Este pueblo enfermo y postrado se levanta sacudiéndose las cenizas de su sufrimiento, dispuesto a recorrer las rutas de su autoliberación interna y externa, mediante un proceso refundacional por un nuevo amanecer postergado por esta larga y radiante oscuridad de más de cinco siglos.
Ollantay Itzmaná / Alterinfos
Conversando con un joven padre de familia, sobre el incierto futuro de Honduras, le pregunté ¿cuál creía que era la solución para el país? La respuesta inmediata fue, “que los EEUU nos anexe como su territorio”. En otra oportunidad, en una plática sobre la cuestionada identidad nacional, un funcionario del Estado, casi a punto de graduarse de la universidad, me sorprendió con sus afirmaciones: “No somos nada los hondureños”, “por más esfuerzo que hagamos sólo desprecio recibimos”.
Este desgano, resignación e incluso avergonzamiento de “ser hondureño” es producto de la ausencia de un proyecto de nación serio y permanente en el país. Pareciera que un o una hondureña ya nace derrotada. Sin ningún amor propio por los suyos, carente de un referente de comunidad política y cultural. Sin una identidad nacional. Esta anomia colectiva, que por momentos es apaciguada con refugios en las iglesias, con adhesiones ciegas en los caudillos o con el espectáculo del fútbol, tiene sus causas en las recurrentes historias inconclusas de Honduras como nación. Lea el artículo completo aquí…
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