La gran responsabilidad
del gobierno sigue siendo restablecer la normalidad en el funcionamiento de la
economía. Aunque ha quedado claro que la derecha tiene objetivos políticos
desestabilizadores, el soporte de su discurso está montado sobre las
dificultades económicas y sobre ellas ha incidido su actuación, a partir de un
plan bien estructurado que ya se conoció en tiempos de la Unidad Popular en
Chile.
Sergio Rodríguez Gelfenstein /
Especial para Con Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
Las variables políticas
que caracterizan la situación en Venezuela han tenido continuidad en marzo
respecto de lo ocurrido desde el comienzo de la ofensiva violentista de la
derecha iniciada el 12 de febrero, aunque se pusieron en juego nuevos
componentes que establecieron una dimensión que cada vez marca el sello externo
y mediático del problema.
En cuanto a la
situación política, la misma pareciera estabilizarse con una clara victoria del
gobierno ante la intentona de la derecha por derrocarlo. Permanecen remanentes
de violencia que en el caso de Caracas
obedecen más a la necesidad mediática internacional de sostener el conflicto
que al poder real de convocatoria de los partidos políticos. En la práctica,
los manifestantes violentos no responden a los lineamientos del liderazgo
político tradicional de los partidos de la derecha encarnados en Henrique Capriles sino a uno emergente
construido en torno a las figuras de María Machado y Leopoldo López. A ellos se
les suma Antonio Ledezma, oscuro personaje de pasado adeco que ha reconstituido sus prácticas
represivas.
El cansancio de ciertos
sectores de la clase media que habita en las urbanizaciones del este de la
capital y en general, de fracciones de la derecha que se ven
asediados por la actuación vandálica de los manifestantes violentos se ve
reflejada en las declaraciones que a comienzos de mes hiciera el opositor y
presidente de la empresa encuestadora Datanalisis Luis Vicente León quien
manifestara que “Esas personas quieren canalizar su energía
en la búsqueda de una solución, pero no han encontrado nada ni a nadie que se
las ofrezca de manera racional y estructurada. Y entonces explotan. Pero lo
hacen sin tener ni un plan, ni un objetivo concreto ni una articulación formal.
Y eso se traduce en una especie de estallido de acciones y emociones
incontroladas. Y no es su culpa no saber cómo expresarse eficientemente.
La culpa, o al menos
buena parte de ella, es de un liderazgo perdido, dividido, desarticulado y
pobre que no es capaz de conducirla ni de conectarla por rutas creativas,
articuladas y más sofisticadas que tirar piedras o quemar basura en una calle
que, además, es su propia calle y no la del destinatario de su protesta”.
En el mismo sentido, vale
destacar la demanda interpuesta por el
conocido abogado derechista Juan Ernesto Garantón, ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) contra
los alcaldes de los municipios Baruta y El Hatillo por “incumplir con sus
funciones y colaborar contra la tranca de las calles”. Garantón manifestó que “soy
vecino y necesito transitar por las vías del municipio…esto lleva días en un
caos total”.
El gobierno por su
parte ha actuado con suma paciencia para evitar la violencia innecesaria de las
fuerzas de seguridad por un lado, y por otra, el desborde del pueblo chavista,
molesto con la actuación de la derecha violenta. La mesura en la actuación de
las fuerzas de seguridad contrasta con el pasado cuando las mismas
instituciones desprovistas de mandos que sirvieran al pueblo volcaban todo su
odio en la represión indiscriminada que provocaba cientos y miles de ciudadanos
muertos, heridos y desaparecidos.
La mayor intensidad en
las acciones violentistas se siguen manifestando en los estados Táchira y
Mérida donde la dinámica del conflicto sigue derroteros propios que tampoco
tienen su conducción en los partidos de la derecha. En Táchira, las fuerzas
paramilitares colombianas que tienen trascendental influencia en los destinos
de ese estado, han aprovechado el conflicto que vive el país a fin de hacer una
práctica para medir las fuerzas que han logrado consolidar. Las formas
violentas de actuar que han introducido desde hace algunos años en la práctica
de la delincuencia común ha comenzado a ser trasladadas al quehacer político
con el objetivo de ampliar su base de apoyo y crear condiciones que permitan
una virtual intervención de fuerzas militares extranjeras en el país. Los
paramilitares colombianos en sí mismo son una fuerza militar extranjera en
Venezuela que el gobierno no ha combatido con la fuerza y la contundencia
necesaria. En ella está el principal contingente desestabilizador del país que está
actuando ahora y lo hará en mayor medida en el futuro si no se le pone coto
temprano.
La debilidad mayor del
gobierno se ha manifestado en la incapacidad de impedir o al menos reducir el
manejo mediático exterior que muestra un falso país en medio de una virtual
guerra civil que no existe, pero que permite mantener la tensión a través de la
magnificación en tiempo, espacio y magnitud de participación de las jornadas de
violencia, las declaraciones de voceros del gobierno de Estados Unidos, además
del de Panamá y sectores afines a la derecha española. En este sentido, no
guarda ninguna relación la realidad del país con lo que se transmite a través
de los medios en el exterior.
A nivel interno, el
conflicto ha permitido -una vez más- la cohesión de las fuerzas políticas que
apoyan al gobierno, así como de las fuerzas armadas y de seguridad no solo en
el manejo operativo del mismo, también en la visión doctrinaria de cómo
enfrentar el intento de profundizar la situación hasta generar una crisis. Se ha hecho evidente que estas fuerzas
armadas no son las de 1989. No están dispuestas ni operativa, ni sicológica, ni
políticamente a reprimir al pueblo, pero asumen más que nunca el mandato
constitucional de “…garantizar la independencia, la soberanía de la Nación…” y
“asegurar (…) la cooperación en el mantenimiento del orden interno”. Mi
percepción es que conflictos como éste coadyuvan a profundizar la alianza
cívico-militar que tanto pregonara el Comandante Chávez como núcleo
imprescindible de su proyecto.
En el plano
internacional, a pesar de la arremetida estadounidense y de los medios de
comunicación, el contundente apoyo al gobierno de Venezuela en la OEA y Unasur
es una muestra de los cambios que están acaeciendo en el continente y que dan
cuenta, que al menos en el plano regional, Estados Unidos no tendrá apoyo para
sus aventuras desestabilizadoras , lo cual no impide que, -como en los casos de
Honduras y Paraguay- de encontrar base de sustento interno, apuntarán al
derrocamiento del gobierno por la fuerza, para posteriormente encontrar una
base jurídica que respalde y legitime su
acción.
El contexto
internacional da cuenta, cada vez con mayor certeza que, como repite una y otra
vez el presidente Rafael Correa vivimos un “cambio de época”. Los sucesos que ocurren
en diversos escenarios de la región y del mundo están dando elementos para
entender que los factores de poder mundial están construyendo con suprema
vertiginosidad un paradigma distinto de democracia. Venezuela no es ajena a
ello y debería ser una responsabilidad compartida encontrar respuestas para las
nuevas modalidades imperiales de actuación
que cuestionan los basamentos propios de la democracia representativa
que los poderes oligárquicos edificaron a lo largo de 200 años.
Retumban premonitorias
las palabras del presidente Allende el 4 de septiembre de 1973, una semana
antes del golpe de estado que lo derrocó. Al referirse a lo que estaba
ocurriendo y ante la inminencia del alzamiento de la derecha apoyada por los
militares dijo: “Pero, mientras el pueblo ha cambiado en calidad, para mejorar
su capacidad de construir una nueva realidad económica y política, el
adversario ha desarrollado sus tácticas. Si antes del 4 de septiembre [se
refiere a 1970 cuando fue elegido presidente de Chile (NA)] se usó la campaña
del terror psicológico, hoy se le acompaña del atentado: el terrorismo efectivo
contra vidas humanas, bienes públicos y privados. La reacción está demostrando
que, para atajar el avance del pueblo, no vacila en recurrir a prácticas
fascistas. Pero, hoy como hace tres años, Chile entero y el mundo están
contemplando nuestra capacidad para seguir adelante, frente a un adversario que
recurre a todo para derrotar al pueblo, aún a riesgo de destruir la Patria. Los
que crearon ayer el sistema de gobierno que nos rige, no aceptan hoy ser
gobernados y quieren destruirlo. Los que apoyaron ayer las instituciones del
régimen para mantenerse en el gobierno, consideran hoy que ya no les sirven
para sus intereses. Llegan a dejar reemplazar sus partidos políticos por grupos
aventureros…” Estaba a 41 años de distancia de la Venezuela del año 2014.
Finalmente, la gran
responsabilidad del gobierno sigue siendo restablecer la normalidad en el
funcionamiento de la economía. Aunque ha quedado claro que la derecha tiene
objetivos políticos desestabilizadores, el soporte de su discurso está montado
sobre las dificultades económicas y sobre ellas ha incidido su actuación, a
partir de un plan bien estructurado que ya se conoció en tiempos de la Unidad
Popular en Chile. En esa medida, el conflicto que se pretende establecer en las
calles de forma permanente se soluciona haciendo que la economía responda de
manera eficiente a las necesidades de los venezolanos.
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