Como en el caso de la
desaparición de Santiago Maldonado, la tardanza en la información termina
transformándose en una bola de nieve que arrasa con todas las certezas e
instala un manto de sospecha sobre las autoridades intervinientes de arriba
abajo, incluido el presidente.
Roberto
Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
Eran 44 los tripulantes
del submarino ARA San Juan, entre ellos una joven mujer, que recién ayer jueves
la Armada, a través de su vocero, Enrique Balbi, admitió que había sufrido una
explosión, luego de su última comunicación el día 15 del corriente. Explosión
que dada la profundidad en que se encontraba, en el talud continental (entre 200
y 3.000 metros) y a 430 kilómetros de distancia de la costa, sus consecuencias
eran fatales, sin necesidad de hacer conjeturas, aunque el hombre se limitara a
elegir cada palabra.
Ocho días de zozobra
habían vivido sus familiares y la comunidad en su conjunto, aguardando
esperanzados por la suerte de aquellos marinos que cumplían con la misión de
proteger el amplio espacio del mar argentino, asediado por buques factoría que
penetran constantemente en busca de sus importantes recursos. La reacción
inmediata fue de indignación y la rabia de aquella gente que había viajado
desde el interior del país a Mar del Plata una vez conocida la noticia de la
situación de la nave y que, luego de lo expresado por el comunicador oficial de
la Armada se sintió engañada por las autoridades, expresando su enojo. Tampoco
el ministro de Defensa Oscar Aguad se hizo presente en el lugar, aunque desde
las sombras amenazó con decapitar la cúpula naval.
Como en el caso de la
desaparición de Santiago Maldonado, la tardanza en la información termina
transformándose en una bola de nieve que arrasa con todas las certezas e
instala un manto de sospecha sobre las autoridades intervinientes de arriba
abajo, incluido el presidente al que pretenden desvincular los medios
hegemónicos, a la vez de cargar responsabilidades con el gobierno anterior,
cosa que a dos años, nadie cree.
En sendas situaciones,
el blindaje mediático, el celo manipulador del periodismo alineado los lleva a
entramparse solos por eso la bronca de los familiares y por eso también
instalan infinidad de preguntas sobre lo sucedido, dada su recurrencia a la
mentira.
El ARA San Juan era un
submarino construido en 1983 en Alemania y reparado totalmente entre 2008 y
2014 por el Complejo Industrial Naval Argentino, Cinar. Allí, según Sergio
Kiernan, el periodista de Página 12 que hizo la nota de su segunda botadura no
sólo se recuperaba una nave por 30 años más, sino la capacidad material para
recuperar otras y relanzarlas al mar, cuestión perdida en los noventa.
La recuperación
tecnológica fue fruto de la tarea heroica de los obreros que, amenazados por
Cavallo allá por 1994 cuando realizaban la reparación del submarino Salta,
extendieron la faena formando una cooperativa de trabajo hasta concluir con la
nave, guardando las máquinas y equipos en contenedores hasta que soplaran
nuevos vientos, cuestión que se presentó después cuando tuvieron que reparar el
submarino Santa Cruz. El Cinar se formó con el astillero Tandanor y el de
construcciones navales Almirante Storni, reuniendo el personal, el conocimiento
y la capacidad técnica para rearmar a nuevas estas naves.
Si el San Juan cuesta
500 millones de dólares, repararlo para otros 30 años a un costo de 100
millones de la misma moneda, no era solo una cuestión de dinero sino de
soberanía tecnológica, dignidad perdida en estos tiempos.
Simultáneamente y de
allí la cantidad de países que intervinieron e intervienen en la búsqueda de la
nave desaparecida, el Senado Argentino había autorizado el ingreso de tropas
norteamericanas para ejercicios en territorio argentino entre los meses de
octubre y noviembre de este año en las bases aeronavales de Trelew, provincia
de Chubut y Bahía Blanca, Buenos Aires. En la denominada operación “Cormorán”,
también participan tropas de Brasil, Chile y Uruguay, cuestión que justificaba
también su pronta presencia.
También Gran Bretaña
vuelve a realizar ejercicios con misiles tipo Rapier en las islas Malvinas como
los usados en la guerra de 1982, cuestión rechazada por nuestra Cancillería,
situación que sumada a la anterior, no deja de preocuparnos. Asimismo y como si
esto fuera poco, llegó por primera vez el miércoles, una aeronave de la Royal
Air Force a Comodoro Rivadavia con 16 especialistas en submarinos para prestar
colaboración con la desaparición del ARA San Juan.
Además, dentro de los
ajustes generalizados solicitados en marzo de este año a los ministerios para
la elaboración del Presupuesto 2018, a Defensa se le solicitó un ahorro de
4.500 millones de pesos, dado que el 70% de los fondos asignados son para
sueldos y jubilaciones, desestimando la continuidad de diversos proyectos que
se venían desarrollando que involucraban el empleo de mano de obra
especializada argentina.
De allí que los marinos
se tiren de los pelos para ver de qué manera pueden custodiar un litoral
marítimo de más de 3 mil kilómetros o se pueda cumplir con la protección
prevista por el escudo norte contra el narcotráfico, del que se ufanaba la
ministra Bullrich.
Elevamos entonces
nuestras plegarias en torno de aquellos 44 marinos del ARA San Juan que, como
los del ARA General Belgrano, entregaron sus vidas por la Nación que defienden
como su formación lo indica. En aquella ocasión estábamos embarcados en una
guerra desgraciada y sabíamos los riesgos que corríamos al enfrentarnos a un
miembro poderoso de la OTAN. En la actualidad no estamos en guerra y nos hemos
reconocido zona de paz, pero jamás lo han hecho quienes vienen a realizar
ejercicios bélicos en nuestro territorio al que les ha abierto la puerta este
gobierno, cosa que genera un abanico de dudas sobre lo ocurrido con nuestros
compatriotas, como en tantos otros temas sobre los que debemos estar en guardia
cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario