La diferencia entre lo que hoy ocurre respecto de 10 años
atrás, es que ahora Rusia y China han decidido ser protagonistas reales en el
escenario internacional y Occidente lo ha tenido que aceptar. Rusia permanecerá
en Crimea como lo hace en Georgia desde 2008.
Sergio Rodríguez Gelfenstein /
Especial para Con Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
Hace tres semanas, en este mismo espacio escribí sobre el
exabrupto de la subsecretaria de estado de
Estados Unidos Victoria Nuland respecto de las contradicciones entre
Europa y su país para manejar la crisis ucraniana. Ahí adelantábamos algunos
escenarios probables de lo que podía suceder, sobre todo a partir de la
percepción de Rusia sobre el tema y la importancia que esta potencia
euroasiática le daba particularmente a Crimea. Decía en esa ocasión
refiriéndome a Ucrania que “…su ubicación geográfica y su soberanía sobre Crimea desde
1954, le permiten tener algunos de los puertos más importantes en el mar Negro.
En Sebastopol se encuentra –después de un acuerdo bilateral- la gigantesca
Flota Rusa del Mar Negro que opera en el flanco sur del territorio ruso y en el
Mar Mediterráneo, lo que le da importancia estratégica”.
Hoy,
se tiene que hablar de un hecho consumado: la ocupación rusa de Crimea, un
acontecimiento que era fácil de prever en las condiciones de balanza de poder
que comienza a construir el mundo desde la crisis económica y financiera de
Estados Unidos que lo debilitó, haciendo inviable mantener la unipolaridad como soporte del sistema internacional.
A
través de la historia, Crimea ha sido una encrucijada de culturas y un
territorio de permanente conflicto. Distintas civilizaciones se han establecido
en esta península de 26 mil kilómetros cuadrados con costas en los mares
Negro y de Azov.
La
mezcla de los mongoles, -que permanecieron varios siglos- con los turcos que la
ocuparon posteriormente, dio origen a los tártaros de Crimea que podrían
considerarse sus habitantes autóctonos. Casi a finales del siglo XVIII, la
zarina Catalina II incorporó Crimea a Rusia después de la victoria de esta
sobre los turcos en 1774.
En
1922, cuando se creó la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Crimea
se transformó en república autónoma
dentro de la estructura política del grandioso país que nacía. El apoyo de parte importante
de los tártaros al ejército nazi durante la segunda guerra mundial dio pié a
que, al finalizar la contienda, Stalin decidiera deportarlos a Siberia en
grandes cantidades. Así comenzó a
incrementarse la población rusa en la península, hasta que llegó a ser la
mayoría, situación que se mantiene en la actualidad. De la misma manera, en 1954, Crimea fue
despojada de su condición de república autónoma dentro de la Unión Soviética e
incorporada en esa condición a la República Socialista Soviética de Ucrania.
Esta decisión tuvo importantes consecuencias al desintegrarse la URSS toda vez
que el control de los territorios marítimos del sur ha sido trascendental para
Moscú desde hace dos siglos. Desde los puertos de Crimea y especialmente desde
la base naval se Sebastopol, sede de la Flota del mar Negro, Rusia puede
tener influencia sobre el este de
Europa, el Mar Mediterráneo y el Medio Oriente.
Entre
1992 y 1997, Rusia y Ucrania negociaron la soberanía de la península. Rusia
argüía que Crimea tenía un status espacial por ser la sede de la base naval.
Finalmente reconoció la soberanía ucraniana sobre el territorio pero firmaron
un acuerdo (renovable) por el cual la flota rusa puede permanecer en la base
naval hasta el año 2042. Además del turismo, la actividad económica fundamental
de Crimea gira en torno a la base naval que por razones de interés estratégico
goza de una importante inyección de recursos financieros de Rusia, los que se
derraman a toda la península en forma de empleos y elevación de la actividad
económica respecto de sus alrededores.
La
flota del mar Negro fue creada en 1783, en un momento
posterior a la incorporación de Crimea a Rusia. El acuerdo de 1997, dividió la
flota entre Ucrania y Rusia, a esta le correspondió conservar el 70% de las embarcaciones
y aceptó que podía contar con un máximo de 388 naves entre ellas 14 submarinos
convencionales, sin embargo, no puede ampliar esa cantidad y debe tener un
permiso especial de las autoridades ucranianas
en caso que necesite sustituir uno de esos buques.
Esta situación es la que
determina la actuación de Rusia frente al conflicto ucraniano y su reciente
intervención militar en la península. Una vez que el presidente Víktor
Yanukovich fue destituido, la mayoría rusa de Crimea solicitó el regreso a la
Constitución de 1992 que establecía la independencia, desconociendo a su vez al
nuevo gobierno instalado en Kiev, la capital de Ucrania. El
Parlamento de Crimea debió reunirse el pasado 26 de febrero para tomar una
decisión respecto de la demanda rusa, sin embargo, la minoría tártara declaró
lealtad a Kiev y rechazaron la moción. Este fue el inicio de manifestaciones de
la población rusa en toda la península pidiendo la realización de un referendo
que establezca un nuevo status político para Crimea. Las acciones de una y otra
parte llevaron a la violencia. Rusia entendió que sus connacionales corrían
peligro y el presidente Putin solicitó al Senado la autorización para el envío de un contingente militar a
Crimea. La carta de Putin al Senado expresa que "Debido a la extraordinaria situación en Ucrania, la amenaza para
la vida de los ciudadanos de la Federación de Rusia (...), al contingente de
las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia acuarteladas en Ucrania (...)
solicito al Consejo de la Federación el empleo de las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia en
territorio de Ucrania hasta la normalización sociopolítica en ese país”. La
respuesta de la instancia legislativa no se hizo esperar. Le pidió al
Presidente que tome "todas las medidas posibles para proteger la vida y la
seguridad de los ciudadanos de la Federación de Rusia que viven en
Ucrania, nuestros compatriotas y
el contingente de las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia acuartelado en
Ucrania". Esa decisión condujo a que el
sábado 1° de marzo, 6000 soldados del ejército ruso arribaran a Crimea en una
misión que Rusia asume como de protección de sus ciudadanos.
Asimismo, ese sábado el presidente del parlamento
de Crimea anunció que
en el referéndum del próximo 30 de marzo se preguntará a los habitantes si
quieren que Crimea reciba el estatus de Estado. Agregó que las autoridades de
la península actuarán inflexiblemente en el marco de la Constitución y de las
leyes de Ucrania. Además, hizo hincapié en que el Parlamento de Crimea asume la
responsabilidad política de la situación en la península "en condiciones
de la profunda crisis en la que Ucrania está sumergida, en términos de ilegalidad
y arbitrariedad", dada las condiciones de la injerencia europea y
estadounidense que produjo el cambio de gobierno en Ucrania.
Esta acción decidida por las más altas instancias
rusas se inscriben en la lógica de los nuevos tiempos. A pesar de las advertencias
amenazantes de Occidente, lo más probable es que Ucrania inicie un largo
período de inestabilidad signada por la influencia rusa en Crimea y la región
este del país, y la de Occidente en la
zona oeste fronteriza con Europa. En
Kiev permanecerá un gobierno aliado de Europa que incrementará sus vínculos con
la OTAN, creando una situación de tensión permanente, toda vez que Rusia
considera que la presencia de la alianza militar en la cercanía de sus
fronteras es un peligro para su seguridad nacional.
Los líderes europeos han reaccionado rechazando la
intervención rusa, pero su discurso ha
sido cauteloso. Tal vez consideran su dependencia energética de ese país. Francia, Alemania y Gran Bretaña
manifestaron preocupación por los acontecimientos y exhortaron a las partes a evitar una
escalada en las acciones y a Rusia a respetar la soberanía de Ucrania.
Distinto ha sido
el lenguaje de Estados Unidos. El presidente Barack Obama advirtió amenazante
que la intervención rusa “podría acarrear costos”. En palabras que resultan
risibles en boca de un presidente estadounidense dijo que lo ocurrido es una "profunda interferencia" que contraviene la
"ley internacional". La diplomacia estadounidense comenzó a actuar
para convencer a sus aliados europeos a
no asistir a la Cumbre del Grupo de los 8 (G-8) que se debe realizar en junio
en la ciudad rusa de Sochi, relativamente cerca de Crimea. Así mismo, se han
contemplado otras medidas de presión económica contra Rusia. El Secretario de
Estado Kerry, incluso sugirió la posibilidad de expulsar a Rusia de ese grupo
que congrega a las principales potencias políticas, económicas y militares del
planeta. Por su parte, la OTAN en línea con el gobierno de Estados Unidos y
olvidando que han sido los promotores y ejecutores de las más brutales y
descarnadas intervenciones militares del presente siglo, establece pautas de comportamiento que serían
importantes aplicar no sólo por Rusia sino por todos los miembros de la
alianza. En una declaración que es la expresión más alta de la hipocresía, la
soberbia imperial y la duplicidad de criterios el secretario general de la
OTAN, el danés Anders Fogh Rasmussen manifestó que "lo que hace Rusia en
Ucrania viola
los principios de la Carta de las Naciones Unidas”. Se olvida de Afganistán,
Irak, Libia y Siria.
Sin embargo, como expresión de una de las
características del equilibrio que se vive en el sistema internacional, no se
vislumbran acciones militares o una guerra entre potencias en Ucrania. El
analista Dmitry Trenin, del Centro Carnegie de Moscú, no cree que el objetivo
de Putin en Crimea sea una guerra. El especialista dijo al sitio online de la
revista alemana Der Spiegel que "Rusia quiere evitar un baño de
sangre" y explicó que las acciones militares rusas están encaminadas a “bloquear
las vías de acercamiento para prevenir que unidades del ejército o la policía
ucranianas o voluntarios nacionalistas entren en Crimea…”.
Hoy, el conflicto entre las potencias no es bélico, sino
retórico, y no pasará a mayores mientras se respeten las áreas de influencia de
cada uno. Las sanciones económicas, políticas y diplomáticas, solo contribuyen
a mantener el equilibrio, evitando los desbordes que puedan desnivelar la
balanza de poder a favor de uno u otro. La diferencia entre lo que hoy ocurre
respecto de 10 años atrás, es que ahora Rusia y China han decidido ser
protagonistas reales en el escenario internacional y Occidente lo ha tenido que
aceptar. Rusia permanecerá en Crimea como lo hace en Georgia desde 2008.
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