En el mundo árabe, las sublevaciones que están teniendo lugar muestran de alguna forma, en escenarios distintos y con sujetos diferentes, algunas constantes que pueden verse como signos de los tiempos por venir.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
No estamos arribando a un mundo sin historia como nos anunciaba Fukuyama hace ya 20 años. Nos estamos aproximando a tiempos en los que las contradicciones entre los seres humanos se irán agudizando cada vez más, poniendo frente a frente los extremos cada vez más lejanos entre sí de las cada vez más polarizadas sociedades contemporáneas.
No vamos hacia un tiempo de paz y armonía, de abundancia rebalsada sobre todos desde las cúspides que nadan en bienestar y consumo suntuario, sino hacia un mundo en el que se irán agudizando varias crisis que conviven, se entrelazan y alimentan, configurando una verdadera crisis civilizatoria de la que ojalá podamos salir para enrrumbarnos como humanidad en una dirección más positiva, aunque esa posibilidad es solamente una entre múltiples. Otra es que no logremos salir del berenjenal y nos hundamos en el cenagal de la descomposición. Son muchas las opciones y no todas son buenas. Si nos guiáramos por lo que pintan las tendencias contemporáneas, si a partir de ellas tiráramos líneas hacia el futuro, si construyéramos escenarios posibles en ejercicio futurológico, no encontraríamos muchas razones para ser optimistas. Las hay, claro está, y algunas de ellas las tenemos cerca, en América Latina, pero precisamente el conocimiento de las dificultades que enfrentan los esfuerzos en sentido contrario al de la debacle es lo que refuerza el pesimismo que a veces debe ostentarse.
En el mundo árabe, las sublevaciones que están teniendo lugar muestran de alguna forma, en escenarios distintos y con sujetos diferentes, algunas constantes que pueden verse como signos de los tiempos por venir. En primer lugar, su carácter semiespontáneo, producto del hartazgo frente a una cotidianidad de horizontes limitados desde todo punto de vista: política, social, económica y culturalmente, en países en los que existen recursos económicos como para que las cosas sucedieran de otra forma, pero que la corrupción, el despilfarro y la ambición desmedidas transforman en inalcanzables para la mayoría.
En segundo lugar, la desconfianza hacia los de afuera que, aprovechándose de la rebelión producto del hartazgo, maniobran y manipulan para seguir teniendo lo que han tenido siempre: la sartén por el mango. Los de afuera son los de siempre, y ni nombrarlos hace falta porque todos los conocemos de sobra. Ellos son los que, hasta ahora, a pesar de la masividad y el coraje de las protestas, han logrado mediatizarlas de distintas formas y con diversos métodos, dependiendo del país y sus circuntancias: pueden repremir como en Bahreim con fuerzas de países vecinos; utilizar al jército como atemperador y "árbitro" como en Egipto, o apoyar "humanitariamente" con bombardeos a los que quieren derrocar a Gadafi. Las tácticas son muchas, variopintas, más o menos efectivas, más o menos violentas, pero todas persiguen mantener las cosas dentro de ciertos límites, de tal forma que no lleguen a desestabilizar el statu quo que puede poner en peligro el orden internacional vigente que con tanto esfuerzo ha venido construyéndose desde la Segunda Guerra Mundial.
En tercer lugar, estas sublevaciones evidencian el efecto que tienen problemas que están manifestándose en forma cada vez más contundente, sobre todo en los últimos 10 ó 15 años. Una es la crisis ambiental, que está transformando grandes espacios geográficos, lo cual es evidente en un territorio como el Norte de África, en donde se acentúan las sequías y el proceso de desertificación. Como producto, en parte, de lo anterior, la crisis alimentaria, que lleva al encarecimiento de los alimentos básicos para amplios sectores de los países pobres, e incluso a la indigencia y la muerte a millones de personas. También se está expresando de forma cada vez más crítica la pelea por los recursos naturales, especialmente el petrólero, que se irá volviendo cada día más escaso y cuyo acceso debe asegurarse a toda costa.
Debe tenerse en cuenta también las modificaciones que está sufriendo el balance de fuerzas internacional con el ascenso de China, en primer lugar, a la palestra internacional como una gran potencia, que está disputando ya el primer lugar a los Estados Unidos en varios renglones; pero también de otras potencias de segundo orden, más de carácter regional hasta ahora, como Brasil, Rusia e India, todas con grandes economías a las que deben alimentar en el marco de un modelo depredador que necesita fagocitar constantemente el entorno natural en el que se vive.
De forma concentrada, todos estos aspectos y tendencias del mundo contemporáneo se están expresando en los acontecimientos del mundo árabe, anunciando de alguna forma lo que viene.
El futuro es incierto.
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