El escándalo
del cementazo debe convertirse en un sunami que sacuda la conciencia cívica del
pueblo costarricense y lo haga percatarse lúcidamente de los valores e instituciones democráticas
que están en juego.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con
Nuestra América
Contrariando
el dicho atribuido al expresidente don Ricardo Jiménez (1859-1945), según el cual en Costa
Rica ningún escándalo dura más de tres días, la opinión pública nacional sigue
siendo sacudida por el escándalo del “cementazo”. La razón de este hecho
es que tiene varias aristas, mostrando
con ello que la corrupción en el sector público se asemeja al pulpo: tiene
muchos brazos. La corrupción está presente en el tráfico de influencias, en la amenaza a quienes estorban, en el soborno de
magistrados y diputados, pero, sobre todo, en el poder del dinero en los
partidos políticos. Allí radica la causa inmediata y más visible de la
corrupción; por lo que, cualquiera que sea el desenlace de este escándalo, debe
ser una sentencia condenatoria, tanto política como judicial, de los
responsables sean quienes sean. Pero si se queda tan sólo allí, se habría logrado un resultado
positivo meramente temporal. Es
necesario ir más lejos y avizorar desde ya reformas a nuestras instituciones
republicanas que eviten que estas lacras se perpetúen.
El Estado de
derecho se ha visto seriamente socavado debido al tráfico de influencias,
solapada pero eficazmente ejecutadas por los sectores más poderosos del país
cuando sus intereses económicos y políticos
así lo requieren; lo han seguido haciendo y lo seguirán haciendo siempre
y cuando tengan la posibilidad de (im)poner sus obsecuentes servidores en las instituciones, como la Corte Suprema de
Justicia, el Tribunal Supremo de Elecciones, los partidos tradicionales o el
Fiscal General. Lo que hoy está viviendo el pueblo costarricense gracias a las
revelaciones del escándalo del cementazo, no es más que un pálido reflejo de lo
que la clase dominante ha venido haciendo con el único fin de destruir los
logros democráticos que nuestro pueblo ha logrado a lo largo de su ejemplar
historia política y que constituyen el
sólido fundamento de la estabilidad política que ha disfrutado en las
últimas décadas. Tan sólo algunos de los
verdaderos responsables de la putrefacta corrupción que hoy apesta a la Patria
de Juanito Mora y García Monge serán llevado a los tribunales; pero la
historia, más temprano que tarde, los juzgará y así lo estudiarán en sus
manuales las futuras generaciones. Ello se logrará cuando se opere un cambio
cualitativo en la clase dominante, es decir, cuando sectores que realmente
representen los intereses y valores del pueblo lleguen al poder y se instale
una democracia directa y participativa. Por lo pronto, es necesario que se impulsen soluciones inmediatas, tales
como cambiar las normas y procedimientos
que rigen el nombramiento de magistrados, fiscal general, contralor de
la República. Pero se debe ir más allá. La manera como los partidos
políticos nombran a los candidatos,
tanto para presidente y vicepresidente como para diputados, debe ser
auténticamente democrática; el poder del dinero no debe ser el que dicte la
última palabra, sino la libre elección de los simpatizantes de esos partidos.
El escándalo
del cementazo debe convertirse en un sunami que sacuda la conciencia cívica del
pueblo costarricense y lo haga percatarse lúcidamente de los valores e instituciones democráticas
que están en juego. No basta con
infligir una condena ejemplarizante a los responsables; hay que mirar hacia adelante y crear mecanismos
realmente democráticos que hagan posible que
sólo los mejores y más capaces ciudadanos ejerzan el poder, que sólo
radica en el Soberano. El respeto que debemos a la memoria de nuestros
antepasados y el cariño que profesamos por nuestros hijos y nietos así lo reclaman.
No hay comentarios:
Publicar un comentario