Está claro: la derecha
lanza acusación de corrupción y quiebra económica a los gobernantes populares.
Esa es su arma, al margen de su propia corrupción -a menudo copiosa-, y de su
propio fracaso económico.
Roberto Follari / El
Telégrafo
Las experiencias posnacional/populares
en Brasil y la Argentina, dibujan no solo la estrategia del golpe blando que en
su momento se utilizó para deslegitimar a esos gobiernos, sino también los
mecanismos para lograr apoyo hacia administraciones antipopulares y de claro signo
neoliberal. Ajustes, tarifazos, bajas salariales, aumento de la pobreza y la
desocupación, han sido justificados por los supuestos males atribuidos al
gobierno anterior. De tal modo que si sus nuevas políticas que implican
endeudamiento externo y liquidación de derechos sociales resultan dolorosas
para amplios sectores sociales, lanzan que ‘la culpa es del gobierno anterior’.
Esa es la forma de justificar sus propios problemas y sus nefastas políticas,
propuestas desde organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial.
¿Cuáles serían esos
males anteriores? Supuesta o real, la corrupción que se atribuye a esos
gobiernos previos. Por cierto, no hay la menor intención redentora de ir contra
la corrupción en estos nuevos gobiernos, que están llenos de corruptos, tanto
en el caso de Macri como en el de Temer (ambos enfrentan importantes causas
judiciales).
Pero no se trata de
lucha contra la corrupción: se trata de campañas contra los gobiernos
populares, que apelan al pretexto de la corrupción. Si tal corrupción fue real
o inexistente, grande o pequeña, poco importa: lo importante es enlodar a las
políticas y los políticos que mejoraron la vida de la población, asociar las
decisiones que promovieron acceso a derechos sociales con la rapiña de los
recursos estatales (a pesar de que son siempre los sectores sociales
hegemónicos y sus gobiernos de derecha los que han repetidamente usado el
Estado para sus propios fines y negociados, dado que son los que mueven altas
finanzas a niveles nacionales e internacionales). Además de agitar el fantasma
de la corrupción, se trata de hablar de la ‘pesada herencia económica’.
Gobiernos que se han
sostenido mucho tiempo, de pronto -según el macrismo neoliberal- estaban por
caerse, habían dejado el país al borde del caos económico, no podrían haberse
mantenido siquiera por unos meses más, y parecidos sofismas, que sirven tanto a
atacar a quien antes estuvo a cargo del gobierno, como a justificar las malas
medidas propias del posterior, como si estas hubieran sido motivadas no por su
propia decisión, sino por la alegada ‘pesada herencia’, por las ‘enormes
dificultades’, y parecidos justificativos.
Lo cierto es que, en el
caso argentino, queda clara la trampa: quien recibió un país devastado y
quebrado fue Néstor Kirchner... eso sí fue pesada herencia. Con una deuda
externa impagable -que fue producida en parte por Sturzenegger, actual alto
funcionario de Macri-, Kirchner se decidió a una monumental, lenta y paciente
tarea de negociación para la recomposición de precio de los bonos de esa deuda,
y terminó pagándolos solo a una tercera parte de su valor inicial, permitiendo
con esto que la Argentina renaciera de las cenizas económicas en que se
hallaba. Pero no: la receta neoliberal nos dirá que fue el gobierno popular y
su presidente o presidenta, quien dejó exhaustas las arcas del país.
Notoriamente hay que decir eso, según una convención que parece haber sido
inventada en Washington, y se empieza a practicar y reiterar en diversas
latitudes.
Está claro: la derecha
lanza acusación de corrupción y quiebra económica a los gobernantes populares.
Esa es su arma, al margen de su propia corrupción -a menudo copiosa-, y de su
propio fracaso económico (visible en Temer, agudo en el primer año y medio de
Macri). Ya hay suficientes datos para caracterizar esta condición del presente
latinoamericano, y para estar atentos frente a ella y su innegable amplia
propagación.
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