La Sobrecarga de la
Tierra es el resultado del tipo de economía dilapidadora de las “bondades de la
naturaleza”, como dicen los andinos, deforestando, contaminando aguas y suelos,
empobreciendo ecosistemas y erosionando la biodiversidad.
Leonardo Boff / El
Telégrafo
El día 2 de agosto de
2017 sucedió un hecho preocupante para la humanidad y para cada ser humano
individualmente. Fue el día anual de la ‘Sobrecarga de la Tierra’ (Overshoot
Day). Es decir: fue el día en que gastamos todos los bienes y servicios
naturales, básicos para sustentar la vida. Estábamos en verde y ahora entramos
en números rojos, o sea, en un cheque sin fondos. Lo que gastemos de aquí en
adelante será violentamente arrancado a la Tierra para atender las
indispensables demandas humanas y, lo que es peor, para mantener el nivel de
consumo perdulario de los países ricos.
A este hecho se le suele
llamar ‘Huella Ecológica de la Tierra’. Mediante ella, se mide la cantidad de
tierra fértil y de mar necesarios para generar los medios de vida
indispensables como agua, granos, carnes, peces, fibras, madera, energía
renovable y otros más. Disponemos de 12 mil millones de hectáreas de tierra
fértil (selvas, pastos, cultivos) pero necesitaríamos en realidad 20 mil
millones.
¿Cómo cubrir este déficit
de 8 mil millones? Chupando más y más de la Tierra… ¿pero hasta cuándo? Estamos
descapitalizando lentamente a la Madre Tierra.
No sabemos cuándo llegará
su colapso, pero, de continuar con el nivel de consumo y desperdicio de los
países opulentos, vendrá, con consecuencias nefastas para todos.
Cuando hablamos de
hectáreas de tierra, no pensamos solamente en el suelo, sino en todo lo que él
nos permite producir, como por ejemplo, maderas para muebles, ropas de algodón,
tinturas, principios activos naturales para la medicina, minerales y otros.
En promedio cada persona
necesitaría para su supervivencia 1,7 hectárea de tierra. Casi la mitad de la
humanidad (43%) está por debajo de este valor, como los países donde hace
estragos el hambre: Eritrea con huella ecológica de 0,4 hectáreas, Bangladesh
con 0,7, Brasil, por encima de la media mundial con 2,9.
El 54% de la población
mundial va mucho más allá de sus necesidades, como Estados Unidos con 8,2
hectáreas, Canadá 8,2, Luxemburgo 15,8, Italia 4,6 e India 1,2.
Esta Sobrecarga Ecológica
es un préstamo que estamos tomando de las generaciones futuras para nuestro uso
y disfrute actuales. Pero cuando les llegue el turno a ellas, ¿en qué
condiciones van a satisfacer sus necesidades de alimento, agua, fibras, granos,
carnes y madera? Podrían heredar un planeta depauperado.
Tememos que nuestros
descendientes, mirando hacia atrás, acaben maldiciéndonos: “ustedes no pensaron
en sus hijos, nietos y bisnietos; no supieron ahorrar y desarrollar un consumo
sobrio y frugal para que quedase algo bueno de la Tierra para nosotros, y no
solo para nosotros, también para todos los seres vivos, que necesitan aquello
que nosotros apreciamos”.
Esto nos trae a la
memoria las palabras del indígena Seattle: “Si todos los animales se acabasen,
el ser humano moriría de soledad de espíritu, porque todo lo que sucede a los
animales, le sucederá también al ser humano, pues todo está interrelacionado”.
Lo que predomina en el
mundo es una perversa injusticia social, cruel y despiadada: el 15% de los que
viven en las regiones opulentas del norte del planeta dispone del 75% de los
bienes y servicios naturales y del 40% de la tierra fértil. Algunos millones de
personas, cual perros famélicos, deben esperar las migajas que caen de las bien
servidas mesas de aquellos.
En verdad la Sobrecarga
de la Tierra es el resultado del tipo de economía dilapidadora de las “bondades
de la naturaleza”, como dicen los andinos, deforestando, contaminando aguas y
suelos, empobreciendo ecosistemas y erosionando la biodiversidad.
Estos efectos son
considerados “externalidades”, que no afectan al lucro y no entran en la
contabilidad empresarial. Pero afectan la vida presente y futura.
El eco-economista
Ladislau Dowbor, de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo, en su
libro Democracia económica (Vozes 2008) resume el problema con palabras claras:
“Parece bastante absurdo, pero lo esencial de la teoría económica con la cual
trabajamos no considera la descapitalización del planeta. En la práctica, en
economía doméstica, sería como si sobreviviésemos vendiendo los muebles, la
plata de la casa... y creyésemos que con ese ingreso podríamos seguir viviendo
con normalidad, y que estaríamos administrando bien nuestra casa. Estamos
destruyendo el suelo, el agua, la vida en los mares, la cobertura vegetal, las
reservas de petróleo, la capa de ozono, el propio clima, pero lo que contabilizamos
es solo la tasa de crecimiento”.
Esta es la lógica vigente
de la actual economía de mercado neoliberal, irracional y suicida. De modo
radical yo diría: el ser humano se está revelando como el Satán de la Tierra y
no su ángel de la guarda.
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