La elección del 30 de
julio fue una victoria táctica del chavismo. Esa nueva situación dentro del
equilibrio inestable trajo efectos dentro de una derecha que volvió a
equivocarse furiosamente en su análisis del campo de batalla. Esa ventaja
chavista debe ser traducida en acciones urgentes.
Marco Teruggi / TeleSur
Estos meses de escalada
reconfiguraron el mapa interno de la derecha, que parece compuesta por tres
sectores, que, aunque sostienen posiciones diferentes -por pragmatismo o
convicción-, no parecen tener fronteras tan claras.
A esta hora la derecha
debía estar, según sus cálculos, en una posición de fuerza totalmente
diferente. O sentada en el Palacio de Miraflores, o en el despliegue de un
gobierno paralelo combinado con movilizaciones de masas y acciones violentas,
incluidas militares. Se había planteado la apuesta a todo o nada/ahora o nunca,
y hoy se encuentra en una disputa interna para ver cómo seguir, y no terminar
peor que al iniciar la escalada de los cien días.
Pasó lo que les suele
pasar: se equivocaron en sus análisis. Sobrestimaron la fuerza propia,
subestimaron al chavismo, leyeron de manera errada el estado de ánimo de las
masas, calcularon mal las coordenadas del campo de batalla. Y en las batallas
las responsabilidades son colectivas pero diferenciadas: el peso mayor recae
sobre los generales -así lo enseña, entre otros, el libro La extraña derrota,
de Marc Bloch-. Porque hubo una derrota, táctica en el marco de un equilibrio
inestable prolongado, pero derrota al fin, y eso trae cambios, facturas,
desbandadas y cambios de posiciones.
¿Por qué evaluaron de
manera equivocada las condiciones para la toma del poder de manera violenta? Se
combinan varios elementos. En primer lugar, la posición de clase de la
dirigencia. La dirección del movimiento estuvo y está en manos de hombres y
mujeres de la burguesía, la oligarquía, cuadros en su mayoría de clase
media-alta, formados en esa política e imaginario. Sería falso decir que no han
desarrollado estructuras en algunas zonas populares, pero no parecen de
dirección, y son minoritarias. A ese elemento se suma otro, agravante para sus
cálculos: una parte de su dirección, tanto venezolana como norteamericana, se
encuentra en el extranjero, en particular en Estados Unidos.
Esas lecturas, marcadas
por una distancia de clase y de país, se ensancharon por el efecto boomerang de
una sus fuerzas: las redes sociales. Asumieron que la dinámica expresada en las
redes era representativa del estado de ánimo de las mayorías. Pensaron que la
capacidad desplegada -con millones de dólares- en Twitter, Facebook, Instagram,
Youtube, era la que realmente existía, que la radicalidad allí expresada era la
radicalidad popular real.
De esa manera creyeron
que el gobierno estaba a un empujón de caer, que su respaldo popular era
minoritario y contralascuerdas, que las masas descontentas acompañarían su
llamado a la calle para sacar al “régimen”, y que su propia fuerza tenía
capacidad de desplegarse hasta alcanzar la masividad policlasista y nacional
necesaria. Esa combinación de elementos iba a tener a su vez incidencia sobre
factores políticos e institucionales del chavismo, que, al ver el ascenso
irrefrenable de las masas en su pedido de elecciones generales, se iban a
cambiar de bando. Solo sucedió con la Fiscal General y algunos dirigentes
intermedios puntuales -y no fue por las masas sino por cálculo y compra
política-. Lo más importante en ese plan era la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana: no se quebró.
Esos cálculos condujeron
a sostener la hipótesis de la salida violenta durante más de cien días. Con
puntos clave como el anuncio de que sería elegido el próximo presidente en
elecciones primarias. Lo había proclamado Ramos Allup, el primero en decir
luego que participará en las elecciones regionales. Entre un anuncio y el otro
pasaron quince días, y en el medio una fecha clave: la victoria electoral del
30 de julio, con más de 8 millones de votos en contra de la violencia opositora
y en respaldo a una solución democrática en manos del chavismo. La derecha
desconoció públicamente los resultados, pero su impacto fue innegable, abrió un
reacomodo de posiciones y cambio de táctica en desarrollo.
Las conclusiones fueron
la inversión de sus premisas: el chavismo no estaba nocaut y dio una lección
histórica, los sectores populares miraron en su mayoría desde lejos a la
dirigencia opositora y rechazaron la violencia, la fuerza propia -compuesta por
su base social ampliada, los grupos de choques, y sectores paramilitares- no
alcanzó a quebrar el cuadro de empate. Tomar el poder por la fuerza es
insostenible con esas coordenadas. Cayeron entonces uno tras otro en el anuncio
esperado: la participación en las elecciones bajo el ordenamiento del mismo
poder electoral que acusan de ilegal, ilegítimo y fraudulento. Freddy Guevara,
de Voluntad Popular, ya anunció que el “camino es electoral”.
Algunos todavía no se han
pronunciado, producto de desacuerdos, incapacidad para una disputa electoral
-como María Corina Machado-, tensión con una base social defraudada a la cual
le prometieron un poder inminente para anunciarle cien días después una vía
electoral, y crisis interna. Estos meses de escalada reconfiguraron el mapa
interno de la derecha, que parece compuesta por tres sectores, que, aunque
sostienen posiciones diferentes -por pragmatismo o convicción-, no parecen
tener fronteras tan claras.
1. El primero está
conformado por los partidos de derecha más históricos, como Acción Democrática
presidido por Ramos Allup, que, aunque acompañó la escalada de violencia, su
apuesta reside y residió en la estrategia del desgaste del gobierno -en
particular por el efecto de los ataques económicos- para acumular en votos el
descontento popular, y apostar a victorias electorales.
2. El segundo está
dirigido, por ejemplo, por Voluntad Popular y Primero Justicia -cuyos
dirigentes están inhabilitados para presentarse como candidatos- y fue quien
apostó a la salida por la fuerza, trabajó en la
conformación/financiamiento/entrenamiento de grupos de choque, y se vinculó de
manera directa con sectores paramilitares.
3. El tercer grupo es el
que se ha autodenominado “resistencia” y se ha multiplicado en varios nombres
según las zonas del país. El discurso es el del rechazo a la traición de los
dirigentes que aceptaron ir a las elecciones, la necesidad de escalar en la
confrontación callejera, y la reivindicación de las acciones de violencia -como
los ataques el día de las elecciones-. Sus espacios comunicacionales son
centralmente las redes sociales y Miami. Resulta difícil saber si se trata de
un proceso de relativa espontaneidad, o la “resistencia” fue creada para
desplegar acciones planificadas, por ejemplo, por el segundo sector, bajo otra
identidad. ¿Cuánto son, quiénes dirigen? Según algunas propias declaraciones
maiameras, son grupos dispersos que no tienen centro de mando.
Desde ese análisis se
puede entender por ejemplo la acción del domingo en Fuerte Paramacay. No se
trata, como los ataques a cuarteles durante los meses de mayo/junio/julio, de
medidas en el marco de una escalada que busca acorralar, de ofensiva. Pareciera
más bien un intento de mantener medidas de alto impacto -con fuerte repercusión
internacional- junto con la preparación de los grupos más radicales. La autoría
del hecho debería buscarse en el tercer sector -que parece vinculado, por
debajo de la mesa, al segundo, y a dirigentes de la derecha como el senador
norteamericano Marco Rubio-. Seguramente intenten más acciones como esta, o
mayores. Hay síntomas de desesperación, y eso puede traer violencia y apuestas
más radicales.
A este cuadro deben
agregarse las dos principales líneas de fuerza de la derecha: la económica y el
frente internacional. En el primer caso se ha visto como luego del 30 de julio
se produjo un ataque frontal contra la moneda al aumentar vertiginosamente el
dólar paralelo. El objetivo es disparar los precios, desgastar a la población,
distanciarla de esa manera del gobierno, agravar el cuadro de dificultad
material, intentar asfixiar los cotidianos de las clases populares. En cuanto a
lo internacional, la escalada sigue dirigida desde los Estados Unidos, con
apoyo central desde Colombia y los gobiernos subordinados de la región.
El resultado es que la
derecha ha vuelto a depender de dos estrategias que expresan su incapacidad.
Una es golpear a la población para llevarla al desespero e intentar traducir
esa situación en votos. La otra es pedir la intervención norteamericana,
disfrazada de la forma que sea necesaria. Esa realidad es muestra de debilidad
y no de fuerza.
La elección del 30 de
julio fue una victoria táctica del chavismo. Esa nueva situación dentro del
equilibrio inestable trajo efectos dentro de una derecha que volvió a
equivocarse furiosamente en su análisis del campo de batalla. Esa ventaja
chavista debe ser traducida en acciones urgentes. La principal, además de la
justicia, es la económica, y, se sabe, la economía es concentración de
política. Ahí parece estar el desafío central de la revolución.
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