La doctrina Monroe fue
el punto de partida para la implementación de la política intervencionista de
Estados Unidos en América Latina y el Caribe.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
Cuando escribo estas
líneas, es 2 de diciembre. Hoy se cumplen 190 años desde el día en que en 1823,
el Presidente James Monroe en el discurso sobre el estado de la Unión ante el
Congreso de Estados Unidos pronunciara el discurso que fijara a posterioridad
los parámetros fundamentales de la política exterior de ese país y que ha pasado a la historia como Doctrina
Monroe.
En este discurso quedó
proclamada la intención de Estados Unidos de considerar al hemisferio
occidental como zona exclusiva para la realización de sus intereses, así mismo,
estableció la veda de la región para cualquier nueva aspiración colonialista
europea. Expone que “Debemos, en razón
de la sinceridad y a las amistosas relaciones que existen entre los
Estados Unidos y esas potencias, declarar que consideraríamos cualquier
tentativa por su parte de extender su sistema a lugar alguno de este Hemisferio
peligrosa para nuestra paz y seguridad”.
En el citado documento,
después de exponer sus buenas intenciones para con el gobierno imperial ruso y
asegurar a Europa que el gobierno estadounidense pretende mantener sólidas relaciones de
amistad y respeto y que no existe el mínimo designio del gobierno de Estados Unidos
por inmiscuirse en sus asuntos internos incluyendo los de sus colonias, al
referirse a América, señala con firmeza que: “Con los movimientos de este
hemisferio estamos necesariamente conectados de modo más inmediato, y por
causas que deben ser evidentes para todos los observadores ilustrados e
imparciales”, por tanto, alguna
afirmación de control o interferencia en
los asuntos internos de los Estados americanos sería considerada como “la
manifestación de una disposición inamistosa hacia los Estados Unidos”.
Una lectura superficial
y descontextualizada del texto de la declaración del presidente de Estados
Unidos podría conducir a pensar que tales conminatorias frases son expresión de
una voluntad altruista y solidaria de Estados Unidos para con sus pares del
continente. Sin embargo, lo que traslucen sus letras, arropadas con la verdad
de la historia vivida en los últimos casi 200 años, dejan ver una visión
unilateral de expansión que excluía a las potencias europeas de tal ambiciosa
idea, a fin de reservarse para sí, el ímpetu hegemónico que ya dominaba los
anhelos de la élite gobernante estadounidense. En ninguna parte del mencionado
discurso se hace alusión implícita o al menos explícita de la intención
desinteresada de Estados Unidos por el dominio neocolonial de las naciones del
sur, recién independizadas. El
tratadista español Alberto Ulloa en su manual de Derecho Internacional Público
señala que “La doctrina Monroe se apoya en el más peligroso de todos los
fundamentos, pues el derecho de propia conservación ha sido la fórmula
invocada a través de la historia para
justificar los actos más arbitrarios”.
Tal como quedó
demostrado durante la agresión británica contra Argentina en las islas Malvinas
en 1982, la Doctrina Monroe, ha tenido siempre las limitaciones que impone el
interés nacional de Estados Unidos y, por cierto, a partir de su entronización
como primera potencia mundial ya en su etapa imperialista iniciada a finales
del siglo XIX, sus intereses globales le hacían poner el énfasis en el provecho
de mantener su supremacía planetaria. En
esa medida los beneficios que pudieran haber significado esta doctrina para
América Latina y el Caribe siempre han quedado pospuestos. Ya lo había
advertido Henry Clay, Secretario de Estado durante el gobierno de John Quincy
Adams (que sucedió al de Monroe en 1825) al afirmar que “Cuando se presentara
en el Nuevo Mundo un caso de intervención extranjera, no tendrían los otros
países del Nuevo Mundo derecho a requerir la aplicación de la Doctrina, ya que
la puesta en acción de la misma dependería exclusivamente de la iniciativa y
decisión norteamericana”.
La doctrina Monroe fue
el punto de partida para la implementación de la política intervencionista de
Estados Unidos en América Latina y el Caribe. Después vinieron el Corolario
Roosevelt; la concreción de la idea panamericana a través de la realización de
las Conferencias Interamericanas, la primera de las cuáles tuvo lugar en
Washington en 1889; la estrategia del “gran garrote” y la diplomacia del dólar
a comienzos del siglo XX; la política del Buen Vecino ante la necesidad de
buscar aliados durante la segunda guerra mundial; el surgimiento del Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) en 1947 y de la Organización de
Estados Americanos (OEA) en 1948; la
creación de condiciones para el derrocamiento del Presidente Arbenz en
Guatemala en 1954; la expulsión de Cuba de la OEA en 1960 y la
fallida invasión de mercenarios a la isla caribeña con apoyo militar y
logístico de Estados Unidos en 1961; la Alianza para el Progreso en el mismo
año; el apoyo a los golpes militares que instauraron gobiernos dictatoriales en
Nicaragua, República Dominicana,
Paraguay, Brasil, Bolivia, Uruguay, Chile y Argentina y el sostenimiento de
tales regímenes con el asesoramiento a las fuerzas de seguridad para la
represión, el asesinato, la tortura y las desapariciones a través del Plan Cóndor; la invasión a
Granada en 1983; el apoyo a las bandas contra revolucionarias en Nicaragua durante
la década de los 80, así como a las represivas juntas democratacristianas que
gobernaron en El Salvador; la invasión a Panamá en 1989, la Iniciativa para las
Américas (IPA) de Bush padre en la última década del siglo pasado; El Plan
Colombia, el Plan Puebla-Panamá y la Iniciativa Mérida como instrumentos
modernos de intervención regional; la reactivación de la IV Flota de las Fuerza
navales de Estados Unidos y la intención de construir una gran Área de Libre
Comercio de las Américas (ALCA) se inscriben entre algunas de las acciones que
han surgido a través de la historia de la Doctrina Monroe.
Con todo este
historial, deberíamos sentir beneplácito del reciente anuncio del Secretario de
Estado de Estados Unidos John Kerry, quien a mediados de noviembre en un
discurso en la OEA dijo que: “La era de la doctrina Monroe ha terminado” según
cita “The Wall Street Journal”. Kerry
agregó que: “La relación que buscamos, y para cuyo impulso hemos trabajado
duro, no se trata de una declaración de Estados Unidos acerca de cómo y cuándo
van a intervenir en los asuntos de los Estados
americanos. Se trata de que los países se perciban unos a otros como
iguales, de compartir responsabilidades, de cooperar en cuestiones de seguridad
y no adherirse a la Doctrina, sino a las decisiones que tomamos como socios
para promover los valores y los intereses que compartimos”.
Parece increíble esta
declaración, viniendo de un funcionario que solo 7 meses antes, el 28 de abril,
durante un discurso ente el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de
Representantes, había tildado a América Latina como “el patio trasero de
Estados Unidos”, agregando que planeaba cambiar la actitud de algunas de estas
naciones. Fue muy preciso al señalar que “El hemisferio occidental es nuestro
patio trasero, es de vital importancia para nosotros. Con mucha frecuencia,
muchos países del hemisferio occidental sienten que Estados Unidos no pone
suficiente atención en ellos y en ocasiones, probablemente, es verdad.
Necesitamos acercarnos vigorosamente, planeamos hacerlo…”. En ese mismo discurso
y como prueba de tal retórica aseguró
que no reconocería el triunfo que había obtenido Nicolás Maduro en las
elecciones presidenciales del 14 de abril en Venezuela.
Ahora, en noviembre
y con solo unos días de diferencia respecto de su declaración de cese de la
Doctrina Monroe, su vocera Jean Psaki,
en una clara injerencia en los asuntos internos de Venezuela manifestó “su
preocupación” por el otorgamiento de poderes habilitantes al presidente Maduro,
a pesar que dicha resolución se tomó en el marco de la Constitución y las leyes
que rigen el funcionamiento jurídico del país.
En el colmo de la
hipocresía y sólo una semana después de tales declaraciones, una desvergonzada
intervención de la Embajada de Estados Unidos produjo un descarado fraude
electoral rechazado por al menos dos candidatos y por las organizaciones
sociales y populares de Honduras.
Cabe recordar que
durante el gobierno de Barack Obama que ahora propugna el fin de la Doctrina
Monroe, se produjo el fallido golpe de Estado contra Rafael Correa en Ecuador y
el derrocamiento de los presidentes constitucionales de Honduras y Paraguay a
través de acciones típicas del influjo de tan nefasta doctrina.
La vigorosa y
unánime respuesta latinoamericana ante tales intentos imperiales y oligárquicos
de retrotraer el rumbo de la historia, la extraordinaria voluntad del pueblo hondureño que lucha en las calles
en defensa de su maltratada democracia y la contundente oposición de los
gobiernos progresistas de la región a los intentos avasalladores de los voceros
de la administración estadounidense, tal vez señalen que América Latina y el
Caribe dejó de ser patio trasero, para transformarse en jardín florido de la
esperanza de sus pueblos.
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