Tal como muchas veces ha ocurrido
en la historia de los últimos cien años en México, “lo que el PRI te da, el PRI
te lo quita”. El problema es que la propiedad de los mexicanos sobre su petróleo
está en el ADN del país, por lo que la reforma constitucional afectará –como
nunca- su identidad nacional de cara al futuro.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
El presidente Peña Nieto exhibe su pieza de caza: la reforma energética aprobada por el Congreso. |
La guerra de la Reforma
en México fue un movimiento político que estremeció al país a mediados del
siglo XIX. La victoria de los liberales condujo a Benito Juárez a la
presidencia, sin embargo inauguró un largo período de inestabilidad que incluyó
la intervención militar francesa en 1862. Esta etapa de la vida política del
país de los aztecas y los mayas concluyó con la llegada al poder de Porfirio
Díaz quien gobernó desde 1876 hasta 1911 con un interregno entre 1880 y 1884
cuando tomó las riendas del poder Manuel González Flores.
Díaz fue un gobernante
déspota que contó con el apoyo de los latifundistas, el clero (mayor
propietario de la tierra en el México de entonces) y en gran medida de Estados
Unidos, cuyos inversionistas tuvieron relevantes privilegios para recibir
concesiones mineras, petroleras y agrícolas.
En 1910, hubo comicios
en los que Díaz aspiraba a la reelección, sin embargo, todo el acumulado de
descontento emanado de más de tres décadas de represión y marginación exigieron
democracia y la no reelección del presidente. Así dio inicio la Revolución
mexicana cuando Francisco Madero se puso al frente de un movimiento armado con
apoyo popular, de obreros, intelectuales y sobre todo campesinos que tomaron el
poder y convocaron a una asamblea constituyente. Los titubeos de Madero que
vacilaba ante la necesidad de desarrollar acciones radicales exigidas por el
pueblo condujo al alzamiento del líder campesino Emiliano Zapata que propugnaba
la realización de la profunda reforma agraria que reivindicaban los campesinos
alzados a favor de la revolución.
Estados Unidos
intervino para derrocar a Madero e instalar en el poder a Victoriano Huerta
quien pretendió retrotraer los avances que la revolución postulaba para lo más
humildes. Además de Zapata, contra Huerta se alzó el líder del norte del país,
Pancho Villa. Estados Unidos acudió en apoyo de Huerta, sus tropas
desembarcaron en Veracruz en abril de 1914. Los mexicanos se unieron para
derrotar al invasor. Después de negociaciones en las que terceros países
intermediaron, Estados Unidos se retiró del territorio mexicano para volver en
1917 a fin de perseguir a Villa sin lograr derrotarlo.
En ese contexto, el 5
de febrero de 1917 es publicada en el Diario Oficial de la Federación, la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, herramienta política muy
avanzada no sólo para México, también para América Latina y todo el mundo.
En su artículo 27 se
consagra que “Corresponde a la Nación el dominio directo de (…) los productos
derivados de la descomposición de las rocas, cuando su explotación necesite
trabajos subterráneos; los yacimientos minerales u orgánicos
de materias susceptibles de ser utilizadas como fertilizantes; los
combustibles minerales sólidos; el petróleo y todos los carburos de hidrógeno
sólidos, líquidos o gaseosos…”
Además de los evidentes
avances de la Constitución mexicana de 1917 en materia social y de defensa de
los derechos de los ciudadanos, fue muy destacable y transformador lo que
aportó en el aspecto de protección de los recursos naturales para su explotación
a favor del desarrollo económico del país, sobre todo de las grandes mayorías
excluidas a través de la historia.
En el año 1929, los
adeptos a la revolución mexicana, formalizaron la creación del Partido Nacional
Revolucionario (PNR), el cual en 1938 pasó a llamarse Partido de la Revolución
Mexicana (PRM) y en 1946 Partido Revolucionario Institucional (PRI). El PRI en
sus diferentes acepciones gobernó continuamente en México desde 1929 hasta el
año 2000, manteniendo el control total del gobierno de todos los estados
mexicanos hasta 1989.
En 1934, el PRI llevó
al poder al General Lázaro Cárdenas, quien desde la jefatura del Estado realizó
las más profundas transformaciones que recuerde la historia mexicana. Gobernó a
favor de los sectores más humildes, los pequeños propietarios agrícolas y los
sectores medios empobrecidos de las ciudades. Estados Unidos y las facciones
oligárquicas mexicanas reaccionaron negativamente contra el gobierno de
Cárdenas cuando éste tomó medidas para proteger a los obreros petroleros ante
de la voracidad de las firmas transnacionales estadounidenses. Visto el
desacato de las empresas extranjeras a la decisión del gobierno mexicano, el
general Cárdenas procedió a nacionalizar la industria petrolera. Paralelamente
creó la estatal Petróleos Mexicanos (PEMEX),
a la cual se le estableció un estatuto especial que tuvo rango
constitucional y que instituyó su misión de ser la única instancia autorizada
para manejar los recursos energéticos en territorio mexicano, con la
responsabilidad de administrar, explorar, explotar y vender el petróleo y gas
producido en el país.
México comenzó a
manejar su industria más importante, luchando contra el sabotaje de las
empresas petroleras estadounidenses, poniendo en primer término la distribución
del producto en el mercado nacional, lo cual creó un verdadero problema en
Estados Unidos al verse privado de las cuantiosas exportaciones de crudo
mexicano. Así, Pemex se transformó en un ícono nacional, siendo la empresa más
importante del país y una de las mayores del mundo colocando a México como el
décimo productor de petróleo y décimo tercero de gas a nivel mundial.
En esa dimensión, la
anunciada privatización de la actividad petrolera, se ha convertido en la
noticia más importante y polémica del año político en México. Paradójicamente,
el PRI y quien fuera durante seis décadas su más enconado rival político, el
Partido de Acción Nacional (PAN) representante de los sectores más
conservadores y retrógrados del país se pusieron de acuerdo para que en un precipitado
trámite llevado a cabo en ambas cámaras del Congreso, se aprobara la reforma a
la ley energética que eliminó el impedimento que durante 75 años prohibió la
apertura de ese sector a la inversión privada en esta materia. Paradójico
también que el primer presidente no priista después de 70 años, el panista
Vicente Fox en noviembre de 2002, durante su mandato, asegurara que no
propondría la privatización de Pemex.
La decisión permite la
reforma a los artículos 25, 27 y 28 constitucionales, a fin de permitir la
contratación de empresas privadas para la extracción y explotación de
hidrocarburos, eliminando de hecho el monopolio constitucional que tenía Pemex.
En una encuesta hecha por Alianza
Cívica y publicada por la prestigiosa revista Proceso de Ciudad de México se
señala que el 83,52% de los mexicanos se opone a la modificación de la
Constitución. Esta encuesta, en la que fueron
consultadas 724 mil 426 personas, para lo cual se instalaron 7 mil 518 mesas
receptoras en todo el país durante dos días el domingo 25 de agosto y el
domingo 1° de septiembre abarcando mil 271 municipios en las 31 entidades
federativas del país, así como las 16 delegaciones del Distrito Federa arrojó
también que “91.61% de los consultados expresó su acuerdo en que los beneficios
de la industria petrolera —cubiertas sus necesidades de operación y desarrollo—
se utilicen exclusivamente en inversión pública como construcción de escuelas,
hospitales, ferrocarriles y proyectos de investigación científica y desarrollo
rural”.
Sin
embargo, los defensores de la reforma constitucional alegan que “el actual
sistema que se utiliza en el sector energético
mexicano es deficiente, debido a la descapitalización y falta de inversiones”.
Los partidarios y apologistas de la privatización argumentan que la misma
“podría aportar mayores recursos para inversiones y
mejorar la eficiencia”. Incluso, han hecho referencia al modelo venezolano en
el que el Estado acepta la inversión extranjera, sin modificar elrégimen de
pertenencia ni la Constitución en materia de soberanía del Estado sobre los
recursos naturales.
Por el contrario, los que rechazan la
privatización, plantean su preocupación en torno a que se va a dejar al Estado
mexicano sin disponibilidad presupuestal para la inversión en educación y salud
ante el riesgo que el capital privado se quede con las ganancias de la
actividad petrolera y gasífera. Así mismo, manifiestan dudas respecto de que la reforma
disminuirá el precio de los combustibles.
Aunque el debate y la resistencia
a las medidas se siguen manifestando, ahora tendrá que hacerse sobre un hecho
consumado. Tal como muchas veces ha ocurrido en la historia de los últimos cien
años en México, “lo que el PRI te da, el PRI te lo quita”. El problema es que
la propiedad de los mexicanos sobre su petróleo está en el ADN del país, por lo
que la reforma constitucional afectará –como nunca- su identidad nacional de
cara al futuro.
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