En términos visuales, Martí ha dejado de ser para sí, para ser de los demás…
Jorge Bermúdez / LA JIRIBILLA (Cuba)
La lectura integral de una fotografía no solo implica saber apreciar lo que se ve, sino también informarse de las situaciones que la propiciaron y sus contextos. Esto se hace algo común cuando hojeamos el álbum personal o familiar; no así cuando de la persona retratada tenemos muy poca o ninguna información, o de tenerla, nos mueve un sentimiento de amor o devoción. Esto último, justamente, es lo que sentimos cuando observamos la iconografía fotográfica de José Martí.
De él, de su vida y obra, por razones obvias, sabemos mucho más que de algunos de nuestros familiares o de la mujer que una vez amamos y no pudimos retener a nuestro lado. En imperecederos documentos, testimonios y epístolas, él nos reveló sus sentimientos, pensamientos y obras, así como en las más de 40 fotos que conforman su memorable iconografía. Entre estas, son dos las que tienen un mayor arraigo y aceptación en nuestra población: la que se tomó con María Mantilla en Bath Beach, estado de Nueva York, en 1890, y la única donde aparece solo y de cuerpo entero, hecha en Temple Hall, Jamaica, en 1892. Lea el artículo completo aquí…
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