Las ideas para la
transformación social no pueden ser más sencillas: establecer un orden social
que sea popular por lo revolucionario; revolucionario por lo democrático, y
democrático por su capacidad para incorporar a las grandes mayorías de nuestras
sociedades a la efectiva construcción de su propio destino: esto es, por su
capacidad para contradecir y contrarrestar los hábitos de gobierno oligárquico
que han devorado una y otra vez nuestras esperanzas.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
En 1998, al anunciar que no
aspiraría a la reelección como Presidente de Sudáfrica tras concluir su período
en el cargo, Nelson Mandela explicó que a cada hombre le tocaba una tarea
propia de su circunstancia, y que la suya había sido de la de llevar a su país
a la democracia. Múltiples reflexiones podrían venir a cuenta de esto en
nuestra América. De entre ellas, destaca la que se refiere a la importancia que
tiene la claridad de los propósitos para organizar de manera adecuada las
acciones necesarias para lograrlos.
No han faltado los adictos a
las candilejas que acusaron entonces y acusan hoy a Mandela de no haber hecho
la revolución socialista en su tierra, como no le han faltado a Lula, a
Correa, a los Kirchner, a Mujica, y al propio Omar Torrijos, en su tiempo. El
hecho es que ninguno de ellos se propuso hacer tal cosa, y tendría que ser de
evidente justicia juzgarlos por lo mucho o poco que hayan logrado en lo que sí
se plantearon hacer.
Esto tiene su importancia a la
hora de discutir sobre la necesidad de crear opciones de política para aquello
que sea la izquierda en la América Latina de hoy. Entre nosotros, en efecto –y esto es síntoma de un problema de entendimiento– solemos definir a la
izquierda (y al centro, y a la derecha) por sus dichos, ritos y posturas, antes
que por sus propósitos. Y así como mucho anticlerical del XIX pasa por ateo
científico contemporáneo, mucho liberal desarrollista de mediados del XX pasa
hoy por socialdemócrata progresista.
Ir definiendo esos propósitos
es ir estableciendo, también, la comunidad de quienes los comparten. Y
establecer esa comunidad significa, también, ir estableciendo un centro de
referencia incluso para quienes son de izquierda “sin saberlo”, como tanto
martiano de hecho y cada auténtico cristiano que anda suelto por allí.
En esa perspectiva, y viéndolo
país por país, sociedad por sociedad, se puede apreciar cuán maduras están o no
están las circunstancias para avanzar hacia la creación de esa comunidad de
propósitos, que facilite transformar las inquietudes en ideas, y organizar las
ideas en guías para la acción. Lo bueno que tiene el caso es que se lo puede
abordar desde lo que viene siendo hecho, y con quienes vienen haciéndolo.
Tal ocurre, por ejemplo, con
las múltiples iniciativas encaminadas a crear medios alternativos de
información y comunicación. Allí, el propósito sólo puede ser el de promover la
reforma cultural y moral necesaria para facilitar la convergencia de quienes
estén dispuestos a ir de la revolución democrática a la transformación social
que haga posible el desarrollo sostenible de nuestra especie, convirtiendo al
Nuevo Mundo de anteayer en la antesala del mundo nuevo de mañana.
La revolución democrática
parecía tan imposible a mediados de la década de 1990, como lo parece en
ocasiones la transformación social para el desarrollo sostenible a mediados de
la de 2010. La primera no llegó ni dónde -ni
por dónde, ni cómo–
la esperaban muchos. La segunda encontrará también su propio camino, al calor
de la multiplicación de las pequeñas acciones que van creciendo en dirección a
las ideas que las inspiran.
Esas ideas no pueden ser más
sencillas: establecer un orden social que sea popular por lo revolucionario;
revolucionario por lo democrático, y democrático por su capacidad para
incorporar a las grandes mayorías de nuestras sociedades a la efectiva
construcción de su propio destino: esto es, por su capacidad para contradecir y
contrarrestar los hábitos de gobierno oligárquico que han devorado una y otra
vez nuestras esperanzas. Si fuera fácil, por supuesto, ya estaría hecho. Como
no lo es, nos toca a nosotros. Y ante ese hecho cabe recordar que, así como
para José Martí crear debía ser la palabra de pase de su generación, persistir
en la tarea creadora tendrá que ser el mandato de la nuestra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario