A las actuales
generaciones de costarricenses nos
incumbe el deber de refundar la
República. Para lograrlo se requiere conformar un frente patriótico que sirva
de trinchera a nuestro pueblo para consolidar y profundizar la mayor conquista democrática de su
historia, como es el Estado Social de Derecho.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
Como toda obra humana,
la democracia real es siempre imperfecta. Prueba de ello es que, al final de un
período histórico, los sectores hasta entonces marginados, especialmente las
nuevas generaciones, se muestran insatisfechos; por lo que exigen que se dé un
salto hacia adelante; lo cual provoca una
reacción de los sectores conservadores que fueron los grandes
beneficiados durante ese período, pero
que ahora dan signos inequívocos de decadencia. Por lo que surgen otros
sectores hasta entonces marginados, especialmente de las nuevas generaciones, que pujan por impulsar reformas que abran nuevos horizontes
ensanchando y consolidando la
democracia. Para lograr lo cual se requiere
que surja un nuevo sujeto histórico que se convierte en portaestandarte
de un nuevo proyecto político que represente un salto un cualitativo en todos
los aspectos de nuestra vida como
nación. A la luz de estas ideas, echaré un esquemático vistazo a nuestro pasado
para luego lanzar una mirada hacia lo
que considero deberíamos hacer en el presente para construir nuestro futuro.
Lo que hoy es Costa Rica surgió en la época de
la Colonia bajo el gobierno de la dinastía de los Austria en los siglos XVI y
XVII. Hubo, como en todas las colonias iberoamericanas, un mestizaje. Este
período se caracterizó por un descenso demográfico. Desde el punto de vista del
modo de producción, éste fue predominantemente esclavista y hegemonizado
políticamente por unas pocas familias
oligárquicas afincadas en Cartago, la capital colonial y por la burocracia
que representaba al régimen monárquico. El siglo XVIII se caracterizó
por el crecimiento demográfico y de tránsito hacia una nueva organización política inspirada en las
ideas de la Ilustración francesa. En la metrópoli colonial, luego de una
cruenta y prolongada guerra civil (1700-1714) se impone una nueva familia
monárquica, rama de la dinastía francesa, los Borbones. Consecuencia de lo
anterior, se producen en Costa Rica a finales de siglo cambios profundos
inspirados en las reformas de Carlos III. La vertiente del Valle Central toma
la hegemonía del país con las ciudades de San José y Alajuela. Esta hegemonía
se va a acentuar con el advenimiento de la República luego de la Independencia
(1821). Consecuencia de lo anterior se da una especie de “revolución”,
entendiendo por tal un cambio en la
hegemonía de la clase social dominante, con nuestra primera guerra civil: La
Batalla de Ochomogo (5 de Abril de 1823), en que los liberales de San José y
Alajuela derrotan a los conservadores de Cartago y Heredia. Las reformas
constitucionales de Carrillo consolidan estas conquistas y ponen las bases del
Estado Nacional, la mayor conquista de los procesos democráticos de Costa Rica
en el siglo XIX. La crisis mayor que ha
tenido nuestro país sobreviene con la invasión filibustera, lo que provoca Nuestra
Guerra Patria en 1856. Esta guerra nos da nuestra identidad como nación
soberana. A finales del siglo XIX surge otra crisis con el enfrentamiento entre
la Iglesia y el ya consolidado Estado Nacional bajo el férreo liderazgo de los liberales. La Iglesia pierde la hegemonía
ideológica que venía ejerciendo desde los días de la Colonia. En los 40s del
siglo pasado Costa Rica se vio ensangrentada por la Guerra Civil de 1948; pero
gracias a las reformas de 1943 y de la Junta de gobierno (1948-49), se
consolida el Estado Social de Derecho en la Constitución de 1949, actualmente
vigente. Lo cual constituye el mayor logro del pueblo costarricense en su
historia, luego de la creación del Estado Nacional en el siglo XIX. Estos
logros inspiran las grandes líneas de los gobiernos posteriores, especialmente
el de Oduber (1974-78), hegemonizados por un Partido Liberación todavía
socialdemócrata.
Pero estos
impresionantes avances en nuestro sistema democrático comienzan a ser
sistemáticamente cercenados cuando el
FMI, en plena complicidad con la oligarquía criolla desde la primera
administración de los hermanos Arias (1986-90) imponen los planes de reforma
del Estado. Desde entonces las imposiciones del FMI tienen en la práctica más
vigencia que nuestra Constitución, con lo que se impone al país un rumbo que va
a contrapelo de nuestra ejemplarizante historia democrática.
Hoy Liberación, fuertemente desgarrado por dos corrientes antagónicas hegemonizadas
por Oscar Arias y José María Figueres, respectivamente, ha elegido como su
candidato presidencial a Antonio Alvarez, apoyado por los Arias; porque Toño, por sí solo, no representa mayor cosa en ese partido. Lo
que resulta preocupante es que Oscar se ha convertido, para vergüenza y
deshonra de la Patria de Juanito Mora, en una especie de vocero y socio menor,
al igual que su “amigo” el expresidente español Felipe González, del magnate
mejicano Carlos Slim, el hombre más poderoso económica y políticamente que
haya habido nunca en la región. Slim aspira a monopolizar las
telecomunicaciones de Cota Rica y, desde esa posición imponer los gobernantes,
como lo hace en México. Esto explica que
lo único que Oscar Arias le pidió a Antonio Alvarez Desanti, luego de que éste
fuera a rendirle pleitesía inmediatamente después de haber ganado la
candidatura de Liberación, fue que, en un eventual gobierno suyo, iniciara la
privatización del ICE; lo cual, demás
está decirlo, constituiría un golpe mortal al Estado Social de Derecho, que es
la base de la estabilidad política de que gozamos los costarricenses desde
1949. Hoy Oscar sueña con volver, a
través de Alvarez Desanti, al ariato y
su “dictadura en democracia”. Para
evitar tan grave amenaza a nuestro régimen
democrático, a las actuales
generaciones de costarricenses nos
incumbe el deber de refundar la
República. Para lograrlo se requiere conformar un frente patriótico que sirva
de trinchera a nuestro pueblo para consolidar y profundizar la mayor conquista democrática de su
historia, como es el Estado Social de Derecho. La campaña electoral que se acaba de iniciar debe servirnos de
punto de partida para esta nueva campaña nacional, como lo hiciera Don Juanito
en 1856.
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