Si alguien quiere comprender el por qué intransigente y conmovedor de las Madres, que indague a fondo dos de sus proposiciones esenciales: ‘El otro soy yo’ y ‘Para nosotras no queremos nada’.
Demetrio Iramain / Tiempo Argentino
El próximo 30 de abril, sábado y otoño de vientos y amarillos en el sur, las Madres de Plaza de Mayo cumplirán 34 años de lucha. El pañuelo blanco, emblema de libertad reconocido en el mundo entero, supera en cantidad de años la edad promedio de los hijos de las Madres al momento de desaparecer.
Algunas Madres han pasado los 90 en su reloj biológico, y sin embargo siguen en la pelea como si fuera la primera vez. O la última. Asisten a ella con sorpresa y asombro. Humildes y sabias. Siempre. Ninguna baja de los 70, y no obstante ello, muy frecuentemente descubren un nuevo misterio en su pueblo, que las maravilla.
Es raro, pero son sus familiares más íntimos, largamente más jóvenes que ellas, desde nietos a sobrinos, quienes se preocupan por sus horarios. Las Madres saben a qué hora salen de su hogar para ir a la militancia, pero desconocen cuándo regresarán. Quizás la toma sorpresiva de la Catedral, resuelta de improviso en la reunión de la mañana, o la entrega de una carta a Vargas Llosa, las demoren por demás. O las intimen a pasar la noche fuera de casa, en cuyo caso todo se trastoca: los que no pegan un ojo son sus sobrinos o nietos, y ellas las adolescentes. Lea el artículo completo aquí…
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