Cuando el imperio acosa sin tregua a Venezuela
y la oposición no vacila en usar la violencia para derribar
a la Revolución Bolivariana, en Ecuador observamos un cisma desconcertante
sobre todo porque es sumamente prematuro.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El
lunes 10 de julio de 2017 el ex presidente Rafael Correa dejó el país rumbo a
Bélgica, país en el cual se dedicará a sus asuntos familiares y a dictar
conferencias. Fue una decisión personal no buscar una segunda reelección,
después de gobernar a Ecuador durante 10 años. Los seguidores de los gobiernos
progresistas sentimos un respiro profundo cuando el 19 de febrero de 2017,
Lenín Moreno ganó las elecciones presidenciales al banquero Guillermo Lasso con
una diferencia de 2.32%. Fue desconcertante por ello, que habiendo asumido la presidencia el 24 de
mayo, pronto se empezaron a advertir las
fisuras entre él y su antecesor. Moreno
ha enfatizado que gobernará con un “nuevo estilo” y que buscará “la
reconciliación” del país. Expresiones
que sugieren un distanciamiento y hasta censura con respecto al estilo
personal de gobernar de Rafael Correa. Por otro lado, las críticas del
expresidente a su sucesor fueron subiendo de tono, al extremo de que el día de su partida, en el mismo
aeropuerto, sin mencionar a su sucesor,
Correa dijo que el alegado “cambio de estilo”
era en realidad claudicaciones y entreguismo.
Cuando el imperio acosa sin tregua a Venezuela
y la oposición no vacila en usar la violencia para derribar
a la Revolución Bolivariana, en Ecuador observamos un cisma desconcertante
sobre todo porque es sumamente prematuro. Menos de un mes bastó para que Rafael
Correa y sus seguidores acusaran a Lenín Moreno de estar negociando con los
seguidores de Abdala Bucaram, de ubicar a varias de sus figuras representativas
en puestos claves del nuevo gobierno, de estar preparando un viraje económico en el mes de septiembre. Las acusaciones del
vicepresidente Jorge Glass hacia el presidente son duras y lo fueron aún más
cuando el 3 de agosto, el mandatario ecuatoriano prácticamente lo destituyó al
retirarle todas sus funciones y recursos.
¿Qué
acontece en Ecuador? En principio puede pensarse que Moreno buscó
desembarazarse de la improcedente influencia de un expresidente de recia personalidad. No debe
ser sencillo lidiar con un liderazgo carismático y de gran peso popular para un
flamante presidente. Causan inquietud las acusaciones de colocar en puestos gubernamentales claves a figuras
procedentes de las fuerzas políticas que la Revolución Ciudadana desplazó.
Correa siempre se enorgulleció de que su gobierno desplazó del mismo a sectores
financieros globalizados y los sustituyó por fuerzas diversas con una vocación
posneoliberal. Causa aún mayor inquietud leer el artículo de mi amigo y colega
Juan Paz y Miño, publicado en “El Telégrafo”, el día de la partida de Correa y
titulado “Corsi y Ricorsi”. Juan recuerda cómo después de un gobierno
progresista o revolucionario suele venir uno de carácter moderado o francamente
conservador. Así aconteció en México al
término del gobierno revolucionario de Lázaro Cárdenas (1934-1940), que fue
sucedido por los gobiernos de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) y Miguel Alemán
(1946-1952), los cuales empezaron a
desmantelar las conquistas sociales de la revolución mexicana.
Hoy
no puede decirse nada concluyente sobre el nuevo gobierno. Esperemos que en
efecto sea solamente un cambio de estilo.
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