Contra
Cristina, contra Lula, contra las elecciones venezolanas hay una campaña
furibunda, mentirosa, terriblemente agresiva y violenta. Es la guerra. Solo así
puede verse, como la guerra. Pero es una guerra en curso en la que a veces se
pierden batallas y otras veces se ganan. El fantasma de eso que la derecha ha
llamado el “populismo” latinoamericano está resultando muy duro de matar.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
Es
evidente que eso que desde la derecha llaman, despectivamente, el “populismo”
latinoamericano, y que nosotros preferimos llamar opciones nacional-populares,
atraviesa un momento de dificultades. Esa derecha que lo trata y nombra tan
despectivamente ha pasado a la ofensiva y ha reconquistado espacios de los que
había sido desplazada por lo que podríamos catalogar como avalancha
nacional-popular de la primer década del siglo XXI.
Después
de casi veinte años de iniciado ese proceso nacional-popular, o progresista, o
posneoliberal, o de izquierda, como quiera llamársele, debería hacerse un
balance para identificar pros y contras, aciertos y yerros, fortalezas y
debilidades, con vistas a consolidar propuestas hacia el futuro.
Es
necesario pero también es importante. América Latina se transformó, durante las
dos primeras décadas del siglo XXI, en el principal referente de alternativas
frente al neoliberalismo, de donde se desprende que de su éxito o fracaso
dependan en mucho las posibilidades de expansión o restricción de experiencias
similares en la misma América Latina como en otras partes del mundo,
especialmente Europa.
El
efecto de demostración positiva que el éxito de las experiencias latinoamericanas
pudiera eventualmente tener en el mundo fue clara y tempranamente detectado por
la derecha. No se trató, solamente, de defender intereses locales, en cada
país, sino, más ampliamente, de frenar las posibilidades de expansión de “la
mancha” progresista.
El
ascenso de las opciones nacional-populares la tomó desprevenida. Luego del
derrumbe del “socialismo real” entre 1989 y 1991, año del destrame definitivo
de la Unión Soviética, prevaleció en ella el triunfalismo; y en las izquierdas
el pesimismo.
Por eso
el triunfo de Chávez en Venezuela fue
una campanada inesperada. No porque en Venezuela no se vivieran las condiciones
objetivas que propiciaran un cambio de rumbo, sino porque las subjetividades
estaban teñidas por el pesimismo y el derrotismo. Tan es así, que incluso desde
la izquierda su arribo al poder fue visto con escepticismo; en esos momentos,
en América Latina soló Fidel quebró lanzas por él, incluso antes de que ganara
las elecciones de 1998.
El
perfil del nuevo régimen venezolano sorprendió y encendió esperanzas; cambió la
subjetividad prevaleciente y se transformó en una ola con repercusiones
continentales. Se convirtió, más tarde, en un referente, en un símbolo que se
sintetizó en un concepto: el chavismo.
Dice
la derecha que el chavismo polarizó a nuestras sociedades. Mentira. El chavismo
lo que hizo fue evidenciar las diferencias ya existentes, que parecían
naturales de tanto convivir con ellas, y mostrar que no había necesidad de
esperar por el ansiado desarrollo que prometían eternamente las élites
oligárquicas para solucionarlas. El chavismo fue un golpe, una esperanza. Abrió
una nueva época.
Y
después siguió lo que siguió: Brasil Ecuador, Argentina, Paraguay.
Independientemente del valor del kirschenismo o del lulismo, el chavismo fue el
detonante y, durante la vida de Chávez, el que, como pedía el Che, jalaba a los
demás desde adelante y no empujaba desde atrás.
En
América Latina, el continente más desigual del mundo, las políticas que
impulsaron los gobiernos de esta ola mostraron a las grandes mayorías que sí se
podía, que la postración no era una maldición bíblica de la que no se podía
escapar. Por eso no solo les dieron su apoyo sino que se incorporaron a los
espacios de participación que se les fueron abriendo; fueron no solo objeto
sino sujetos activos del nuevo rumbo.
Ese
empoderamiento de los más, de esas mayorías hasta entonces siempre postergadas,
fue visto como “igualamiento” abusivo por quienes estaban acostumbrados a
disfrutar los frutos del progreso solo para ellos.
La arremetida
ha sido brutal contra todos, pero especialmente contra Venezuela; en primer
lugar porque es un símbolo, pero también por otras razones, algunas de ellas
perfectamente conocidas, como el de ser un país riquísimo en recursos
naturales; pero también por su enorme valor geoestratégico en la confluencia
entre la masa continental y el Caribe.
Esa
arremetida ha tenido éxito parcial en algunos países. Argentina y Brasil son
los ejemplos más claros y conocidos, pero hay otros triunfos que han
conseguido, menos evidentes, tal vez más silenciosos, como lo que parece estar
pasando en Ecuador, en donde la presidencia de Lenin Moreno asume posturas
conciliadores con quienes apoyan abiertamente al neoliberalismo.
Pero
no la tienen fácil. En Argentina, Cristina Fernández lanza su candidatura al
Congreso, en donde por demás realizó buena parte de su ya larga carrera
política y, quien lo duda, seguramente será la base para volver en algún
momento, con buenas posibilidades, a disputar la presidencia de la república.
En Brasil, Lula es el político más apoyado, el más querido, el que tiene más
posibilidades de ganar las próximas elecciones de 2018.
Y en
Venezuela, las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente mostraron el
apoyo masivo que sigue teniendo, a pesar de todas las dificultades, la
Revolución Bolivariana.
Contra
todos ellos, contra Cristina, contra Lula, contra las elecciones venezolanas
hay una campaña furibunda, mentirosa, terriblemente agresiva y violenta. Es la
guerra. Solo así puede verse, como la guerra. Pero es una guerra en curso en la
que a veces se pierden batallas y otras veces se ganan. El fantasma de eso que
la derecha ha llamado el “populismo” latinoamericano está resultando muy duro
de matar. Guay y no se les agüe la fiesta a quienes han echado las campanas al
vuelo. Porque las grandes mayorías “han echado a andar, y su paso de gigante…”
(a buen entendedor, pocas palabras).
No hay comentarios:
Publicar un comentario