Así lo llamaban los ancianos de
su tribu, los Xosa, a cuya jefatura hereditaria alguna remota vez supo renunciar, para emprender cruzadas mayores…
José Miguel Corrales* / Para Con Nuestra
América
Agradecemos el envío de este texto a nuestro colaborador José Luis Callaci
Hace pocos años en Sudáfrica,
cuando la FIFA puso en sus manos anfitrionas la Copa del Mundial,
dio la vuelta al mundo una gráfica con un primerísimo plano de su
rostro. En ella la miraba con ternura, como
si la copa fuera alguna de sus tres hijas, mientras decoraban su topografía facial una serie de accidentes de la piel, meandros, montes y valles diminutos, con que el alma modelaba sobre su carne cansada la expresión de una fatiga centenaria. Aquella Copa simbolizaba el homenaje a ese guerrero inclaudicable que puso a su raza en el mapa mundial de la dignidad, mientras el planeta entero lo aplaudía, consciente que su lucha valía más que todos los mundiales juntos.
Cuánto sufrimiento acumulado
asomaba en esos rasgos curtidos por el infortunio,
cuánto cansancio en un semblante que delataba cierta tristeza
recóndita, una pesadumbre inveterada que, merced a alguna curiosa alquimia de ocasión, cohabitaba en su rostro con aquella sonrisa tenue con la que pareciera perdonar un pasado de cárceles y torturas, porque con la humildad genuina de los grandes, Mandela invitaba al olvido.
Ayeres sellados de reclusión que
el reducía a acontecimientos superados, como si su existencia
legendaria regada con la sangre de Soweto, Sharpville y tantas
otras aldeas masacradas, fuera un contratiempo menor al que no hay
que darle más importancia de la
cuenta.
Lució durante 27 largos años el
pijama número 46664 y debió convivir entre delincuentes comunes que
nunca reconocieron su condición de preso político, y tuvo además
que valerse de su astucia tribal para sortear
las trampas repetidas con que lo invitaban a falsas evasiones para aplicarle la ley de fuga.
Su pecado fue combatir el
”Apartheid”, esa herencia tenebrosa que dejaron
los ingleses, símbolo de una segregación aciaga y madre de tantas tragedias. Y en esa lucha se le fue la vida, una vida que ayer terminó dejando un ejemplo que alumbrará por el resto de los tiempos el recuerdo de uno de esos seres extraordinarios que cada tanto esta humanidad sufrida y traviesa tiene la buen idea de engendrar.
*Candidato a la presidencia de
Costa Rica, por el partido Patria Nueva
No hay comentarios:
Publicar un comentario