El
expresidente encarna la derecha más feroz del continente, esa derecha que teme
a la inteligencia, que busca eliminar al otro, que siente nostalgia por un
pasado colonial y decimonónico, que sigue atado a la lógica de la guerra fría y
que expresa una oprobiosa cultura del terror.
Carlos
Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
El largo
conflicto armado en Colombia tuvo un alto costo humano y dejó exhausta a la
sociedad colombiana. Desde muchos años atrás diversos sectores de derecha,
centro e izquierda, coincidieron en que era un conflicto agotado y que no
tendría más resultado que un continuo derramamiento de sangre. La elección de
Juan Manuel Santos por ello fue apoyada
por diversos sectores ideológicos: representaba la oportunidad de negociar la
paz. Cuando se iniciaron las negociaciones
entre el gobierno de Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia en septiembre de 2012, el sector más reaccionario de dicho país,
encabezado por el expresidente Álvaro Uribe hizo sentir su estentórea voz.
Uribe representa el oscurantismo reaccionario de profundas raíces oligárquicas
observado en diversas partes de América latina. Por ello, está emparentado con
la ultra derecha guatemalteca encarnada durante muchos años por el Movimiento
de Liberación Nacional encabezado por Mario Sandoval Alarcón. También por el
viejo partido ARENA en El Salvador, me refiero al conducido por Roberto
D’Aubuisson.
Los
conflictos armados suelen ser sucedidos por su derivación en la lucha por la memoria, la justicia y la
verdad. Ambas partes del enfrentamiento suelen cometer atrocidades reñidas con
los derechos humanos. Pero son las partes más involucradas en las
violaciones de dichos derechos, las más
feroces opositoras a las comisiones de la verdad. En Colombia, el uribismo se
opuso a los acuerdos de paz y ahora bombardea a la Comisión de la Verdad que ha
surgido merced a dichos acuerdos. De manera equivocada, Uribe dio por cierto
que mi amigo y colega colombiano Mauricio Archila, había sido electo como
integrante de dicha comisión. Así las cosas,
el expresidente emitió un mensaje por twitter diciendo: “Los escritos de
Mauricio Archila, integrante de CINEP y de la Comisión de la Verdad, son calumniosos
y apologistas del terrorismo”. La calumniosa aseveración es grave en sí, pero
resulta ser más preocupante proviniendo de un ultraderechista poderoso y con
reputación de haber mantenido desde hace años relaciones con los paramilitares
de Colombia. Con justa razón el Seminario Permanente de Profesoras y Profesores
por la Universidad (una importante organización de académicos) y diversos
sectores de la sociedad civil colombiana han repudiado el artero ataque que
pone en peligro la integridad física de Mauricio.
He
deplorado cómo después de acusaciones similares e infundadas, el estimable
sociólogo colombiano Alfredo Correa de Andreis fue asesinado en 2004. Y cómo de
manera ilegal, el gobierno de Felipe Calderón extraditó de México al sociólogo
Miguel Ángel Beltrán quien terminó encarcelado injustamente por muchos años en
Colombia. Conozco de mucho tiempo atrás a Mauricio y sé que siempre estuvo
opuesto a la lucha armada. Por ello
resulta falsedad provocada por un delirante fanatismo, la aseveración hecha
por Álvaro Uribe. El expresidente encarna la derecha más feroz del continente,
esa derecha que teme a la inteligencia, que busca eliminar al otro, que siente
nostalgia por un pasado colonial y decimonónico, que sigue atado a la lógica de
la guerra fría y que expresa una oprobiosa cultura del terror.
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