismo, el poder popular y una economía no centrada en el
lucro de la empresa privada, sí son posibles. En la República Bolivariana de
Venezuela algo de ello comienza a tomar forma. Pero aún resta mucho por
caminar. Y en estos momentos, la coyuntura nos muestra que es posible revertir
los pasos dados, acercándonos (o queriéndosenos acercar) más hacia el
capitalismo que hacia el socialismo.
Pese al triunfo en la
elección del 30 de julio, la derecha tiene bastante a maltraer la Revolución.
Esto hay que reconocerlo para no errar el análisis, y consecuentemente, los
caminos a seguir. La guerra mediático-psicológico montada, y luego las acciones
militares de baja intensidad (las guarimbas),
no podemos dejar de reconocer que están resultando un duro golpe. ¿Es la
Asamblea Nacional Constituyente la mejor, o la única salida, al actual
atolladero? Lo que sigue es un intento de reflexión crítica en total apoyo al
proceso bolivariano, y de ningún modo pretende tomar el bochornoso discurso de
la derecha que tilda al gobierno de “dictadura” y ve en esta nueva instancia un
fraude. Pero es necesario plantearse algunas dudas razonables, justamente pare
seguir caminando con claridad.
¿Qué está pasando en
Venezuela?
En la República
Bolivariana de Venezuela desde hace 18 años hay un proceso político nacional,
popular, con tinte socialista, que defiende sus propios recursos naturales. Es
imprescindible saber que el país, con un millón de kilómetros cuadrados de mar
territorial y 2.394 km. de costa firme sobre el Mar Caribe, es poseedor de las
cinco fuentes principales de energía natural: petróleo, gas, carbón,
hidroelectricidad y solar. A lo que habría que agregar la orimulsión. De hecho,
contiene en su subsuelo las reservas petroleras probadas más grandes del mundo:
300.000 millones de barriles de petróleo, suficientes para 341 años de
producción al ritmo actual. Además, de sus entrañas surgen importantes recursos
minerales, como hierro, bauxita, coltán, niobio y torio. A lo que habría que
agregar enormes yacimientos de oro y de diamantes. Junto a ello hay que
destacar que es el noveno país del mundo en biodiversidad en su Amazonia
(53.000 km2 de selvas tropicales) –utilizable para la generación de
medicamentos y alimentos– y décima-tercera fuente de agua dulce (la enorme
cuenca del Río Orinoco).
Todo ello es un botín
que enormes corporaciones multinacionales ansían, pero que el actual gobierno,
iniciado con Hugo Chávez, y con amplio apoyo popular en la actualidad, con el
presidente Nicolás Maduro, defienden en pro de un proyecto nacionalista y de
profundo contenido social.
La renta petrolera,
principal fuente de recursos del país, desde que iniciara la Revolución
Bolivariana, se ha volcado a proyectos sociales de amplio beneficio para las
grandes mayorías populares. Salud, educación, viviendas, infraestructura
básica, son grandes logros del proceso político-social en curso. De ahí el
decidido apoyo que recibe. Eso choca con la apetencia de las gigantescas
corporaciones petroleras (Exxon-Mobil, Chevron-Texaco, Royal Dutch Shell,
British Petroleum, Conoco Phillips, Total, Agip, Repsol) –y sus representantes
locales: una extendida burocracia tecno-petrolera que vivió en la opulencia
durante buena parte del siglo XX–, siempre a expensas de la mayoría de la clase
trabajadora venezolana. Algo de esto comenzó a cambiar con la llegada al poder
del presidente Chávez y su preconizado Socialismo del Siglo XXI. Por eso
apareció la reacción.
Prácticamente desde que
comenzara el gobierno de Hugo Chávez, y más aún a partir de sus primeras
medidas de corte nacionalista y popular, la reacción (nacional e internacional)
no se hizo esperar. Los intentos de reversión del proceso fueron tan numerosos
como ineficaces (intentos de golpe de Estado, paro patronal, sabotaje petrolero,
guerra económica interna, violencia callejera, desacreditación mediática a
nivel global). Pero ahora, desde inicios del 2017, todo indicaría que la
avanzada para botar al gobierno de Maduro entró en una fase aparentemente
decisiva. Ahí está, al respecto, el “Plan
para intervenir a Venezuela del Comando
Sur de
Estados Unidos: Operación
Venezuela Freedom-2”. Ahí puede leerse, solo para ejemplificar, que: “Venezuela se enfrenta ahora a la
inestabilidad económica, social y política significativa debido a la rampante
violencia, la delincuencia y la pobreza, la inflación galopante, la grave escasez
de alimentos, medicinas y electricidad. Violaciones de los derechos humanos por
las fuerzas de seguridad y continuada mala gestión del gobierno del país están
contribuyendo a un ambiente de incertidumbre, y grandes segmentos de la
población dice que el país va por el camino equivocado. Además, la caída de los
precios del petróleo y el deterioro económico generan condiciones que podrían
llevar al gobierno venezolano a recortar los programas de bienestar social y su
política exterior como el programa de subsidio de petróleo (Petrocaribe). Más
recortes a los programas de bienestar social y la continua escasez que parecen
inevitables, podría prever un aumento de las tensiones y las protestas
violentas, fomentando el presidente Maduro y su partido una ola represiva
adicional, como medidas contra los manifestantes y la oposición (…). Es indispensable destacar que la
responsabilidad en la elaboración, planeación y ejecución parcial (sobre todo
en esta fase-2) de la Operación Venezuela Freedom-2 en los actuales momentos
descansa en nuestro comando, pero el impulso de los conflictos y la generación
de los diferentes escenarios es tarea de las fuerzas aliadas de la MUD [Mesa de la Unidad
Democrática] involucradas en el Plan, por
eso nosotros no asumiremos el costo de una intervención armada en Venezuela,
sino que emplearemos los diversos recursos y medios para que la oposición pueda
llevar adelante las políticas para salir de Maduro.”
En otros términos: una
estrategia de guerra impulsada por Washington similar a la que se dio en otros
puntos del mundo: Ucrania,
Irak, Libia, Siria. Es decir: manipulaciones y acciones varias que permiten
derrotar al gobierno de turno (en el caso de Siria no fue posible, dado el decidido
apoyo ruso), en función de un proyecto geo-hegemónico de la clase dominante de
Estados Unidos y de una oligarquía global, que es quien hoy fija buena parte de
las políticas del mundo. Países éstos acusados de ser “dictaduras” pero que,
casualmente, presentan grandes recursos naturales, petróleo en muchos casos,
apetecidos por aquellas corporaciones globales.
Todas estas estrategias, según
formula una estudiosa de asuntos internacionales como Ana Esther Ceceña, ya
están debidamente probadas en varios lugares, siendo altamente eficaces: “Métodos [terroristas y
desestabilizadores] han sido usados en Libia y Siria. Siempre aprovechando y atizando las
contradicciones ya existentes y llevándolas a un nivel de confrontación
absoluta, que propicia la introducción de fuerzas adicionales (fuerzas
especiales de mercenarios), de operaciones encubiertas o incluso de bombardeos
del exterior, que no sólo elevan la tensión sino que garantizan el
acaparamiento de los lugares estratégicos (pozos petroleros, puertos, pasos o
rutas). Generalmente estas intervenciones se combinan también con algunos
ataques estrepitosos y fragilizadores, como incendios de infraestructura básica
o de hospitales (maternidades, como en Venezuela), para además crear sensación
de indefensión.”
Según algunas fuentes
bien informadas, para el segundo semestre del año en curso estaría planificada
la eclosión del actual gobierno de Venezuela. La violencia inducida que está
viviendo el país desde hace meses (con alrededor de 120 muertos ya), más la
imagen mediática presentada por doquier que muestra un caos generalizado,
hambre y represión sangrienta, productos todos ellos de una tiránica dictadura,
recuerda el escenario de los países antes aludidos.
En pocas palabras, el
Plan estadounidense contempla:
1.
provocar
desabastecimiento de productos de primera necesidad
2.
impulsar
el mercado negro
3.
fomentar
la inflación
4.
crear
violencia callejera con bastantes muertos
5.
difundir
mundialmente una matriz mediática que muestre al país como un caos total
manejado por una dictadura sangrienta que hambrea a su población
6.
inducir
una división tajante dentro de Venezuela entre chavismo y visceral antichavismo
7.
buscar
una guerra civil
8.
pedir
airadamente por todos los medios posibles (incluyendo la ONU y la OEA) una
intervención extranjera para “restablecer la democracia”, robada por la actual
“dictadura”
9.
no
está escrito en el plan, pero es el objetivo real: quedarse con las reservas
petroleras.
Asamblea Nacional Constituyente
Ante este embate de la
derecha, internacional y vernácula, y ante el clima de violencia creciente que
comienza a vivirse desde febrero de este año, el presidente Nicolás Maduro
convocó, el pasado 1° de mayo, a la conformación de una Asamblea Nacional
Constituyente, “con la finalidad
primordial de garantizar la preservación de la paz del país ante las
circunstancias sociales, políticas y económicas actuales, en las que severas
amenazas internas y externas de factores antidemocráticos y de marcada postura
antipatria se ciernen sobre su orden constitucional”.
En el decreto emitido
por el Poder Ejecutivo para establecerla, se fija, entre otros puntos, lo
siguiente: “1. La paz como necesidad,
derecho y anhelo de la nación, el proceso constituyente es una gran
convocatoria a un diálogo nacional para contener la escalada de violencia
política, mediante el reconocimiento político mutuo y de una reorganización del
Estado, que recupere el principio constitucional de cooperación entre los
poderes públicos (...) 2. El
perfeccionamiento del sistema económico nacional hacia (…) el nuevo modelo de la economía post
petrolera, mixta, productiva, diversificada, integradora, a partir de la
creación de nuevos instrumentos que dinamicen el desarrollo de las fuerzas
productivas, así como la instauración de un nuevo modelo de distribución
transparente que satisfaga plenamente las necesidades de abastecimiento de la
población.”
Está claro que el
objetivo fundamental de la iniciativa es buscar una respuesta no-violenta a la
violencia desatada por la oposición, viabilizada básicamente por grupos de
jóvenes (mercenarios según pudo establecerse, entrenados por fuerzas militares
y paramilitares colombianas, que comenzaron a sembrar el terror ciudadano). El
mensaje dominante, desde el momento mismo en que se lanzó la idea de la Asamblea,
fue “fomentar la paz”.
Inmediatamente toda la
derecha, de Venezuela y del mundo, reaccionó estruendosa acusando de “proyecto
dictatorial” la conformación de dicha instancia. La crítica estriba en mostrar
cada cosa que hace el gobierno como un acto antidemocrático, nunca apegado a
derecho, tiránico en definitiva. Curiosa apreciación, porque en Venezuela cada
acción del gobierno, desde Chávez en adelante, se apega rigurosamente a la
Constitución vigente. De todos modos, la lucha política admite todo, y en la
guerra (lo que se vive es una guerra, decididamente, expresión al rojo vivo de
la lucha de clases), la verdad es siempre la primera víctima.
Ahora bien: en sentido
estricto, la coyuntura no hace necesaria la reformulación de la Carta Magna, a
no ser que se lo hiciera para una profundización real y efectiva del
socialismo. Pero todo indica que la estrategia es un emotivo, profundo y
enfático llamado a la paz; la construcción del socialismo sigue siendo algo
relativamente pendiente. “El
perfeccionamiento del sistema económico” que propone, habla de economía
mixta (pública y privada). La nacionalización / expropiación de los medios de
producción es una tarea aún por realizarse. De ahí que lo que se ha dado en
llamar el chavismo
crítico abriera también una crítica a la convocatoria a una Asamblea
Nacional Constituyente. Entiendo que no, de ningún modo, para ponerse al lado
de la derecha (como hubo quien así lo interpretó), sino para profundizar la
genuina construcción del socialismo. Su pregunta, que entiendo no deja de ser
pertinente, apunta a clarificar esto: ¿qué viene luego de la Asamblea?
La crítica, si es
constructiva, debe ser escuchada. La derecha, de más está decirlo, no formula crítica
sino visceral y frontal ataque. ¡Es terrorismo! Pero si no se acepta la
discusión franca, se corre el riesgo de repetir los errores del socialismo
real, el socialismo burocrático soviético, por ejemplo. Y justamente la idea de
Socialismo del Siglo XXI va de la mano de una superación de ese tipo de
autoritarismo.
¿Y ahora?
Lo primero a destacar
es que la población masivamente continúa siendo chavista. La derecha, pese a
todos sus denodados intentos de desestabilización, aún con su payasesco escenario
de una supuesta consulta popular días atrás, no consiguió la cantidad de votos
que sí obtuvo el pueblo chavista. La gran mayoría, aun desafiando el terrorismo
desatado en estos tiempos, aún pese a todas las amenazas recibidas, a la
violencia imperante, al furioso bombardeo mediático antichavista, dio una
fenomenal muestra de participación cívica.
Sin dudas que los
beneficios de la renta petrolera que ha traído el proceso bolivariano se
aprecian. La mejora de la dieta, la alfabetización, el millón y medio de
viviendas otorgadas, la cultura popular al alcance de todos, son todas medidas
que, aún en medio de dificultades, la gente valora. Por eso los más de ocho
millones de votos diciendo sí a la Asamblea.
La acusación de fraude
o de dictadura ante la elección de este 30 de julio es ridícula y cae ante su
propio peso. La derecha, tanto local como global, no sabe cómo detener esa
marea chavista. No hay dudas que la revolución, pese al desabastecimiento, la
inflación, la violencia callejera montada últimamente y a toda la
desacreditación de que es objeto, se mantiene. La gente ansía la paz. El
llamado a la Asamblea Nacional Constituyente funciona como un mensaje político
en favor de esa paz.
Ahora bien: la pregunta
que se plantea inmediatamente, y que sectores de izquierda, de ese llamado
chavismo crítico, sectores que están con el proceso y que siguen esperando la
profundización de las medidas revolucionarias, es básica: con esta Asamblea,
con una posible nueva Carta Magna, ¿se va de una vez hacia el socialismo? ¿Cómo
se construye la paz en medio de este atolladero que los planes de la derecha
han creado?
Juan Martorano, por
citar alguno de los estudiosos del tema que reflexiona al respecto, lo formula
de esta manera: “Ahora ante esta Asamblea
Nacional Constituyente, se le impone el reto a Nicolás Maduro y al PSUV [Partido Socialista
Unido de Venezuela] de constituirse en el líder y en el partido que puedan hacer la
Revolución Socialista y que ésta adopte la senda de la irreversibilidad y del
no retorno capitalista. (…) En esta
Asamblea Nacional Constituyente, estamos obligados a refundar el Estado. Sin
negar los avances de nuestra Constitución de la República Bolivariana de
Venezuela, aún impera, en buena medida, el modelo del Estado Burgués, y ese
modelo está totalmente agotado y ya no es viable en nuestro país.”
A esta violencia
desatada por los planes imperiales, secundados por la derecha local, no parece
lo más idóneo responderle con “laboratorios de paz”, tal como el presidente
Maduro lo formulara, con esta apelación al “amor”. Todo lo que la derecha está
haciendo constituye, lisa y llanamente, actos de terrorismo, de odio, de
muerte. ¿Se responde eso con paz y amor? ¿Los golpes se responden con flores?
Cualquiera de estos actos debe ser considerado terrorismo. Así de simple: lisa
y llanamente, terrorismo. ¿Cómo se le responde al terrorismo en cualquier
latitud? ¿Con flores? ¿Podemos creernos realmente que se está construyendo una
alternativa original, socialista quizá, por hacer que la Guardia Nacional se
presente sin armas ante las provocaciones terroristas? ¿No se pagará un precio
demasiado caro por ello? La instalación de la Asamblea y lo que vaya a salir de
ella es aún una incógnita. Preguntarse por eso, por lo que se elaborará, por la
forma en que se afianza la paz y una sociedad nueva, en definitiva: por la
sociedad socialista, no es exactamente fomentar ni la derecha ni la
contrarrevolución.
Decían los romanos del
Imperio que “si quieres la paz, prepárate
para la guerra”. Quizá esto pueda sonar a demasiado “violento”, demasiado
“contrario a la paz”, pero pareciera dar la impresión que en Venezuela la
revolución no termina de construir a rajatablas lo que se entiende por
socialismo. ¡Y el socialismo significa poder popular!, ¡verdadero poder
revolucionario! ¿El poder se construye con flores? Dicho casi mordazmente: “si
van a invadir, que invadan por algo, y no solo por el petróleo”.
Insisto con la idea:
estas son preguntas críticas que intentan apoyar lo que se está edificando en
Venezuela en tanto alternativa a un país capitalista y consumista, donde por
décadas su ícono dominante fueron las Miss Universo y el “está barato, deme dos”. La apelación al amor y a la ternura ante el
ataque despiadado de la derecha no pareciera ser el mejor camino para afianzar
la auténtica transformación socialista, la profundización de la revolución, el
alejamiento del rentismo petrolero. O, al menos, abre dudas.
Si bien es
absolutamente meritorio la realización de una elección como la de los otros
días y, en general, el clima de democracia que se vive con más de una elección
por año, la pregunta que debe formularse es si el socialismo se agota en esos
marcos, no muy distintos a cualquier “democracia de libre mercado”, o debe
apuntar a algo más, a la consolidación de una democracia revolucionaria, de
base. No hay dudas que eso es una pretensión en la actual Venezuela, pero aún
resta un buen trecho por caminar.
Rosa Luxemburgo, analizando la revolución bolchevique de 1917, dijo: “No se puede mantener el “justo medio” en
ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la
locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o
cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará
en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad
de camino, arrojándolos al abismo”. Otro tanto podríamos decir respecto a
la República Bolivariana de Venezuela, símbolo actual de la Patria Grande
Latinoamericana. ¡O avanzamos de una buena vez hacia el socialismo!..., o
inexorablemente caemos.
Hay una queja interminable sobre la situación económica, viendo cómo la
derecha hace negocios (los bancos nunca ganaron tanto dinero como en estos
años, ni siquiera durante la IV República), protestando por el dólar paralelo
con el que asfixian la economía de la revolución. Pero si coexisten (tan
alegremente, podríamos decir) dos modelos antagónicos como capital privado y
planteo socialista, ¿no se está casi absolutamente en manos de esos capitales?
¿Cuándo se profundizan las medidas socialistas? Y profundizarlas quiere decir:
¡profundizarlas! ¿Saldrá ese nuevo producto superador de la Asamblea?
Quizá esta cierta lentitud que vemos en la implementación del socialismo
se deba a la forma misma en que nació todo este proceso: no fue la revolución
de abajo, del pobrerío que salió a tomar el país, sino que vino de arriba, como
proceso cupular. Un día apareció Chávez hablando de socialismo, y nos enteramos
que íbamos rumbo al socialismo del Siglo XXI. Así nació, y esa fue la marca de
origen: de arriba hacia abajo. Pero luego la población (ese pobrerío siempre
excluido) salió a rescatar al líder cuando el golpe de Estado, y comenzó la
construcción del proceso que ahora se vive. Esa marca, quizá, dejó huellas
indelebles: es un proceso tal vez demasiado centrado en la figura de un líder.
Poder popular es algo más que una consigna escrita en una pared, que una marcha
multitudinaria, que un funeral atorado de gente que llora a su presidente
muerto. Poder popular (¡la savia del socialismo!, ¡¡la verdadera savia del
socialismo, junto a la economía no basada en el lucro empresarial!!) es más que
ganar masivamente las elecciones (que no dejan de ser un mecanismo de la
institucionalidad capitalista).
La Asamblea Nacional Constituyente puede ser una buena oportunidad para dar ese
salto. Haber ganado, una vez más, una elección no significa que el socialismo
ya está instalado. No debe olvidarse que la guerra está al rojo vivo, y un
llamado a la paz no necesariamente tranquiliza a los tiburones que acechan. En
todo caso, la paz hay que construirla y asegurarla con algo más que buenas
intenciones. De momento las fuerzas armadas parecen una garantía. ¿Habrá ya
quintacolumnas esperando el momento? Seguramente sí.
Sin el más mínimo ánimo de ser aguafiestas y empañar la celebración del
triunfo popular del pasado domingo, la pregunta de ¿hacia dónde va el proceso?
es absolutamente válida. Más aún: es imprescindible.
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