Vivimos en una tercera transición civilizatoria, tras
las ocurridas entre la Antigüedad y la Edad Media, y entre ésta y la Moderna.
En ese proceso, Laudato Si’ constituye una propuesta para la construcción de
una amplia alianza de sectores que coincidan en la aspiración a hacer
sostenible el desarrollo de nuestra especie.
Guillermo
Castro Herrera / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
I
El vínculo entre la cultura de la naturaleza y la
religiosidad de los latinoamericanos tiene una larga y rica trayectoria, que se
nutre de al menos tres fuentes. Una es las de las culturas de los pueblos
originarios; otra, la del catolicismo de la Contra Reforma del siglo XVI y otra
más, proveniente de la religiosidad afroamericana.
La católica heredó de sus vínculos de origen con la
Contra Reforma actitudes militantes, en particular a través de la actividad
misionera y organizadora de las órdenes franciscana y dominica, la primera de
las cuales, en particular, tenía y promovía una visión del mundo natural que
hoy podría parecer cercana al animismo. Esa forma de religiosidad encontró
puntos de contacto con las de las élites indígenas que sobrevivieron a la
Conquista, sobre todo en la indoamérica mesoamericana y andina, y pasó a sustentar
vínculos de servidumbre con los nuevos sectores dominantes, que incluyeron la
preservación de formas de vida comunitaria con visiones de la naturaleza que
combinaron elementos afines de origen europeo y americano.
El caso afroamericano es distinto, de origen más
tardío, de un carácter menos estructurado, propio de grupos humanos sometidos a
condiciones de esclavitud. La zonas de mayor fecundidad sincrética fueron
aquellas como Haití, Cuba, y el Nordeste de Brasil, en las que la economía de
plantación favoreció una mayor concentración de población esclava, cuyas formas
de religiosidad tienen un fuerte carácter animista.
Ya para fines del siglo XIX, esa impronta religiosa
regional se extendería a la cultura de la naturaleza elaborada por los jóvenes
intelectuales del liberalismo radical democrático hispanoamericano, cuyo
anticlericalismo no se extendía al ateísmo, y permitía a José Martí afirmar que
“A Dios no es necesario defenderlo; la naturaleza lo
defiende.”[1]Ha sido desde ese devenir que la religiosidad de los latinoamericanos
ha contribuido – a través por ejemplo de la obra de Leonardo Boff - a la forja
de los aportes de la cultura latinoamericana de la naturaleza al debate sobre
los desafíos que hoy encara la sustentabilidad del desarrollo de la especie
humana ante la crisis general de la civilización industrial.
En nuestra América, por otra parte, esa crisis se
manifiesta en estrecha relación con la del orden social forjado a partir del
siglo XVI. Ese orden incluyó la formación de importantes espacios que
permanecieron en un relativo aislamiento con respecto al mercado mundial, en
los cuales ocurren hoy vastos procesos – a menudo violentos – de transformación
del patrimonio natural de sus habitantes en capital natural para el desarrollo
de actividades extractivas.
A eso se agrega la rápida urbanización de nuestras
sociedades. Hoy, cuando el promedio mundial de población urbana es superior al
50%, el de nuestra América ronda el 70%. La huella ecológica de este proceso
agrava la situación de deterioro ambiental en las áreas rurales, y genera
problemas socio ambientales de una masividad sin precedentes en las urbanas, cuyas
manifestaciones se agravan con las condiciones de pobreza y falta de control
sobre su entorno en que vive una parte sustancial de nuestra gente en las
ciudades.
El conjunto de este proceso se sintetiza en una
situación de crecimiento económico incierto, inequidad social persistente,
degradación ambiental constante, y deterioro institucional creciente. Todo ello
expresa la bancarrota tanto del consenso liberal del desarrollo, como del
neoliberal-oligárquico del crecimiento auto-regulado. Esta situación abre
nuevos espacios de creciente importancia a los nuevos movimientos sociales del
campo y de la ciudad, y a posibilidades hasta hace poco inéditas de
colaboración tanto entre trabajadores rurales y urbanos como entre trabajadores
manuales e intelectuales, ante un deterioro de sus condiciones de vida y
esperanza que los afecta a todos.
II
Ante una circunstancia de tal complejidad, la
cultura religiosa de los latinoamericanos, en sus distintas vertientes,
constituye un sustrato de sentido común de notable resiliencia y gran potencial
de desarrollo en su relación con la cultura global de la sustentabilidad. Así,
por ejemplo, la Encíclica Laudato Si’
se presenta como un texto de teología de la naturaleza que puede y debe ser
objeto de una lectura desde la ecología política, lo cual le otorga una
especial resonancia en la crisis global.
En efecto, el abordaje integral del problema
ambiental que propone Laudato Si’
conduce a una verdad evidente: que aquello que si deseamos un ambiente distinto
debemos construir una sociedad diferente. Esto ayuda a comprender, también, la
resistencia a la difusión de Laudato Si’
en nuestras sociedades, en la que se combinan el anticlericalismo remanente del
período de hegemonía liberal; el generalizado carácter conservador de las
jerarquías eclesiales de la región tras el largo periodo de depuración impuesto
por el Papa Wojtyla y el entonces Cardenal Ratzinger, y el carácter
extractivista de las élites regionales y sus Estados.
Laudato
Si’, por otro lado, tiene amplias posibilidades de
difusión e influencia entre los movimientos indígenas y campesinos que han
hecho suya la demanda de una vida buena y mantienen vínculos con sectores de la
Iglesia que han mantenido su compromiso con la teología de la liberación, con
movimientos de pobres urbanos que luchan por condiciones dignas de vida, y con
sectores intelectuales vinculados al nuevo pensamiento ambiental
latinoamericano. Con esto, y con la incapacidad creciente de nuestras élites
para entender y encarar los problemas de nuestro tiempo basta para prever
desarrollos de gran importancia en el futuro cercano. Después de todo, como
dijera José Martí hacia 1886, estamos “en tiempos de ebullición, no de
condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos.
Están luchando las especies por el dominio en la unidad del género."
Vista en esa perspectiva, Laudato Si’ participa en esa lucha de las especies, y desde ella se
vincula – a sabiendas o no – con documentos como los Objetivos de Desarrollo
Sostenible 2030 y el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, ambos de
carácter interestatal.[2] La naturaleza de Laudato Si’
es distinta. Sin duda, su lanzamiento aprovechó el marco de expectativas y
difusión generados por el lanzamiento de los Objetivos de Desarrollo del
Milenio y el acuerdo de París. Sin embargo, el papado que produjo la Encíclica
ha dado muestras reiteradas – comenzando por la Encíclica anterior, Evangelii Gaudium – de que tiene una
visión distinta a la del sistema interestatal global.
Todo sugiere, en efecto, que para el papado de
Francisco el problema fundamental consiste consiste en el papel a cumplir por
la Iglesia en un proceso de transición civilizatoria que atraviesa por una fase
en la que todo lo que ayer parecía sólido se disuelve en el aire – para
utilizar la imagen empleada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, de 1848. Vistas las cosas así, y en una
lectura desde la ecología política, Laudato
Sí’ ha sido construida desde los cuatro principios de la acción
evangelizadora que Francisco propone en Evangelii
Gaudium: la primacía del tiempo sobre el espacio; de la unidad sobre el
conflicto; de la realidad sobre la idea, y del todo sobre sus partes.
En este sentido, cualquier sinergia con el sistema
interestatal global tendrá por necesidad un carácter crítico y, antes temprano
que tarde, contribuirá al cuestionamiento del carácter limitado e inviable de
los acuerdos generados por ese sistema. En efecto, las élites dominantes en el
sistema mundial han percibido correctamente a Laudato Si’ como un documento antisistémico, y han procurado
silenciarlo tanto en los medios de comunicación como en el circuito burocrático
interestatal. Por contraste, los interlocutores naturales de Laudato Si’ están en los nuevos
movimientos sociales indígenas y campesinos, rurales y urbanos, de trabajadores
manuales e intelectuales. Con ellos, contribuirá sin duda a la creación de
condiciones mucho más favorables a la sostenibilidad en el desarrollo de
nuestra especie. Sin ellos, terminará siendo una referencia más en la infinita
biblioteca del Vaticano.
III
Es difícil prever las formas en que haya de ocurrir lo
planteado. Vivimos en una tercera transición civilizatoria, tras las ocurridas
entre la Antigüedad y la Edad Media, y entre ésta y la Moderna.[3] En ese proceso, Laudato Si’
constituye una propuesta para la construcción de una amplia alianza de sectores
que coincidan en la aspiración a hacer sostenible el desarrollo de nuestra
especie. Como tal, tiene un gran valor como medio para promover la cooperación
entre quienes aspiran a culminar esta transición civilizatoria de un modo que
neutralice los peligros que hoy amenazan a nuestra especie.
Al respecto, los riesgos que amenazan a nuestra
especie hacen más importante que nunca la necesidad de desarrollar todo diálogo
y todo acuerdo a partir de la comprensión de la racionalidad de sus
interlocutores. En este sentido, la racionalidad de que se trata en Laudato Si’ es la de la salvación de la
especie humana, y el papel que en ese objetivo cumple la defensa y buen
gobierno de la Creación. Laudato Si’,
en efecto, dialoga desde el Génesis en lo que hace a nuestras relaciones con el
entorno natural – incluyendo el conflicto ambiental entre el pastor Abel y el
agricultor Caín, y la muerte violenta del primero –, y con los Evangelios en lo
relacionado a las relaciones de los seres entre sí, que finalmente sobredeterminan
a las primeras.
De este modo, para Laudato
Si’ todo lo relativo a las transformaciones necesarias para la salvación de
nuestra hacen parte de la agenda contemporánea del cuidado de la Creación. Así,
la lectura de la crisis que nos propone confronta a las propuestas sistémicas -
encaminadas a hacer sostenible el crecimiento sostenido - a las antisistémicas,
que buscan hacer sostenible el desarrollo humano. Las primeras son
reduccionistas: reducen la crisis global al cambio climático; éste, a las
opciones tecnológicas para mitigarlo, y éstas a los problemas de su
financiamiento. Laudato Si’, en
cambio presenta una visión expansiva, que finalmente nos lleva a entender la
necesidad del cambio social como medio para lograr el cambio ambiental.
Tal es el problema de fondo, y Laudato Si’ conduce naturalmente a entendimientos con quienes
buscan crear las condiciones para el desarrollo sostenible de nuestra especie.
En esos entendimientos está la clave del acto de creación social que demanda el
cuidado de la Creación. Allí está el beneficio mayor al que podemos aspirar. La
otra opción consiste en ingresar a lo que Federico Engels llamó alguna vez un
estado de “putrefacción de la historia”, que nos conduzca a la generalización
de la barbarie presente ya en las zonas de incesante conflicto en la periferia
y la semiperifaria del sistema mundial. Tal es, sin duda, el riesgo mayor.
Panamá,
30 de octubre de 2017
[1] “Agrupamiento de pueblos”. La
América, Nueva York, octubre de 1883. Obras
Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VII, 326.
[2] Este carácter implica que tales documentos no constituyen acuerdos de
los pueblos ni de las naciones, sino de las Estados que hacen parte de las
Naciones Unidas, de las Organizaciones No Gubernamentales vinculadas a dichos
Estados, y de las corporaciones transnacionales y financieras que hegemonizan
el proceso de globalización. En una coyuntura de crisis global, en la que el
sistema mundial creado por el liberalismo triunfante de mediados del siglo XX
está en curso de implosión, la eficacia de ese tipo de acuerdos tenderá a ser
cada vez más restringida.
[3] O, si se quiere, entre el
esclavismo y el feudalismo, y entre éste y el capitalismo, con su mercado
mundial y su cultura universal. La“posmodernidad”, en este sentido, fue en su
momento un nombre popular para esta fase – en la medidad en que parecía mitigar
la incertidumbre que genera la transición civilizatoria como un nuevo estado,
cuando en realidad se trata de un proceso en curso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario