Los resultados del pasado 10 de abril indican que ese pueblo peruano -humilde, sencillo, trabajador, explotado, empobrecido- es listo, no tiene miedo, no cree en calumnias ni en fantasmas.
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Abner Barrera Rivera / AUNA-Costa Rica
(Fotografía: Ollanta Humala, candidato presidencial de Gana Perú)
Luego del triunfo electoral el 10 de abril de Ollanta Humala candidato de Gana Perú, la prensa oligárquica de Lima ha empezado a derrochar en sus columnas mucho resentimiento y odio contra el pueblo peruano, tildándolo de ignorante, tonto y anti moderno, por haber votado por el candidato nacionalista quien está acuerpado por importantes movimientos sociales y políticos de la izquierda peruana.
El hecho de que cerca de cinco millones de peruanos hayan votado por Ollanta Humala en lugar de apoyar a los candidatos de derecha, apadrinados todos por Alan García (quien reiteradamente violó el artículo 346 de la Ley Orgánica de Elecciones, que prohíbe a toda autoridad política o pública practicar actos que favorezcan o perjudiquen a un partido o candidato) ha llevado a que otra vez los peruanos asistan a ver en los grandes medios cómo los políticos de derecha y sus publicistas han perdido todo tipo de decencia, mostrando su incapacidad para aceptar al otro, al diferente como ganador.
Una forma de desaprobar al adversario es usando adjetivos descalificativos contra él. Así, la derecha sostiene que Ollanta Humala es un demonio político para los peruanos, una especie de lobo arropado de cordero que pretende devorarse a caperucita (el Perú). No han cesado en atacarlo, relacionándolo con otros escenarios y personajes dentro y fuera del país. A lo interno, por tener en su lista al Congreso a parlamentarios de izquierda de larga data, de lucha a favor de los recursos naturales, el respeto a los derechos humanos y la defensa de la soberanía del país. En el afán de desaprobar a Humala, la derecha no titubeó en señalar –sin ninguna prueba-, que estábamos incluso ante un defensor de Abimael Guzmán.
A lo externo se esforzaron por relacionarlo con los presidentes de Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador; especialmente hicieron que apareciera fotografiado al lado de Hugo Chávez, indicando con grandes titulares, que quiere cambiar la Constitución para reelegirse (aún no es presidente, pero la derecha ya habla de reelección), que va a estatizar la economía, que va a controlar el Congreso (cosa que sí hizo el fujimorismo en diez años), que va a prohibir la libertad de expresión y que un gobierno nacionalista traería corrupción (característica ésta del actual régimen de Alan García), etc.
Pero los resultados del pasado 10 de abril indican que ese pueblo peruano -humilde, sencillo, trabajador, explotado, empobrecido- es listo, no tiene miedo, no cree en calumnias ni en fantasmas. Es un pueblo que quiere un cambio y que sabe por propia experiencia, que si bien en estos últimos años, la economía peruana creció, éste no los ha beneficiado; el crecimiento económico ha sido próspero para los ricos, pero las tres cuartas partes de la población sigue siendo pobre, careciendo de derechos humanos elementales.
El otrora antiimperialista Alan García Pérez, hoy debiera tener pudor declararse discípulo de Haya de la Torre; el entreguismo barato al coloso del norte no fue una característica del fundador del aprismo. En el reciente lustro del gobierno de García, éste se convirtió en una de las marionetas preferidas de Washington; su función consistió en rematar el país al capital extranjero. García y sus acólitos de la derecha peruana creyeron que el éxito económico (para los ricos) sería extendido un lustro más con un triunfo electoral que creían seguro con alguno de los candidatos de la derecha, pero la sensatez del pueblo peruano pudo más y con total confianza el pasado 10 de abril dijo no más y votó por un cambio en Perú. Los miedos, calumnias y fantasmas creados por la derecha peruana (los mismos que se repiten en América Latina contra cualquier candidato anti sistema), no pudieron hacer mella con la voluntad y sabiduría del pueblo.
El 05 de junio será la votación de la segunda vuelta presidencial en Perú. La derecha no ha aprendido la lección: en lugar de repensar los resultados electorales de la primera vuelta y comprender los cambios que la mayoría de peruanos demanda, se muestra otra vez tozuda y necia, calumniando al candidato de Gana Perú y apostando por el fujimorismo, que es sinónimo de corrupción, crímenes, impunidad y violación de los derechos humanos.
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