Los movimientos populares europeos son
los únicos que pueden ponerle un alto a la crisis. No luchando por volver al
Estado de Bienestar sino por construir una Europa diferente a la que el
proyecto de Unión Europea ha construido, basada en principios neoliberales.
Rafael
Cuevas Molina /Presidente AUNA-Costa Rica
Los movimientos populares, como los de España, tienen en sus manos el futuro de Europa. |
Ningún país escapa a este proceso,
aunque sea más patente y dramático en aquellos en donde recientemente la
especulación del capital financiero los ha arrastrado a la crisis. Las
empresas, con la excusa de tener pérdidas económicas, recortan personal o
imponen medidas de “flexibilización” laboral. Los Estados congelan salarios,
vuelven más laxa la legislación que permite los despidos, aumenta impuestos y
reduce presupuestos para educación y salud.
¿Qué ha sucedido? ¿Por qué, cuando la
sociedad produce más riqueza, el Estado se declara incapaz de cumplir con
compromisos que antes no tuvo inconveniente en asumir?
Lo que ha sucedido es algo muy simple:
es la naturaleza del capitalismo, la misma de siempre, solo que ahora sale a
relucir en todo su esplendor, sin tapujos, porque las circunstancias históricas
han cambiado y ya no tiene necesidad de edulcorantes.
¿Y qué es lo que cambiado? Básicamente,
lo que ha cambiado es que el campo socialista se derrumbó, desapareció, y dejó
al sistema capitalista prácticamente solo en el mundo, sin contrapesos de su
talla en el mundo.
El Estado de Bienestar fue construido a
partir de la Segunda Guerra Mundial, no por convencimiento propio sino por la
presión que significaba para el capitalismo la competencia con el socialismo.
No sucedió, entonces, que el capitalismo “se humanizara”, sino que se vio
compelido a hacer concesiones que mitigaran los efectos de la explotación a la
que sometía a los trabajadores.
Pero, una vez que de encontró sin
contraparte, las cosas ya no pudieron ser iguales. Por un lado, el capitalismo
se encontró si barreras para llegar a todos los rincones del mundo; por otro,
pudo profundizar los mecanismos de explotación. La riqueza empezó a fluir a
raudales, como nunca antes, pero se concentró cada vez en menos manos. La
riqueza material es inmensa, pero son menos los que la disfrutan.
De la crisis que la asola saldrá una
nueva Europa en el futuro. Será más eficiente, producirá más riqueza, pero tras
de sí dejará una estela de gente empobrecida que ya no le es útil al sistema,
que está de más, y que debe ser desechada. En unos años, el aparato productivo
se reconstituirá, se habrá desembarazado de la carga que le significaba el
“gasto” social del Estado de Bienestar, habrá moldeado a las fuerzas
productivas de tal manera que pueda extraerles el mayor rendimiento posible y
competirá en mejores condiciones que antes en la palestra internacional.
La economía, entonces, estará bien, con
presupuestos nacionales equilibrados, balanzas de pago al día, pero a costas
del sufrimiento de millones de personas que lo habrán perdido todo y sobre
cuyos hombros, además, se echara la culpa del desastre diciéndoles que por su
causa, por haber vivido sobre sus posibilidades reales, están como están.
Los movimientos populares europeos son
los únicos que pueden ponerle un alto a esta situación. No luchando por volver
al Estado de Bienestar sino por construir una Europa diferente a la que el
proyecto de Unión Europea ha construido, basada en principios neoliberales. Es
una lucha larga y azarosa pero es la única vía real que les queda. Lo contrario
significa quedar a expensas de las fuerzas ciegas de la ambición y el lucro.
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