Cuando
pareciera que el terrorismo está siendo definitivamente derrotado en Irak y
Siria, la alianza saudita-israelí, podría estar creando en el Líbano un nuevo
frente de guerra en el Medio Oriente, y con ello, otro incendio incontrolable
para Occidente.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con
Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
En marzo de 2012, hace cinco años y medio
escribí un artículo en el que intentaba desmontar una engañosa idea que ponía y
pone el centro del conflicto del Medio Oriente en un lugar en el que no está.
Se había cumplido un año del inicio de la llamada “primavera árabe”, y habían
transcurrido solo unos meses desde el atroz asesinato de Muamar El Gadafi, la
guerra en Siria apenas comenzaba.
Ahí decía: “En relaciones internacionales es
común hablar de `conflicto árabe-israelí´, sin embargo cuando alguien se
introduce con cierta profundidad en el tema verá que ello en realidad hace
alusión a la política expansionista del estado israelí en contra del pueblo
palestino violando la justa y legítima respuesta de éste.
Lo que ocurre en realidad es la confrontación
entre los aliados de Estados Unidos y Europa que pueden ser árabes y/o
israelitas y los pueblos árabes doblemente oprimidos por la intervención
imperial en sus territorios en connivencia con sus gobiernos y el carácter
represivo, autoritario y antidemocrático de la mayoría de los gobiernos de la
región. Es así, que Israel tiene excelentes relaciones con una buena cantidad
de gobiernos de los países árabes con los que supuestamente está en conflicto.
Israel, las monarquías autocráticas y los
gobiernos reaccionarios del Medio Oriente y el norte de África han establecido
una virtual alianza bajo la égida de Gran Bretaña primero y Estados Unidos
después… La falacia de un supuesto conflicto alimentado desde Occidente no hace
más que sostener un mercado vital para el mantenimiento de un modelo de
sociedad decadente”.
Todavía en ese momento, era posible disfrazar
la realidad, pero las evidencias de hechos recientes, se han encargado de
quitar las máscaras y dar la certidumbre de que lo expuesto en aquel entonces,
se ha transformado en un escenario triste y lamentable que prefigura los
acontecimientos políticos más relevantes del Medio Oriente y del norte de
África. La alianza comandada por Estados Unidos e integrada por Arabia Saudita,
Israel y casi todas las monarquías del Golfo Pérsico han destapado sus
verdaderas intenciones para justificar los más terribles desmanes, el apoyo y
protección al terrorismo en Irak y Siria, una despiadada guerra contra el
pueblo yemení y las violaciones más flagrantes al derecho internacional y al respeto
de los derechos humanos. Sólo en Irak se habla de entre 1.2 y 1.4 millones de
muertos, en Siria de alrededor de 450 mil fallecidos y en Yemen de 40 mil,
además de la peor crisis humanitaria de la historia reciente en la que se
cuentan 850 mil ciudadanos que contrajeron el cólera por las insuficientes
condiciones de salubridad, así como 14.8 millones de personas que carecen de
servicios básicos de salud y 14.5 millones, de agua potable según cifras de la
Organización Mundial de la Salud (OMS).
Mientras ello ocurre, los proyectos de la
alianza saudita-israelí no han podido ser cumplidos: Bashar El Assad continúa
en el poder en Siria y sus fuerzas armadas han derrotado virtualmente a ISIS y
a las otras organizaciones terroristas, el ejército iraquí ha recuperado la
casi totalidad del territorio nacional, los huthies de Yemen mejoran día a día
su capacidad y disposición combativa y comienzan a dar certeros golpes a las
fuerzas sauditas invasoras en su propio territorio.
La desesperación ha comenzado a cundir al
interior de la monarquía wahabita y el reino comienza a mostrar sus grietas. El
brutal dispendio económico que significa mantener el nivel de vida de la
familia monárquica, los gigantescos gastos de financiamiento del terrorismo y
el mantenimiento de la guerra en Yemen, ha hecho mermar los fondos de las arcas
reales. La respuesta ha sido comprar armas a Estados Unidos por valor de 110
mil millones de dólares durante la reciente visita del presidente Trump a
Riad¬¬, a fin de intentar dar un vuelco a la situación bélica en el sur de la
península arábiga, lo cual parece poco probable. A cambio, el presidente
estadounidense se ha comprometido a dar carta blanca a todas las acciones de la
alianza saudita-israelí en la región.
De la misma manera, se han tomada una serie de
medidas de carácter interno a fin de intentar mantener la cohesión social y la
gobernabilidad del país, ante las cada vez mayores manifestaciones de
descontento popular que han llevado a incrementos de la represión, sin temor a
críticas por el apoyo occidental a tales prácticas. Buscando dar salida a la
tensa situación, el rey Salmán destituyó a quien había nombrado como sucesor,
para designar en su lugar a su hijo Mohamed Bin Salmán, a quien además le concedió
la titularidad del ministerio de defensa, por lo cual le ha correspondido
dirigir la desastrosa campaña de Yemen.
Con el objetivo de dar un carácter
institucional al relevo en la máxima jerarquía del gobierno, el 4 de noviembre
pasado, el rey creó un Comité anti corrupción poniendo al frente, al mismo
Príncipe Mohamed, quien como una manera de abrirse paso a su futuro reinado y
en lo que en los hechos, ha sido un auto golpe de Estado, mandó a detener a 201
altos cargos del gobierno, las fuerzas armadas, gobernadores provinciales, y
empresarios a quienes se le confiscaron o congelaron alrededor de 800 mil
millones de dólares que pasarán a las arcas del Estado, a fin de permitirle al
príncipe pagar deudas, dar continuidad a la guerra en Yemen y financiar el terrorismo, después que el
gobierno monárquico se vio obligado a recurrir
a los mercados crediticios y a los fondos de su reserva nacional, para
contener la acelerada crisis de su economía. Los empresarios detenidos, algunos
de ellos considerados entre los mayores millonarios del reino y del mundo,
están siendo sometidos a apremios y torturas para que declaren dónde se
encuentran sus capitales, que necesitan ser repatriados a Riad. Entre estos
magnates arrestados se encuentran los propietarios de algunas de las
principales cadenas de medios de comunicación del mundo árabe: MBC, ART y
Orient. Con estas acciones, el príncipe heredero se garantizó el control de las
finanzas, los medios de comunicación, las fuerzas armadas y los gobiernos
locales, completando de esa manera un exitoso e incruento autogolpe de Estado.
Con el objetivo de “lavar la cara” de la
monarquía y mostrar una faz más agradable al mundo, Mohamed ha perseguido y
reducido a líderes wahabitas radicales, intentando revelar una posición modernizante
en los marcos de una lógica occidentalizada, lo que permite entender las
razones del diseño de su programa estratégico denominado “Visión 2030”
encaminado a remozar la economía saudita, elevando sus niveles de producción
industrial y tecnológico, con el fin de reducir la dependencia de la producción
petrolera.
En el trasfondo, lo que subyace, es el impacto
en la monarquía del incremento e intensificación del prestigio de Irán en
desmedro de su propia capacidad de influir en los acontecimientos políticos de
la región. Para ello, con la congratulación y el visto bueno de Estados Unidos
ha dado un paso audaz, al establecer una alianza estratégica con quien
supuestamente era su adversario histórico: Israel. Así, ha configurado un
esquema a partir de la común enemistad de ambos regímenes con Irán, acusándolo
de estar tras los últimos y exitosos ataques de las fuerzas militares yemeníes
conducidos por el movimiento Ansar Allah que le han permitido consolidar las
acciones bélicas en la profundidad del territorio saudita.
Asimismo, buscando crear un nuevo escenario de
conflicto que le proporcione la segura intervención de Israel y el
afianzamiento de una alianza con el régimen sionista, Arabia Saudita forzó la
inexplicable renuncia del primer ministro libanés Saad Al Hariri, mientras
visitaba Riad, para mantener consultas con el gobierno, actuando como si fuera
el embajador saudita en Líbano y no el jefe de gobierno de un país
independiente. Aunque Hariri es un antiguo aliado de la casa Saúd, que suministró
importante ayuda financiera para el imperio empresarial de su familia, informes
provenientes de la región afirman que el primer ministro libanés está
secuestrado en Riad, sin poder regresar a su país. La extraña justificación
para su renuncia fue que el movimiento Hezbollah libanés intentaba asesinarlo,
sin presentar ninguna prueba de tal acusación, la cual fue inmediatamente
desmentido por el propio líder de la organización Hasan Nasrallah. La monarquía
saudita en un acto de extrema y absurda impotencia declaró que el Líbano le
había declarado la guerra, sin que mediara argumento alguno que sostuviera tan
grave imputación. El objetivo final es la creación de condiciones para una
nueva invasión sionista a El Líbano, de manera de involucrar a Hezbollah en tal
conflicto desviándolo de su misión de apoyo al gobierno sirio en la lucha
contra el terrorismo.
Cuando pareciera que el terrorismo está siendo
definitivamente derrotado en Irak y Siria, la alianza saudita-israelí, podría
estar creando en el Líbano un nuevo frente de guerra en el Medio Oriente, y con
ello, otro incendio incontrolable para Occidente, que tendrá que valorar que
tal conflagración se producirá en una zona aún más cercana a Europa, en la
misma frontera del régimen sionista y contra la única fuerza que lo derrotó en
el pasado.
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