Martí fue, además, el
hombre maduro, en el cual se retarda la infancia y de otro lado se anticipa la
vejez; hombre cenital que goza desde un punto mágico las dos mitades del cielo.
Por eso se abre en pulpas humanas por donde se le toque Y por eso sabe tanto
del negocio de vivir, de padecer, de caer y de levantarse.
Gabriela Mistral
Conferencia
dictada en 1934 en La Habana
Imitación. La imitación cubre en América la época anterior y
la posterior a Martí: cien años de calco romántico y cincuenta de furor
modernista son los cortes en que aparece dividido nuestro suelo literario.
Tenemos que confesar que la imitación aparece en nosotros más que como un gesto
como una naturaleza; nuestra piel toda poros es lo mejor y lo peor que nos ha
tocado en suerte y a causa de ella vivimos a merced de la atmósfera.
Por esto, la
originalidad adquiere en Indoamérica el aspecto de un asa salvadora de nuestro
decoro y el escritor sin préstamo o con un mínimum de préstamos vale por el
golpe seco de una afirmación. El fenómeno del escritor que procede de sí mismo
aunque haya vivido en la corte de los maestros, oyéndolos hablar y recitándolos
sin estropeo del acento propio, significa en nuestros pueblos un hecho digno de
ser hurgado para exprimirle el ejemplo.
Aseguran algunos que la
cultura es el enemigo por excelencia de la originalidad, y el juicio trasciende
a Juan Jacobo en su simplismo. Pero el Adán literario, sobre el cual nadie ha
puesto la mano, ya no existe a estas alturas del tiempo. Se produce todavía, a
Dios gracias, cierta originalidad mantenida, sostenida debajo del peso enorme
de una cultura literaria; el hecho se produce aún resulta bellamente heroico y
remece todo el ambiente.
La primera, la segunda
y la última impresión de Martí es la de una voz autónoma levantándose desde un
coro de voces repetidoras. Veremos a Martí marcar varonía en cada paso de su
vida de hombre; pero desde que comienza su carrera literaria varón será también
en esta naturaleza antiimitativa, o sea, antifemenina.
Originalidad. ¿En qué consiste la originalidad de Martí? Las
mujeres no sabemos explicar nada en bloque y sólo tenemos una habilidad de
encajaras, es decir, detallista. Parece que la originalidad esencial de Martí
arranque de una vitalidad tropical. Si la imitación se explica como la cargazón
de muchas atmósferas sobre el cuerpo que no las resiste, la originalidad sería
la robustez brava de un airoso que puede con ellas, se ríe del eso y corre con
él sobre el lomo.
José Martí es muy vital
y tal vez su robustez sea la causa de su independencia. Comió del tuétano de
buey de los clásicos; nadie puede decirle lo que a otros, que se quedase ayuno
del alimento formador de la entraña: él se conoció sus griegos y sus romanos y
fue también el buen lector que pasa por los setenta rodillos de la colección
Rivadeneira sin volverse papilla y caldo.
Guardó a España la
verdadera lealtad que le debemos, la de la lengua, y ahora que los ojos
peninsulares pueden mirar a un antillano sin tener atravesada la pajuela de la
independencia, ya podrán desde Madrid decir leal al insurrecto, porque conservó
una fidelidad más difícil de dar que la política: ésta de la expresión. Tanto
estimó a los padres de la lengua que a veces toma en cuenta a los segundones y
tercerones de ella.
Pero más apegado que a
clásicos enteros y a los semiclásicos se le ve abrazado a los escritores
modernos de Francia y de Inglaterra, cosa muy natural en hombre que tenía su
tiempo presente y vivía registrándolo día a día. La dominación de los modernos
sobre él parece que sea simpatía hacia sus ideas más que apego a las esencias
de los idiomas extraños. "La lengua vieja, las ideas nuevas", diría
él.
Gran sensato, Martí no
tuvo la ocurrencia de otros, de admirarle a Cicerón la letra y la ideología, y
de creer que Homero y Virgilio obligan al descontento de la época y a una
nostalgia llorona de tal o cual César. Él tiene encargos que cumplir, trabajos
que hacer en la carne de su tiempo, y se siente ligado a las almas francesas,
norteamericanas e inglesas por el parentesco que crea una época común.Ahora,
sabiendo que la originalidad de Martí ha sufrido la prueba de los magisterios
naturales, veamos por averiguar en qué consiste ella misma. Parece ser que esté
hecha de tono, de vocabulario y de sintaxis propios.
Los escritores de
estilo novedoso no siempre son diferenciados en cuanto al tono; pero los
realmente personales, traen siempre un acento particular. En la literatura española,
por ejemplo, Calderón tiene un estilo, pero en Santa Teresa hay un tono; en la
francesa, Montaigne tiene más dejo galo que el propio Racine. Martí salta a
nuestros ojos con el cuerpo entero de un estilo, pero lo mejor de gozarle, para
mí, son los imponderables del tono criollo que se le deslizan por las hendijas
del tronco castizo.
El orador. Acordémonos de que este hombre fue orador nato,
para estimarle suficientemente la maravilla de la naturalidad. La oratoria
carga con una cadena de fatalidades. El orador comienza siendo el recitador que
se regodea en un vasto espacio y delante de una masa. Lo primero lo echa a
gritar, y la mucha carne escuchadora lo tienta a hacerle concesiones, a darle
halagos. La voz tonante de una parte, y de otra el apetito de convencer, le
sacan los gestos violentos, y las dos calamidades de berreo y gesticulación, lo
echan de bruces en el extremismo del vocabulario. Así, se va trenzando una
cadena de fatalidades.
Yo no tengo amigos
oradores y no he podido recibir su confesión; pero se me ocurre que el escritor
honrado debe detestar sus discursos cuando palpa allí una máquina montada con
piezas de mentira, la cual se emplea para convencer... de la verdad. En los
mejores la oratoria se resuelve en una forma didáctica, o en el desfogamiento
de un lirismo impotente que no llegó al poema.
Anotemos en Martí el
que siendo el orador honrado dentro de un gremio fraudulento, no se aparte de
las líneas clásicas dentro del género; si abrimos un texto de retórica, veremos
que Martí cumple con toda la ley y la costumbre como un buen hijo acatador de
la tradición.
Pero el fenómeno del
Martí orador consiste en que, manejando un género de falsas virtudes, lo
servirá con virtudes verdaderas. Mientras el demagogo simula su indignación y
lanza desde el tabladillo sus llamitas pintadas, Martí está ardiendo de veras;
mientras el mero arengador sube la cuesta del período en una hazaña de gimnasta
sólo para hincar la pica del remate, él trepa el período temblando de cólera o
de fe indudables; mientras el embusterillo lanza en frío sus metáforas. Martí
las desmorona vivas desde su boca escocida por ellas. Con todo lo cual vuelve
espectáculo natural una cosa que los demás aderezan, y en su imprecación
verídica, se da en pasto a su gente sin ahorro alguno del alma.Yo llegué tarde
a su fiesta y una de las pérdidas de este mundo será siempre la de no haber
escuchado a Martí. Amigos suyos me han hablado de su voz, pero en esto
cualquier información se queda manca. Debe haber tenido "gracia de voz",
si creemos a los yoghis que las vísceras mansas hacen dulce la voz. Me acuerdo
siempre de Emerson en su elogio de la voz grata, y como él desconfió de los
acentos pedregosos o broncos: piedras llevan... Y en cuanto al ademán, el
tribuno educador debe haberío tenido como aquellos efusivos que por pudor
gesticulan con un suave ímpetu.
No le conocimos acento
ni mímica, pero lo demás nos ha quedado, a Dios gracias, en el cuerpo de los
discursos. Y qué noble anatomía la de su oración cívica o militante que nos va
a mostrar sus miembros extendidos de atleta en la mesa de las mediciones.
El período copioso se
nos había hecho antipático en los seudocervantistas, porque sabemos que la
sintaxis es cosa funcional y arranca desde adentro o nace muerta. Puede
resultar que, como la sangre abundante, el período logre ser ligero en ciertos
sanguíneos ágiles, pero lo común en nosotros, gente de lengua colonial, es que
no salte con borbotón espontáneo sino que él sea sobre el papel como las
manufacturas resobadas.
En Martí no fatiga el
período a fuerza de estar vivo de cabeza a pies. A los prosistas mediocres,
incapaces de fundir los materiales de la oración como el volcán los suyos, dan
ganas de pedirles que truequen el acápite español por la sintaxis sumaria del
francés, que queda al alcance de sus fuerzas en una frase corta y portátil.
Esta cláusula tiene a lo menos lástima de nuestro aliento y cortesía de la
oreja tendida, mientras que el continente verbal pide titán y las manos comunes
no tienen nada de prometeicas.
Trascendentalismo y énfasis. Vamos hacia otra hazaña más
difícil de lograr todavía: el trascendentalismo exento de declamación.
El orador de aquella
época era, por contagio de Víctor Hugo y de Quintana, trascendentalista y
enfático. Estos profetas sin santidad suelen ser sinceros, pero lo común es que
simulen el arrebato y el trance. Los amigos del patético y del sobrenatural no
son muchos y sus adversarios, al no entenderlos, prefieren llamarlos farsantes.
Por eso la popularidad del romanticismo a mí me desconcierta. ¿Cómo se las
arreglaron aquellos romanticones para embarcar en su nave a nuestros abuelos?
Tal vez algunos hallaron gran clientela precisamente por ser almas de drama
real, pero lo más sólo serían gente que representaba bien su comedia.
A nuestro Martí no lo
pondremos bajo el pabellón absoluto del romanticismo trascendentalista. Tal vez
podamos afiliarlo en la banda pero bajo unos subtítulos restrictivos, porque
este hombre se mueve en un turno de grandeza y cotidianeidad. Pensemos, aunque
parezca absurdo, en un Víctor Hugo corregido de su trompetería por un trato
diario del Montaigne doméstico; él vivió haciendo este peregrino zigzagueo.
Suelta una alegoría que relampaguea, y sigue con una frase de buena mujer,
cuando no de niño; hace una cláusula ciceroniana y la neutraliza con un decir
de todos los días; abaja constantemente los vocablos suntuosos allegándoles un
adjetivo de lindo sabor popular. Tal vez leía su Biblia saltando de un profeta
a un evangelista, de Ezequiel a Lucas, o bien iba y venía de San Juan el Divino
al San Pedro pescador.
Cuando ustedes lo
llaman Arcángel, se acuerdan de Miguel y su espada pinchadora del dragón; pero
él contiene también a Rafael, arcángel transeúnte, que caminando con Tobías le
escondió hasta el final su condición alada. Esta conjugación de lo arcangélico
militante con lo arcangélico misericordioso nos valga para símbolo del
martianismo.
El arcangelismo de
Miguel tiene grandes riesgos por que se resuelve en una función de fuego y de
hierro más exterminadora que redentora. En el Arcángel hostigador del Diablo
eso está bien, ya que la finalidad es matar el dragón; pero en las turbas
humanas la operación resulta peligrosísima. El combatiente acaba entero en
espada, va reduciendo su cuerpo a vaina y por último a filo. Celebremos, pues,
este raro arcangelismo español que hace correr a lo largo de la espada un
constante aceite de piedad.
Lengua. Examinada así, en bruto, la originalidad del tono de
Martí, pasemos a la del vocabulario, que, como se sabe, cuenta entre los más ricos
de nuestra literatura.
Martí posee el
castellano, tanto en el aspecto de la intensidad, como en el de la extensión,
colocándose así, al lado de Juan Montalvo en el millonarismo de vocablos.
Montalvo manejó, es cierto, mayor cantidad de voces; pero hay entre ambos
vocabularios una diferencia grande de calor, de color y de sabor. La lengua
rica de Montalvo le viene de una frecuentación visible -demasiado confesa- del
Diccionario. (Yo suelo recomendar a mis alumnas que se lo lean, en un ejercicio
que les ahorrará en buena parte el librote tremendo.) Agradecemos a Montalvo el
mérito de su acumulación de Creso, pero marcamos bien la diferencia que corre
entre estas dos riquezas. Montalvo trabajó primero en su Ecuador, después en
Francia, en ausencia amarga del idioma pleno, ya que en su país lo indígena
triplica lo español y que en Francia vivió la dieta del idioma. Así se entiende
el que se doblase veinte años sobre el Diccionario pidiendo al mamotreto
frígido el calor que el ambiente no daba ni prestaba.
Martí, por el
contrario, vivió las edades formativas -infancia y adolescencia- sumergido en
un español casticísimo, hablado por la burguesía y en uno acidulado y pimentado
que era y es hasta hoy el del pueblo cubano. Cuando salió al destierro,
llevaba, seguro como las entrañas que no nos dejan, la lengua completa chupada
en veinte años de su Isla.
Me señalaba el chileno
Díaz Arrieta, que el español escrito en América confiesa una pobreza vergonzosa
y sobre todo un gran desabrimiento, y mi amigo tiene razón (las Catilinarias y
los artículos de polémica se salvan a causa de ser una escritura de guerrilla).
Los pueblos no antillanos somos hijos del injerto verbal, es decir, de una
aventura, lo que trae consigo riesgo, algunas posibilidades de superación y muchas
de degeneración. Pero a la Isla de Cuba le cayó en suerte el ser ella un
desgajamiento directo de la Península echado al mar; el nacer prima hermana de
las Canarias, es decir, el haber sido y seguir siendo una España insular.
Naturalmente, un
verdadero vital no se conforma con el idioma que recibe, porque cualquier
naturaleza rica se pone a crear sus órganos, rebasa los medios recibidos y echa
de sí los que le faltan.
Antes de Rubén Darío,
Martí se había puesto a la invención de vocablos y aquél le reconoció el
mayorazgo. Me gustan más los que salieron de la mano de Martí que los venidos
de Rubén Darío. Todos lo sabemos y se puede decirlo sin mengua para el
nicaragüense que en su uso del galicismo había tanta necesidad de fineza como
alarde de cosmopolitismo o de mucho ingenio.
Martí crea sus pocos
neologismos como un lingüista profesional, guardando todo respeto a la
tradición en los derivados e inventa por necesidad verdadera, por el hambre de
expresividad que había en él.
El vocabulario martiano
no será nunca extravagante, pirotécnico ni snob, pero será novedoso hasta
volverse inconfundible. El verbo, más que el mismo adjetivo, él lo busca a la
medida de su necesidad. Son verbos activísimos; él dice
"desjarretar", "sajar", "chupar",
"pechar". Sus adjetivos son, en la prosa, táctiles y embadurnados de
color y yo pienso que nadie entre nosotros llevó más lejos la ceñidura del
apelativo a la cosa. En su complacencia de grafismo, movimiento, intensidad,
dice "tajadas", "carneada", "fundida",
"volcada", "regada", etc. Trabaja con epítetos extremosos y
aunque los administre de más en la oración no se le engrasa y le salta viva
como el lazo venteado del gaucho.
Tropicalidad. Vamos a la vitalidad tropical. Muchos miran el
Trópico como un bochorno que descoyunta y acaba su criatura. Como yo siento
algo de eso cuando vivo en él, no niego el hecho, pues, aunque admire y ame el
trópico, pruebo en mi cuerpo la perfidia suave, la succión blanda.
Tan perfecto me parece,
sin embargo, como una medida cabal de la riqueza terrestre, como el cubo de
Dios, que siempre rebosa, y tan noble lo veo en su generosidad, que en vez de
tacharle el calor genesíaco, prefiero creer que no podemos con él por una
penuria corporal de mestizos flacos. El que no podarnos mirar esta luz sin
pestañeo y el que no alcancemos estos pulsos fuertes culpa nuestra es.
Cuando me encuentro un
hombre semejante a Martí o a Bolívar, que en su Trópico, de treinta años, no se
descoyunta y se mueve en él lo mismo que el esquimal en la nieve, trabajando sin
agobio y rindiendo la misma cantidad de energía que el hombre de climas medios,
vuelvo a pensar que lo elefantiásico y monstruoso del Ecuador no existe. José
Martí cayó en el Trópico como en su molde cabal; él no rezongó nunca contra la
latitud porque no se habla mal del guante que viene a la mano.
Hay una inquina
especial de las tierras frías contra el Trópico que pudiese ser la del
sietemesino contra el niño de nueve meses. Una de las manifestaciones de ella
se nota en lo peyorativo de los vocablos "tropicalismo" y
"tropical" cuando los usa la crítica literaria. Los dos se han vuelto
motes de injuria y liquidan a un escritor. Es necia su aplicación al bloque de
los que viven entre Cáncer y Capricornio, pues difieren entre ellos, tanto como
planta y animal. No hay razón para que un autor tropical haya de ser
necesariamente malo sin más razón que la del termómetro. Pero la comicidad del
asunto reside en que el trópico americano no ha dado verdaderos tropicales,
excepto uno, óptimo, este Martí que es el único a quien conviene el rubro, y
uno malo, nuestro Vargas Vila... que vivió cuarenta años en Europa.
Pedro Henríquez Ureña,
al que debemos muchas definiciones del hecho americano, se encargó de enderezar
el vocablo torcido. Él prueba que nosotros llamamos "tropicales" los
estilos superabundantes y empalagosos de los subrománticos franceses hospedados
aquí por escritores más segundones aún. El clima nada tiene que hacer con el
pecado, y para no citar sino un caso, cerca de aquí nació y pasó la infancia
esencial un poeta no dañado por la calentura del Caribe: en la Martinica vivió
años Francis Jammes.
Al revés de cuanto se
ha dicho, la soberana belleza tropical de América se quedó al margen de nuestra
literatura, sin influencia verdadera sobre el escritor y como rebanada de él.
Ojos, oreja y piel se los hemos regalado a Europa: paisaje, europeo, desabrido
y neutro, es lo que se encuentra en nosotros los criollos. Antes y después de
José Martí ninguno se había revolcado en lo fogoso y en lo capitoso de estos suelos.
Hay que llamar al
cubano "hombre leal" por muchos capítulos, pero, principalmente, por
haber llevado el resuello de su tierra y haber vaciado la cornucopia de una
geografía a lo largo de toda su obra, en la expresión hablada y en la escrita.
¿Qué hace el Trópico en
la obra de nuestro Martí, el único que lo representa?
En primer lugar una
calidez gobernada o suelta corre por su prosa en un clima de efusión; marca sus
arengas, los discursos académicos, los artículos de periódico y las simples
cartas. Yo digo calidez y no digo fiebre. Tengo por ahí pespunteada una vaga
teoría de los temperamentos de nuestros hombres: los que se quedan en el fuego
puro y se secan y se resquebrajan, y los que viven del fuego y del agua, es
decir, de un calor húmedo y se libran del resecamiento y la muerte. Martí fue
de éstos. A él lo asiste siempre la brasa confortante o un rescoldo cordial. Si
como pensaba Santa Teresa nuestro encargo es el de arder, y la tibieza repugna
al Creador, el Diablo es uno que tirita; bien cumplió José Martí su encargo de
vivir encendido y sin atizaduras artificiales. Él ardía abastecido del
combustible de su temperamento cubano-español y también del Espíritu Santo que
recorre su escritura en garabateo visible.
La segunda
manifestación del Trópico en Martí, sería la abundancia. El Trópico es
abundante por esencia y no por recargo de bandullos o períodos. El barroco fue
inventado por arquitectos no tropicales, los cuales buscando ser magníficos
cayeron en gordinflonerías y excrecencias.Más claro se verá el hecho visto en
el árbol coposo: él no es un abullonado, él es la fuerza llegando a sus topes.
Hay que meter la mano en la masa de sus ramas para hallar grosuras; mirado, él
es esbeltamente soberbio, nada más que eso.
En el tropicalismo de
Martí, la abundancia es natural por venir de adentro, de los ríos de su savia
interna. En cuanto a natural no es pesada, no carga ornamentos pegadizos; se
lleva a sí misma sin pena, como los grandullones llevamos nuestra talla...
Además el criollo
lector, congestionado de lectura, hervía de ideas, a revés de los que siguen
una sola como regato en tierra pobre; el corazonazo caliente de emocional le
subía a la garganta hasta en la charla corriente; el vocabulario pasmoso le
entregaba a manos llenas la expresión justa y la más feliz. ¡Cómo no había de
ser copioso! Lo hicieron en grande y no hay por qué una criatura ubérrima dé la
espalda a su haber y se fuerce a regímenes de arroz. Corríjasele la abundancia
y Martí se nos disuelve. Que los demás escritores ecuatoriales vivan sin
conmoverse delante de su gracia, negocio de ellos es, mal negocio de
distracción o de renegamiento; pero dejemos que este respondedor describa su
aposento geográfico que es su mesa de vivir y su lecho de morir.El metafórico.
Otra manifestación del tropicalismo martiano es la lengua espejeante de
imágenes, el desatado lujo metafórico.
Dicen que en la
naturaleza tropical fauna y flora están supeditadas al ornato y por eso
resultan más hermosas que productivas; dicen que son blandas y fofas sus
criaturas y que su belleza engaña como la gesticulación ampulosa y buera. La
verdad es que la naturaleza, que en otras partes cumple su obligación de
alimentar, aquí se da el gusto de servir deslumbrando. El árbol de la goma, el
cocotero, el mismo plátano llevan vitalidad suficiente para dar mucho y les
quedan todavía jugos para follajes superlativos. No sé qué hay de propietario,
de asalariado en la naturaleza europea donde el sembradío se ciñe a la utilidad
y no le sobra nada para fantasía y locura. El Trópico nuestro se parece a
Hércules, que era servicial y magnífico en una sola pieza, vale decir, hazaña.
Pasemos esta misma
generosidad a la naturaleza de Martí: Él es un divulgador de ideas, pero como
la savia le alcanza, él las echará a rodar en torrente de símiles. Por otra
parte, no es cosa de olvidar que él es sobre todo un poeta, que puesto en el
mundo en una hora de dura necesidad, aceptó ser conductor de hombres,
gacetillero, profesor, etc., pero que de nacer en una Cuba adulta y sin
urgencias, se hubiese quedado en el hombre de canto mayor y menor, de canto
absoluto.
Como el árbol tropical
que gasta mucho en la periferia florida y que engaña con que descuida el rigor
del tronco, así engaña la prosa de Martí, y ha hecho decir a algún atarantado que
su prosa no es sino casullas de ropería arzobispal.
Suntuoso, es cierto, a
la manera de los reyes completos que dictaban legislación, religión, costumbre
y poesía, que siendo sacerdotes no descuidaron el espejo justo de trono y
vestimenta y hasta solían corregir a sus costureros e inventar danzas.
También aquí está el
hombre construido en grande, que no quiere constreñirse ni mutilarse de nada y
hace brazada con las cosas buenas de este mundo, hombre antiasceta (aunque
cuidase mucho de su decoro) por hallarse cerca de la naturaleza que se burla de
las penitencias.
Al lado de la
extraordinaria sintaxis de Martí, está como otro pilar de su maestría, la
metáfora espléndida. La tiene impensada y no extravagante, original y no
estrambótica; la tiene virgínea Y siempre nueva, sin caer por reincidencia en
la misma o en la semejante; "imaginífero" -D'Annunzio se llamaba así
a sí mismo-, cuyo stock no se vaciaba nunca.
La sabida frase del
hombre que piensa en imágenes, conviene a Martí como a ninguno de nosotros. Hay
que caer sobre algunas páginas del Asia, en las cuales la poesía se traduce en
una pura reverberación alegórico, para encontrar algo semejante a su escritura.
Pero la diferencia con el lirismo asiático está en que, mientras aquél cae al
atollamiento de flores y gemas, Martí nos hace siempre sentir el hueso del
pensamiento bajo la floración.
La metáfora cerebral y
de química esotérica de los que han venido después, no era la suya; el corazón
fogoso y fogueado era su proveedor de metáforas; así la tiene de espontánea y
de cándida lo mismo en lo tierno que en lo colérico.
Dicen que el estudio de
un poeta lo dan sus metáforas por sí solas. El método es habilidoso, pero se
nos quedarían afuera los buenos poetas ralos y hasta los ayunos de símil, que
los hay. Para Martí el procedimiento resultará excelente. En su montaña de
metáforas se puede descomponer su alma entera.
La última manifestación
de tropicalismo que anotaremos en nuestro hombre es la generosidad que le
viene, en parte, de su riqueza misma. El temperamento criollo rebosa de
liberalidades; él se derrama en hospitalidad y dispendios. Nosotros no somos
pueblos de vísceras resecas, arca vigilada ni alarmas de vieja despensera. Este
sol que en vez de asistir solamente a la creación, la inunda y la agobia, nos
ha criado en una pedagogía derrochadora. Estamos llenos de injusticias
sociales, pero ellas derivan más de una organización torpe que de una sordidez
congenital; andamos buscando un abastecimiento racional de nuestros pueblos y
cuando lo hayamos encontrado, los sistemas económicos de la América serán mucho
más humanos que los europeos.
Todo lo quiere para su
gente Martí: libertad primero, cultura y bienestar en seguida. Y como su estilo
forma el aspa visible de su rueda oculta, las liberalidades de Martí se
traducen en su lengua por una desenvoltura de señor acostumbrado a poseer y a
dar. Voltéese en la mano el estilo de los egoistones y se les sentirá la
reticencia en la sequedad y el temblorcito de la avaricia en la indigencia de
la frase.
Persona fascinante. La averiguación de la lengua se
me ha resbalado hacia el hombre, al cual yo no iba a comentar porque la crítica
literaria moderna está empeñada en deslindar obra e individuo y reducirse a la
escritura a secas.
Hay escritores con los
cuales sobra la divulgación de persona y vida; hay otros que no pueden ser
manejados sino en el bloque de escritura y carácter. Martí es de éstos y hasta
tal punto que no sabemos bien si su escritura es su vida puesta en renglones, o
si su vida es sólo su escritura enderezada. Además, es de aquellos que se hacen
amar de tal modo que su devoto quiere saberlo todo de ellos, desde cómo rezaban
hasta cómo dormían...
Es cierto que se puede
hablar aquí de "un caso". ¿De dónde sale este hombre tan viril y tan
tierno, por ejemplo, cuando en nuestra raza el viril se endurece y se
brutaliza; ¿Y de dónde viene este hombre, según la teología, trayendo de veras
en su ser el trío de "memoria, inteligencia y voluntad"? ¿De dónde
nos llega esta criatura, en la cual los hombres hallan la varonía meridiana, la
mujer su condición de misericordia y el niño su frescura y su puerilidad? ¿De
dónde sale en raza de probidades dudosas este varón que no da de sí una borra
de logro, y no acepta condescender con la corrupción?
Veremos por contestar,
y si erramos la intención nos valga. El viril nos viene de la sangre catalana,
que es fuerte y activa, muy diversa su acción a la de Castilla, correa de cuero
de la historia, y terror de pueblos flacos. El tierno le viene del limo y del
ambiente antillanos donde la piel del toro español se suavizó hasta volverse
una badana dulce. A menos que sea el negro y no el clima el autor de esta
blandura inédita en la prole del Cid aliviada de calentura por el mar. En Cuba,
que produce la caña mansa y el tabaco piadoso, se da fácilmente el hombre
benévolo y no es raro que saltase de aquí la cifra humana que llamamos,
"José Martí, el bueno".
Martí fue, además, el
hombre maduro, en el cual se retarda la infancia y de otro lado se anticipa la
vejez; hombre cenital que goza desde un punto mágico las dos mitades del cielo.
Por eso se abre en pulpas humanas por donde se le toque Y por eso sabe tanto
del negocio de vivir, de padecer, de caer y de levantarse. A criatura tal los
amigos querían contarle todo y a veces no le contaban nada porque él los
adivinaba con sólo mirarles. Él serviría las funciones humanas mejores: la de
consolar, la de corregir y la de organizar.
Muchas veces se ha
aplicado en la historia la frase de "amigo de los hombres"; Martí se
la ganó de vivo, y de muerto la retiene en la mano parada.
Es preciso alabar
también al luchador sin odio. El mundo moderno anda alborotado con la novedad
de Mahatma Gandhi, combatiente ayuno de furor. Pero el fenómeno de combatir sin
aborrecer, apareció entre nosotros mucho antes en este "santo de
pelea". Póngale encima si quieren, la lupa acusadora; mírenle las arengas,
proclamas y cartas, y no saltará al ojo una sola peca de odio. Empujado a la
cueva de las fieras, constreñido a buscar fusil y a echarse al campo, este
hombre va a pelear sin malas artes, sin interjecciones feas, sin que se le
pongan sanguinosos los lagrimales. Posiblemente hasta los luchadores de la
Ilíada dejaron escapar en lo apretado del apuro algún "terno" que
Homero se guarda. Martí pelea sobrenaturalmente, sintiendo detrás de sí la
causa de la independencia cubana que le quema la espalda, y mirando delante el
montón impersonal de los enemigos de la libertad que para él no tienen cara ni
nombre personal.
Y aquí, mis amigos,
Martí resulta sujeto sin amarras con la raza indo-española. Ella ha odiado
mucho, ha puesto siglos de empeño en aborrecer de cabeza a pies y ha tomado el
sobrehaz de la tierra como un campo patagónico de "carneada" Aunque
la frase se nos tiña de cursilería, digamos que Martí vivió embriagado de amor
humano, y tanto que sus entrañas no le dieron ni un grito de venganza.
Todo es agradecimiento
en mi amor de Martí: gratitud hacia el escritor que es el maestro americano más
ostensible de mi obra, y también agradecimiento del guía de hombres que la
América produjo en una especie de Mea culpa por la hebra de guías bajísimos que
hemos sufrido, que sufrimos y sufriremos todavía. Angustia siento yo, americana
ausente, cuando me empino desde la tierra extraña a mirar hacia nuestros
pueblos y diviso a mi gente atollada todavía en las viscosidades acuáticas de
las componendas y en las malquerencias fronterizas que tijeretean el continente
de todos lados.
Cuando los ausentes
hacemos estas asomadas penosas al hecho americano, necesitamos acarrear de
lejos a Bolívar para que nos apuntale la fe, y de menor distancia a Martí para
que nos lave con su lejía las roñas de la criollidad. Él es para nosotros, los
ansiosos, uno de esos raros refugios que se hallan en el bajío pantanoso Y al
que se entra por comer y dormir allí, sin tocar pringue o lama.
Esa frente familiar a
ustedes, nos tranquiliza con sus planos serenados; esos ojos de dulzura
inmediata, a flor de la "niña", donde se chupa sin tener que ir al
fondo como la abeja; ese mentón delgado que desensualiza la cabeza en su
segundo extremo, repitiendo lo que la frente hizo en lo alto, nos consuelan de
tanto semblante torcido o ácido que corre por la iconografía criolla.
Hemisferios de agradecimiento son para mí la literatura y la vida de José
Martí.
En: Prosa de
Gabriela Mistral. Alfonso Calderón, comp. Santiago: Editorial
Universitaria, 1989.
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