Estamos ante una brutal arremetida del capital que busca incrementar sus tasas de ganancia a costas de una cada vez mayor explotación de la fuerza de trabajo.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
El mundo con capitalismo sin contrapeso, que resultó a partir del derrumbe del socialismo “real” a inicios de la década del 90 del siglo pasado, se imaginó a sí mismo avanzando por todos los rincones de la tierra y transformando todo no en oro, como el mito griego de Midas, sino en pedestre mercancía.
Durante diez años, abatidos, ese parecía ser el destino que nos deparaba la historia. En América Latina, las reformas neoliberales avanzaron devorando las conquistas que los trabajadores de la ciudad y del campo habían logrado luchando a brazo partido por más de 50 años. En países que la estructura mundial capitalista ha condenado a tener a la industria extractivista como corazón de su aparato productivo, ésta se privatizó, al igual que servicios básicos como el suministro eléctrico y de agua.
Fueron años de debacle, de protestas sociales de los sectores medios y bajos de la población que, de pronto, se vieron acorralados contra la pared haciendo más ominosa las condiciones de vida ya de por sí precarias de amplios sectores de la población latinoamericana.
Como es ampliamente conocido, las reformas neoliberales, desbocadas, profundizaron la brecha social no solo al interior de cada uno de los países sino, también, entre los distintos países. La concentración de la riqueza alcanzó límites inimaginables, así como amplios espacios del planeta se vieron confinados a la más absoluta miseria.
En el 2008, sin embargo, el modelo neoliberal pareció tocar techo. Una crisis financiera sin precedentes resquebrajó algunos de sus pivotes centrales y, a contrapelo de sus postulados medulares, se llamó al Estado para que, cual caballería al rescate de película del lejano Oeste, acudiera en auxilio de los que se encontraban en inminente peligro de muerte. Luego fueron los estados mismos los que se vieron al borde del abismo: Grecia, Irlanda, Portugal y, tal vez, España y algunos otros que se encuentran en la cuerda floja. Al igual que la política que protagonizaron los estados con las grandes corporaciones bancarias, es decir, utilizando fondos públicos para salvar intereses privados de la bancarrota, en esta oportunidad también el peso de la crisis cayó sobre los hombros de “lo público”. Los españoles, por ejemplo, después de años de bonanza subsidiada por la Unión Europea, sufren ahora la resaca con niveles de paro sin precedentes en los últimos años, y reduciendo beneficios sociales a los sectores más débiles y desprotegidos.
Se trata, según dicen, de la segunda generación de reformas. Las consecuencias que desatan se dejan sentir no solo en los países que las llevan adelante sino en todo el mundo. Siguiendo con el ejemplo que hemos traído a colación, en España miles de inmigrantes latinoamericanos (colombianos, ecuatorianos, etc.), han tenido que regresar a sus países de origen ante la desolación laboral que impera en la península.
Grandes corporaciones internacionales, aprovechándose de la coyuntura, se reestructuran y despiden a miles de trabajadores a lo largo de todo el mundo. La Panasonic, por ejemplo, anunció el 29 de abril que despedirá a más de 30,000 de sus trabajadores. En otros lugares, en donde priman formas de producción “deslocalizadas” de las grandes transnacionales, se agudizan las formas de explotación, ya de por sí muy cercanas algunas a la misma esclavitud, con la amenaza de que, de no ser competitivas las usinas abiertas en el lugar en cuestión, deberán trasladare a otros sitios en donde las “ventajas comparativas” les sean más favorables.
Estamos ante una brutal arremetida del capital que busca incrementar sus tasas de ganancia a costas de una cada vez mayor explotación de la fuerza de trabajo. No les basta con incrementar la productividad del trabajo introduciendo los avances que pone a su disposición la revolución tecnológica de nuestro tiempo, sino que buscan que todos los factores de la producción sean exprimidos al máximo.
Según el mito antiguo, Midas pereció víctima de su propia codicia: al tocar la comida que le mantendría con vida, ésta se transformaba en oro y no podía alimentarse.
La codicia capitalista tampoco conoce límites. Sáquense las conclusiones pertinentes.
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