De todas sus canciones, Cruz de
Luz, con versos de Víctor Jara, es quizá
la composición más distintiva de un momento histórico del que fueron testigos
los que eran –los que éramos- adolescentes a mediados de los ´60: cuando la opción
por los pobres de algunos sectores de la Iglesia latinoamericana, se hizo
acción y trascendió los términos tibios del socialcristianismo.
Carlos Maria Romero Sosa / Especial para Con
Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
Daniel Viglietti |
Así, en tanto los que mandan argumentan en resguardo de sus intereses
y con un silencio cómplice hubo medios de prensa de aquí que ignoraron
la noticia de la muerte del artista ocurrida días pasados, otros sumándole
al dolor una cuota de nostalgia de tiempos con más ilusiones que
negocios, sufrimos ese fallecimiento que
ocurrió en su ciudad natal: el Montevideo
de Juan Carlos Onetti, Eduardo Galeano, Líber Seregni o Alfredo Zitarrosa.
Y también del periódico Marcha y de “Montevideanos”, los cuentos de su amigo
Mario Benedetti con sus anónimos y despojados personajes sostenidos o
tironeados por sus cotidianeidades: las grises rutinas protagonistas a veces de
las ficciones, más incluso que los mismos actores prisioneros de aquéllas. Con
Benedetti realizó el cantautor y guitarrista de formación clásica, memorables
recitales musicales y poéticos.
Viglietti fue profeta, aunque antes que augurar destrucciones como un
nuevo Jonás en Nínive, propuso como “última ratio” ante el fuego de la
explosión social, las formas de
impedirlo. Más allá de que el gobierno de su país que lo encarceló en 1972 y lo
obligó al exilio después imaginara, por el contrario, que su mensaje encendía
rebeldías. Sin rendirse, desensillar
hasta que aclare o bajar el perfil, convocó a desalambrar, quizá sin haber tomado nota del viejo mandato
de Sarmiento “¡Alambran, bárbaros!”. Y en su “Milonga de andar lejos”, instó a “formar
el mapa con todos,/ mestizos, negros y blandos”. Y la
nota fundamental, pregonó “trazarlo
codo con codo. En tanto que de otra canción:
Gurisito, sigue enterneciendo en su letra, la bendición laica para el retoño de
los desposeídos. “Y aunque
nazcas pobre,/ te traigo también: se precisan niños/ para amanecer”, un himno contra la prevención burguesa al
derecho de los pobres a engendrar hijos.
Aquí y ahora también se escucha eso de que se embarazan por el subsidio, prejuicio cruel coincidente con el proyecto imperialista despoblador del
Tercer Mundo que ya había anticipado en
1971 Galeano en su icónico libro “Las venas abiertas de América Latina”: “Robert McNamara, el presidente del Banco Mundial que había
sido presidente de la Ford y secretario de Defensa, afirma que la explosión
demográfica constituye el mayor obstáculo para el progreso de América Latina”.
Pero de todas sus
canciones, Cruz de Luz,
con versos de Víctor Jara, es quizá la
composición más distintiva de un momento histórico del que fueron testigos los
que eran –los que éramos- adolescentes a
mediados de los ´60: cuando la opción por los pobres de algunos sectores de la
Iglesia latinoamericana, se hizo acción y trascendió los términos tibios del
socialcristianismo hasta el extremo del sacrificio en 1966 y en las montañas de
Colombia, del sacerdote y sociólogo Camilo Torres Restrepo, integrante del
Ejército de Liberación Nacional. Cruz de
Luz representa un homenaje digno de su inspirador, cuyo testimonio de
entrega movilizó entonces a muchos
fieles católicos. Precisamente por
tratarse de un hombre de la Iglesia -del que habría que buscar un antecedente
en el teólogo de la revolución campesina de 1525 estudiada por Engels, el
religioso alemán Thomas Müntzer-, y no
de un agnóstico o un no creyente como sería el caso del Che Guevara asesinado
en Bolivia al año siguiente. A Camilo Torres “Lo clavaron con balas/ sobre
una cruz./ Lo llamaron bandido/ como a Jesús ”, como cantaba Viglietti y
esa identificación del guerrillero de sotana con el mismo Cristo, tocaba el alma y desarmaba las conciencias hechas a
las rigidez preconciliar. “Cuentan que tras la bala/ se oyó una voz./ Era Dios que gritaba:/
¡Revolución!”, continuaba Viglietti
retomando actualizado al lenguaje del
siglo XX el versículo del libro del Éxodo que reza: “El Señor es fuerte
guerrero, su nombre es Señor”. Porque
aquel Dios liberador de los israelitas
de la esclavitud de Egipto, es también el que invocó Jara y entonó el
uruguayo. Otro dios será el de las
jerarquías eclesiásticas proclives al sistema capitalista y los
capellanes militares dados al hábito de
bendecir armas para la represión. Claro que en la sangre contra la sangre
derramada hace medio siglo, sólo se manchó la Utopía sin fundar
un mundo mejor.
Recién en la siguiente década del ´70, a cuántos de
los subyugados por el ejemplo del colombiano revivido en la voz y la guitarra
de Viglietti: “Lo mataron cuando iba/
por un fusil./ Camilo Torres muere/ para vivir”, les tocó repensar el tema
de la violencia de abajo para cambiar
las estructuras injustas; y ello al ser
sacudidos por la consigna de otro
sacerdote mártir, el argentino Carlos
Mugica: “Estoy dispuesto a morir, pero no estoy dispuesto a matar”.
Uno y otro religioso trazaron caminos por los que peregrinaron -y
peregrinamos- varias generaciones.
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