La lucha
antiimperialista y anticapitalista ha sido siempre dura y hasta dolorosa –y ha
de continuar así- cuando se debe enfrentar a mano limpia a quienes monopolizan
la mayor parte de los medios de comunicación, ya sean la prensa, los áulicos, las invasiones
policíacas a territorios soberanos que son tan habituales en la historia, o
simplemente, los caminos de la “calle” que cotidianamente pisamos.
Ángel Rodríguez Kauth (*) /Especial para Con Nuestra América
Desde San Luis, Argentina
A modo de introducción, o por qué esta reflexión en voz
alta
En este escrito voy a
salir de los cánones habituales a los que están acostumbradas las publicaciones
“serias” -cosa que suelo hacer con
más frecuencia de la que la prudencia academicista aconseja- a fin de ofrecer a
los adustos lectores una reflexión –de esas que hacemos hacia adentro, sobre
algo que me ha inquietado desde hace años. Aunque ahora pondré la intención de
compartirla, como ratificación que no
soy la única persona -y activista político- al que le han pasado estas cosillas
raras por la cabeza.
Obvio que quien
piensa algo y lo vuelca en el procesador siempre lo hace desde un lugar, que
suele ser “su” lugar y, como vivo en Argentina desde hace más de 70 años, no
podré dejar de hacer referencias a la actualidad y a la historia del país.
Resulta que hay
puntos de inflexión en la vida, sobre todo cuando ya se cargan muchos años y
quedan pocas canas sobre el cráneo y, entonces, se toma al azogue del espejo
como objeto para mirar hacia el pasado desde adentro.
Esto me ocurrió al
leer los periódicos tradicionales del país que traen noticias que -de alguna
manera- me permiten considerar que tantos años en la lucha frontal que he
venido sosteniendo de tipo antiimperialista y anticapitalista –en particular
contra el enemigo del norte, los EE.UU.- no han sido en vano.
A no engañarse.
¿Quiénes de los que estamos en la quijotesca empresa antiimperialista alguna
vez no tuvimos un momento de duda sobre lo que hacíamos y pensábamos? ¿Quiénes
en algún momento no nos hemos planteado que toda esta lucha era vana e inútil,
que había sido algo así como predicar en el desierto, una pérdida de tiempo?
Tengo la impresión -y creo no equivocarme- que los que no atravesamos por esos instantes de
replantearnos nuestras conductas habituales en el hacer político de
francotiradores que pareciese que nadamos en contra de la corriente de las
mayorías que viven en las culturas capitalistas y dependientes.
Si no hicimos tal
ejercicio intelectual es porque fuimos
unos idiotas que repetíamos consignas que nos ordenaban -desde la oscuridad de las tinieblas moscovitas- de un
modo acrítico. O, quizás, porque los que no lo han hecho han tenido una
formación ideológica y política más que sólida en sus cimientos, cosa que pongo
en duda y por tal es preferible encasillarlos en la primera alternativa ya que
la segunda supone haber participado de un adoctrinamiento más de tipo religioso
que ideológico.
Y, a su vez, cuando
se trata del primer caso, ello casi vendría a ser algo así como haber sido tan
dogmáticos (Paz, 1989) como aquellos mismos a los que hemos estado combatiendo
con la pluma y la palabra durante todo este largo tiempo transcurrido.
Quizás, lo que me
propongo en estas líneas algunos le llamen
“autocrítica”, a la cual me resisto de hacerlo bajo ese nombre debido a
que fue una metodología estalinista que -normalmente- terminaba cuando se encontraba que la culpa
de los fracasos estaba afuera, en los otros, en aquellos a los que se
enfrentaba. No es este el caso. Se trata de un ejercicio intelectual que sondea
no en los otros sino adentro de uno, tampoco lo hago buscando los errores
cometidos, sino simplemente tratando de hallar las pistas que permitan observar que lo hecho no fue en
vano, que la prédica constante en los más diversos espacios ha tenido su valor.
Y, debo confesar en
público, que más de una vez trastabillé‚ tuve mis dudas -no sólo las metódicas
dudas cartesianas- sino las existenciales (Sartre, 1943) sobre los equívocos en
que pude haber incurrido acerca del lugar donde me ubiqué para la lucha. Porque
no nos engañemos, a quienes fuimos jóvenes en las décadas de los ´50 y ´60 nos
gustaba luchar, algunos contra algo y los otros –los del bando contrario- lo
hacían contra otro algo. Y ahí nos
enfrentamos en la tribuna verbal o en la disputa callejera a las piñas,
cadenazos, pedradas y también con algo más contundente.
A los jóvenes de hoy
les gusta el mismo tipo de lucha, aunque las noticias que nos llegan es que hay
una buena –o mala- cantidad de jóvenes que prefieren la lucha cuerpo a cuerpo a
la salida de un boliche -por lo general en las grandes urbes- debido a
cuestiones triviales cuando están borrachos hasta los tuétanos.
Pero cuidado con
inferir fácilmente de las conductas de estos jóvenes, la culpa no es sólo de
ellos. Es hora de hacernos cargo de la responsabilidad que nos cabe a los
adultos de no haber sido capaces de convocar ideológicamente a la juventud con
consignas creíbles y que, entonces, les dejamos la mano suelta, como no lo
hicieron los adultos cuando todavía gozábamos del privilegio de ser jóvenes. A
la mayoría de nosotros -los adultos- tuvieron el talento y la capacidad como
para convocarnos al debate de ideas.
Continuando con el
eje del tema de reflexionar en voz alta, es preciso tener presente que la lucha
antiimperialista y anticapitalista ha sido siempre dura y hasta dolorosa –y ha
de continuar así- cuando se debe enfrentar a mano limpia a quienes monopolizan
la mayor parte de los medios de comunicación, ya sean la prensa, los áulicos, las invasiones
policíacas a territorios soberanos que son tan habituales en la historia, o
simplemente, los caminos de la “calle” que cotidianamente pisamos.
Sospecho, por lo
conversado con camaradas con los que he transitado esta travesía, aunque
aclarando que sin haber hecho estudio alguno de investigación riguroso al
respecto, que esta misma “sensación” ya les había ocurrido a los muchos
compañeros que están ubicados en una posición ideológica semejante a la mía. Y,
cómo habrán sido certeras las sospechas de naturaleza intuitiva que algunos de
ellos –o muchos, depende de si queremos ver al vaso medio vacío o medio lleno-
prefirieron abandonar la lucha antiimperialista y anticapitalista para
dedicarse a quehaceres menos dolorosos para la introspección de sus egos y,
también, menos peligrosos para la seguridad física y laboral, tanto en lo
personal como en lo familiar.
Esta situación, sobre
todo, la he vivido cuando se puso de moda en la política globalizada, hace ya
más de un par de décadas, aquello que se llamó el “fin de la historia”
(Fukuyama, 1989). Entonces sentí de manera marcada la sensación que todo lo
hecho fue inútil, una futilidad más en
mi vida, que no tenía sentido seguir insistiendo en lo que ya estaba volando
lejos del planeta.
Más aún, esta sensación se ratificaba observando que los
destinatarios de mis palabras y escritos –jóvenes universitarios- tomaban el
camino fácil de acomodarse a la nueva realidad de naturaleza “light” que se
vivió a partir de aquellos momentos, es decir, durante la década perdida de los
años 90. Pero, aún en la duda -aquella que en la retórica del genocida Jorge R.
Videla, era el vicio de los intelectuales-
continuaba sin hesitar haciéndome esta requisitoria que realizaba frente al
espejo y hasta adentro del mismo.
Así fue que –empecinado- decidí continuar por el sendero que
comencé a transitar desde joven, no por el capricho de no querer reconocer la
realidad y tener que aceptar el error, sino bajo la responsabilidad y la
convicción de que aquella era la propuesta correcta... aunque me faltaran
indicadores que así demostrasen que transitaba por el camino que era el que es
el que correspondía y que corresponde.
Es que la aplicación del método científico a estos menesteres también necesita
de probanzas externas que convaliden o rechacen aquello que se vivencia.
Al fin las pruebas me
llegaron –hace algo más de 10 años- a través del burgués periódico porteño La Nación, cuando me propuse leer su edición del 15 de junio de 2003. En
él se publicó algo que interesó. Se
trataba de un informe realizado por una de esas agencias demoscópicas que no
están emparentadas con mi trajín ideológico, por el contrario,
está ubicada en las antípodas del pensamiento que vengo sosteniendo desde
hace más de medio siglo.
El reporte de la noticia periodística
La empresa de
consultorías demoscópicas de Graciela Römer y Asociados realizó un estudio
concienzudo en el área metropolitana de Buenos Aires sobre 632 casos con
entrevistas personales averiguando el
número de personas que expresaban sentimientos antinorteamericanos o contrarios
a los EE.UU. El estudio se hizo en mayo
de 2003, justo en el mes que asumía la presidencia Néstor Kirchner, un ignoto gobernador que provenía
de la lejana región sureña del país y al que se lo votó como una forma de
evitar el retorno de C. Menem a la Presidencia.
En noviembre, la
empresa realizó un estudio semejante que arrojó una cifra del 57% de personas
que decían que otras personas tenían sentimientos contra los yanquis. Y, a
medio año de distancia, encontraron que el sentimiento había crecido hasta
alcanzar el 70% en la última medición que refiero. Es preciso resaltar que sólo
el 7% estuvo de acuerdo con un apoyo irrestricto a las políticas
estadounidenses en general y en particular a sus atropellos bélicos de
aquel tiempo -la primera gobernación de
G. Bush (h)- al trono imperial ecuménico del país que pretende resolver a su
arbitrio los destinos y penares de los otros países.
Asimismo, añadía la
titular de la empresa, que resultados semejantes se encontraron en otros países
de América Latina, lo cual es significativo para un análisis comparativo, a la
par que resulta alentador para nuestros
afanes, devaneos y luchas antiimperialistas y anticapitalistas en “nuestra”
América unida, tal como la pretendieron los héroes José Martí y Simón Bolívar.
Es necesario señalar
que lo que la encuestadora denomina “sentimiento antinorteamericano” no era
una reacción personalizada dirigida hacia los habitantes o nativos de aquel
país, sino que dicho estado emocional apuntaba a la estructura política, social
y económica que oportunamente definiéramos como imperiocapitalista[1]. Y aquella interpretación
se afirma en dos vertientes coincidentes y no contradictorias entre sí:
a) el rechazo en el
mundo a la invasión anglonorteamericana a Irak primero y luego sobre
Afganistán, so pretexto de defender la soberanía nacional del pueblo de los EE.UU. tras los atentados
–supuestamente cometidos por terroristas árabes- del 11 de septiembre de 2001.
Esas invasiones se hicieron bajo el amparo
del argumento que -sobre todo en Irak- existían arsenales repletos de
armas de destrucción masiva[2], lo cual no se ha podido
confirmar de manera fehaciente más allá de las palabras de los dirigentes
de la coalición, las cuales -para inicios de 2005- también ellos las abandonaban como argumentación para explicar
lo inexplicable; y
b) más referido a la
situación que se vive en “nuestra” América, con las palabras utilizadas por la
propia Consultora cuando interpretaba sus “extraños” hallazgos, al decir que “Esta es una respuesta a los resultados
negativos de las políticas de la década del ‘90 y a lo que la gente percibe
como alineamiento automático”.
Al desglosar ambas
lecturas se observa que para la primera han dejado bastante que desear las
explicaciones dadas, casi de modo
infantil -o pueril- con las que se pretendió justificar la injustificable
invasión a Irak. Más aún, diversos autores estadounidenses, entre los cuales
solamente citaré a modo de ejemplo a Gore Vidal (2002), que se permiten
sospechar que dichos atentados no fueron tales, sino que contaron con la
complicidad del gobierno de EE.UU. para
enfervorizar al pueblo buscando venganza
por algo que no fue y que se realizó con el único propósito de derrotar a un
régimen político acusado de corrupto que
les impedía realizar a los dirigentes de la Casa Blanca sus millonarios
negociados con la explotación del petróleo de la región (Bravo, 2003; Chomet,
2003: Rulf, 2003).
Esto se confirmó con
la falta de respuestas certeras ante las requisitorias internacionales acerca
de dónde estaba escondido el arsenal de armas de destrucción masiva que le
atribuían tener escondidas al gobierno iraquí de S. Hussein.
Tal falsedad
argumental le ha costado la cabeza a más de un funcionario de nivel intermedio
de la CIA, como también le costó recibir fuertes golpes políticos a la
administración británica de A. Blair, quien ha estuvo viendo –por aquel
entonces- como se producía el desmembramiento de su gabinete y hasta el repudio
de no pocos de sus legisladores laboristas.
Y tales noticias
llegan a América Latina gracias a la globalización de los medios de
comunicación masiva, lo cual genera una fuerte repulsa a sistemas políticos que
utilizan más la mentira que la hipocresía para alcanzar sus objetivos espurios.
Pero esto no puede
asombrar a nadie. Ya en los años 40, en medio de la Segunda Guerra, en
diciembre de 1941, el Presidente F. D. Roosevelt hizo caso omiso a los informes
secretos enviados por el embajador de su país en Londres[3] en los cuales le informaba
acerca del inminente ataque japonés a la Base militar de Pearl Harbour, en el
Océano Pacífico.
Tal falta de atención
al informe no fue casual ni un olvido burocrático. De esa manera el gobierno de
los EE.UU. necesitó solamente enviar al
sacrificio a casi tres mil de sus conciudadanos –entre soldados y civiles que habitaban en la Base- para lograr
que su pueblo apoyara la entrada en la guerra de su país para servirle de tabla
de salvación a sus “primos” británicos en guerra. Meterse de lleno en la
contienda bélica significó una forma de vengar a los muertos estadounidenses
caídos en una artera emboscada tendida por la Armada del Japón en el Pacífico
Sur a una Base naval que –por una extraña casualidad- había sacado la mayor
parte de su flota a navegar por alta mar.
A lo descripto –y
muchísimo más- se le suman los sentimientos en contra de una de las potencias
que hizo gala de ser de las más genocidas durante el Siglo XX, quien se llevó
las palmas de oro con sus invasiones a
territorios soberanos que bélicamente no significaban que le fuesen hostiles,
pero que se oponían con coraje a sus
pretensiones imperiales de dominación y sojuzgamiento de sus pueblos y al
saqueo de sus riquezas naturales.
El segundo argumento
usado por la titular de la Consultora se
refiere a cómo los pueblos de la región hemos vivido las políticas de más
“ajuste sobre el ajuste” que nos impusieran los organismos transnacionales de
crédito -fundamentalmente el FMI y el BM- los que fueron percibidos -juicio que
hago sin temor a equivocarme- como apéndices perversos que se desprenden del
Departamento del Tesoro, el cual los utiliza para llevar adelante sus políticas
de saqueo a las riquezas de nuestros territorios.
Tales predaciones
(Beinstein, 2013) siempre se realizaron con
complicidad de los cipayos nativos sobre el hambre y la miseria de los
trabajadores del lugar. Un ejemplo elocuente fueron las políticas
privatizadoras que recorrieron a América Latina -cual un Jinete Apocalíptico- y que han sido
causantes de las altas tasas de desocupación que azotaron -y que aún azotan- a
algunos países de la región, sobre todo los que se han mantenido bajo las garras
del ALCA que -como dijo Hugo Chávez en la IV Cumbre de las Américas (2005)- nos
llevaría “al carajo”. Y llegó la
recesión.
Esta es esperable con
desocupación (Bocock, 1993), más aún,
esto trae aparejada una reducción de la recaudación fiscal y, el círculo
perverso, se cierra con la falta de atención a las necesidades básicas de la
población, como son, educación, salud,
seguridad, vivienda, etc. Es decir, grandes sectores poblacionales han
vivido hasta principios del nuevo milenio en la marginación más extrema, la que
se evidencia -entre otros indicadores- en las altas tasas de desnutrición
infantil y sus secuelas en el desarrollo psicomotriz y en las capacidades
intelectuales que afectan los aprendizajes posteriores en la adolescencia y
adultez.
Este pantallazo de lo
que se vivía alrededor del en América Latina –y que persisten en algunos
países- permite visualizar de qué manera se pasó de una condición de seducción
de amorosa hacia los EE.UU., como algunos funcionarios menemistas quisieron
vender en Argentina[4],
a otra situación de un repudio casi generalizado.
Asimismo, la encuesta
averiguó acerca de con qué países
Argentina debía estrechar vínculos comerciales para salir del marasmo
que la mantenía paralizada. Y sobre este tema también los resultados obtenidos
fueron de manifiesto rechazo por los EE.UU. y a favor de la integración con
vecinos de la región, inclusive con
Venezuela, a la cual los gobiernos de los EE.UU. desde que llegó Chávez al poder lo presentan como el demonio.
De tal suerte, la puesta en marcha del
Mercosur alcanzó el 62% del apoyo, en tanto que el acercamiento el ALCA,
organismo que aparentemente nos colocaría en una posición ventajosa, pero que
en realidad nos perjudicaría ya que deberíamos someternos sin chistar a sus dictámenes, que sólo llegó a un 7% de
adhesiones[5] favorables.
A modo de colofón
Los datos aportados
me llevaron a la obligación de realizar la reflexión señalada en el primer
punto de la nota, es decir, si valió la pena mantener erguido el estandarte de
la lucha contra el imperiocapitalismo o, aunque más no sea el sentimiento
contrario al capitalismo. Y tengo la intuición, por no decir la convicción, que
efectivamente de algo ha servido haberlo hecho.
No se trata de creer
ingenuamente que con nuestra prédica se lograron los cambios de actitudes favorables a
nuestros objetivos. Hacerlo así sería como caer en soberbios. Pero tampoco
hemos de minimizar lo hecho hasta restarle toda influencia. Obvio que no entraré en la exquisita posición omnipotente
de pensar que fui el único que logró que se llegue a los sentimientos
antiimperialistas que parecieran recorrer a la región. No, en modo alguno.
Hemos sido muchos los
militantes del campo popular -y algunos
hasta en el revolucionario- los que sembramos de a poco la semilla de
insurgencia ante los mandatos de los gobernantes entreguistas.
En algún momento de
los años 90 pareció que la tarea fue
hecha en el desierto más desolado de imaginar. Se decía estar ante un fenómeno irreversible como el del
“pensamiento único”, del “hombre Light”,
el del “fin de la historia” y el de las ideologías, como lo sostuvo el caído en
desuso F. Fukuyama (1989). Pero, los que
alguna vez titubeamos sobre la labor de la prédica y el valor de la lucha,
seguramente que tales titubeos han sido por falencias en nuestra formación.
Sobre esto un agudo
pensador español nos dejó excelentes enseñanzas (del Río, 1993; 2002) acerca de
cómo se pueden mantener incólumes y siempre firmes, las posiciones políticas e
ideológicas de izquierda sin necesidad de terminar en el prototípico discurso
vigesimonónico que mantuvieron algunas izquierdas delirantes que han caído en un triste olvido.
Se cuentan de a
centenares -y hasta millares- los camaradas y compañeros que transitamos por la
senda que legaron los próceres intelectuales latinoamericanos. Fue gracias a
esas enseñanzas que todos aquellos camaradas de ruta –que algunas veces
soportamos el mote de “idiotas útiles”- y cada uno de nosotros, dejó caer su
semilla en la tierra que por un instante parecía estéril –y hasta hostil- que, sin embargo, ya algunos
alcanzamos a ver que la tarea fue positiva, ha rendido los frutos esperados.
Mas, ¡cuidado! Esto
no significa que llegó la hora de plantar bandera y saborear la miel de un
triunfo coyuntural. No, falta mucho camino a recorrer buscando la utopía
siempre inalcanzable, aunque es la que nos moviliza en este bregar sin pausas.
La historia, pese a
la pretensión en contra de algunos fieles servidores de la ideología alentada
desde el capitalismo, no se detiene jamás. Esto no solamente fue predicado por
Marx, Engels, Castro y otros patriarcas que formaron nuestra ideología, sino
que las modernas actualizaciones de la investigación en fisicoquímica
(Prygogine y Stengers, 1987; Prygogine, 1995) nos dan pruebas suficientes desde el campo de la ciencia
“dura” para confirmar las hipótesis que se pretenden negar: la historia es
irreversible.
Para finalizar, nada
más nombrar a quienes fueron mentores intelectuales y emocionales del
antiimperialismo en “nuestra América” y, entre los muchos que aparecen en mi
pantalla cerebral, no cabe menos que evocar a Bolívar, Martí, Ingenieros,
Mariátegui, el Che Guevara, Fidel Castro y Leopoldo Zea, aunque no se me escapa
que en el listado se han perdido muchos nombres valiosos, pero ello debo
achacárselo al alemán de mierda que ronda desde hace un tiempo por mi cabeza.
BIBLIOGRAFIA
BEINSTEIN, J.: (2013) Capitalismo
del Siglo XXI. Ed. Cartago, Bs. Aires.
BOCOCK, R.: (1993) El consumo. Ed. Talasa, Madrid, 1995.
BRAVO, C.: (2003)
“Comienza la guerra, comienza el negocio petrolífero”. Rev. Greenpeace,
Madrid, Nº 65, pp. 18-19.
CHOMET, C. R.: (2003)
“Cambios en el orden Internacional tras la agresión a Irak”. Rev. Página
Abierta, Madrid, Nº 137, pp. 16-22.
del RIO, E.: (1993) La sombra de Marx. Ed. Talasa, Madrid.
del RIO, E.: (2002)
“¿Es actual la ideología marxista?”. Rev. Disenso, Canarias, Nº 37.
FUKUYAMA, F.: (1989)
“¿El fin de la historia?”. Rev. Babel, Bs.
Aires, N° 14, 1990, pp. 28-40.
PAZ, J. G.: (1989) El dogmatismo. Fascinación y servidumbre.
Ed. Dialéctica, Bs. Aires.
PRYGOGINE, I. y
STENGERS, I.: (1987) La Nueva Alianza
(metamorfosis de la ciencia). Ed. Alianza, Madrid, 1990.
PRYGOGINE, I.: (1995)
El fin de las certidumbres. Ed.
Andrés Bello, Santiago de Chile, 1997.
RODRIGUEZ KAUTH, A.:
(1994) Lecturas psicopolíticas de la
realidad nacional desde la izquierda. CEAL, Bs. Aires.
RULF, E.: (2003) “El
saqueo de Medio Oriente por Oro Negro”. Rev. Greenpeace, Madrid, Nº 65,
pp. 20-26.
SARTRE, J. P.: (1943)
El ser y la nada. Ed. Losada, Bs.
Aires, 1960.
VIDAL, G.: (2002) Dreaming war. Thunder's Mouth Press, New
York.
NOTAS:
(*) El autor es Doctor en
Psicología. Profesor Titular Exclusivo en la Universidad
Nacional de San Luis, Argentina desde hace más de 48 años (salvo el período de la última
dictadura militar); actualmente, se desempeña como Profesor Consulto
Extraordinario de esta misma universidad.
[1] En la cual se sintetizan la política imperialista de los EE.UU.,
que va aunada con el sistema económico capitalista (Rodriguez Kauth, 1994).
[2] Armamentos que posteriormente se demostró -por la CIA- que eran
inexistentes.
[3] El embajador era padre de J. F. Kennedy.
[4] Sobre el tema recordar las “relaciones
carnales” que mantuvo Argentina en
esos años. Asimismo, un Secretario del Departamento de Estado, en ´50
dijo que “Los EE.UU. no tienen amigos,
solamente tienen socios”, los cuales hoy lo son y mañana pueden dejar de
serlo, si no satisfacen las demandas del Imperio.
[5] Seguramente la minoría que declaró -a la primer pregunta- su afecto por
EE.UU.
No hay comentarios:
Publicar un comentario