La
insurrección de 1992 es, sin duda, un hecho histórico cuyas consecuencias aún
se gestan en Venezuela y en América Latina, en la búsqueda por lograr la
justicia plena, la dignidad y la soberanía de nuestros pueblos, por lograr la
verdadera independencia de Nuestra América en palabras de José Martí y por
construir la Patria Grande que soñó con lucidez Simón Bolívar.
Mario
Sosa / Especial para Con Nuestra América*
Desde Ciudad de Guatemala
Sin duda
alguna, el alzamiento militar encabezado por el Teniente Coronel Hugo Chávez
Frías, un 4 de febrero de 1992, constituye un hecho trascendente. Trascendente
porque quiebra el proceso venezolano y lo enrumba en una dirección radicalmente
distinta a aquella por la cual venía transcurriendo desde la firma del Pacto
del Punto Fijo (1958). Ese pacto, consistente en el acuerdo de los partidos
políticos del régimen: Acción Democrática (AD, socialdemócrata), Comité de
Organización Política Electoral Independiente (COPEI, democratacristiano) y
Unidad Republicana Democrática (URD, centro izquierda), cerró el proceso
político al imponer un marco constitucional y de derecho bajo su control, a
partir del cual co-gobernarían con base en un “programa de gobierno mínimo
común” que no era otra cosa que la aplicación de las políticas gestadas desde
la oligarquía local, la embajada estadounidense y los organismos financieros
internacionales, y que se tradujo en la aplicación del saqueo y el expolio
emanadas de las políticas de ajuste estructural y neoliberales.
El hechos
del 4 de febrero de 1992 fue la culminación de una etapa que venían gestando
militares nacionalistas y revolucionarios, quienes desde el interior de las
fuerzas armadas fueron articulando un movimiento político y en alianza con
algunas organizaciones de carácter cívico. Este fue el punto de partida de un
proceso que, con el liderazgo de Hugo Chávez Frías y la organización de una
nueva fuerza política, el Movimiento Quinta República (MVR), pasa a una etapa
sustancialmente superior con el triunfo electoral de 1998, cuyo acceso al
control del gobierno abrió la posibilidad de iniciar la transformación del
Estado y la sociedad venezolana.
¿Pero cuál
era el contexto de ese hecho?
Al
respecto apuntaré algunos aspectos que me parecen relevantes.
La
insurrección del 4 de febrero ocurre pocos años después de la caída del
simbólico Muro de Berlín y el resquebrajamiento de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS), con lo cual el Socialismo como proyecto
histórico y como corriente política habría de experimentar uno de sus
principales reveces. De hecho, se iniciaba un proceso de retraimiento y
abandono ideológico, político y militar por organizaciones y partidos que
pretendieron impulsarlo por distintas vías. En esas circunstancias, que fueron
particularmente vividas en América Latina y en Guatemala, no esperábamos un
movimiento político que, como sucedió poco tiempo después, se declarara
socialista.
Ese hecho
ocurre, asimismo, en un momento histórico de América Latina, en el cual era
hegemónico el neoliberalismo y los planes imperiales de Estados Unidos
avanzaban a paso firme, con la complicidad sumisa de las oligarquías
locales. Esto no obstante las resistencias sociales y políticas, como la
representada en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que se
revela por la vía armada en 1994, justo al momento de entrada en vigencia del
Tratado de Libre Comercio firmado entre Estados Unidos (EEUU), Canadá y México,
una modalidad de tratados que contienen políticas orientadas a imponer
encadenamientos productivos, comerciales y legales para nuestros pueblos y
Estados latinoamericanos. No obstante la pervivencia de la experiencia
socialista cubana.
En
particular, en Guatemala se sucedían dinámicas importantes. Una de ellas, la
más relevante, era la conversión de un movimiento revolucionario en armas que,
enrumbado en la búsqueda de la firma de acuerdos de paz como salida a la
derrota militar, se convertiría en partido político institucional e institucionalista,
interesado en la Agenda de los Acuerdos de Paz antes que en continuar la lucha
revolucionaria por otras vías. En tanto esto sucedía, la fragmentación de
los movimientos sociales se acentuaba y se profundizaba el distanciamiento entre
las expresiones políticas y sociales que, en buena medida, antes formaban parte
de una búsqueda y conducción política común. Estos y otros factores, hacían muy
difícil la gestación de una nueva etapa de lucha revolucionaria o el
enfrentamiento exitoso de las políticas neoliberales que se profundizaron justo
después de la firma de la paz en 1996.
Vale
decir que en Guatemala, en general las fuerzas democráticas y de izquierda en
general –en la inmediatez– vimos la insurrección cívico militar de 1992 en
Venezuela como un nuevo alzamiento militar, otro Golpe de Estado que se sucedía
en América Latina, otro régimen militar que intentaba sustituir a un gobierno
que resultaba insostenible para dar continuidad y hacer “gobernable” un país
objeto de la aplicación de las políticas neoliberales. Es indudable que nuestro
desconocimiento del carácter de dicha insurrección nos hacía perder de vista
sus motivaciones reales, las cuales logramos constatar posteriormente. En
específico, su motivación para: A) Quebrar el Pacto del Punto Fijo; B)
Enfrentar las políticas de ajuste estructural y neoliberales que habían
empobrecido aun más al pueblo venezolano y cuya consecuencia tuvo como momento
cúspide tanto la rebelión popular como la represión de Estado, momento conocido
como el Caracazo (febrero de 1989); C) El derrocamiento de la corrupción y las
políticas antipopulares que desde sucesivos gobiernos, habían impulsado en
función de los intereses oligárquicos locales y sumisos a los designios de EEUU
y los organismos financieros internacionales; D) Erradicar el carácter servil y
corrupto que igualmente dominaba al interior de las fuerzas armadas
venezolanas; E) Recuperar los objetivos del pensamiento y la praxis
bolivariana, que se veían como metas inconclusas en los albores del siglo XX,
es decir, lograr la verdadera independencia de América Latina y construir la
Patria Grande que guió la lucha de libertador Simón Bolívar.
¿Y cuáles
fueron las implicaciones de esa insurrección histórica, encabezada por el
Comandante Hugo Chavez Frías?
Como ya
se afirmó, dicha insurrección fue el inicio de un punto de inflexión, que en
Venezuela caminó por la conversión del líder de la insurrección en líder de la
oposición popular, democrática y revolucionaria. Fue el inicio de un proceso de
maduraciones que convierten al movimiento de la insurrección en un movimiento
anti oligárquico, y sucesivamente en un movimiento anti imperialista y
socialista. Fue el inicio de un conjunto de victorias y transformaciones
políticas (como la Nueva Constitución Bolivariana, la gestación de una
república soberana, digna y solidaria, la transformación del ejército),
ideológicas (la recreación del ideal socialista enriquecido con el ideario
bolivariano), sociales (la gestación de un amplio y heterogéneo movimiento político,
asentado en la base de la sociedad venezolana) y económicas (desde
nacionalizaciones hasta la recuperación de la soberanía económica) en la ahora
República Bolivariana de Venezuela.
No
obstante su carácter de insurrección militar y su fracaso inmediato en 1992, el
hecho abrió la posibilidad histórica para la gestación de una vía política para
la toma del poder, una vía distinta a la implementada por los movimientos
revolucionarios de América Latina durante la segunda mitad del siglo XX[1].
Esta vía fue la electoral, como elección, como referéndum continuo, donde el
protagonista colectivo, el pueblo venezolano, le fue dando al nuevo proyecto y
su conducción política la legitimidad y la fuerza para sostenerse y avanzar en
los cambios que se fueron concretando. Fue, además, la vía democrática para
enfrentar a la oligarquía y sus distintas intentonas golpistas, como el Golpe
de Estado del 2002, el sabotaje a PDVSA que se extendió hasta el 2003, y el
actual intento por derrocar al gobierno legítimo de Nicolás Maduro.
Las
implicaciones de la insurrección y lo que desata como proceso, tuvo además
implicaciones históricas para el Estado venezolano. Con una Constitución
Bolivariana profundamente democrática, se gesta un Estado soberano, que
recupera el sentido de lo público, del bien común, que sustrae al Estado del
control las organizaciones financieras internacionales como el Banco Mundial,
el Fondo Monetario Internacional, de la oligarquía local y sus oficinas
corporativas, y del control que ejercía EEUU sobre la política del Estado
venezolano en general, tal el caso de la política petrolera.
Lo
anterior fue esencial para que Venezuela empezara un camino de recuperación sus
bienes naturales y de desarrollo de sus fuerzas productivas, a través de
políticas de nacionalización, transformación agraria, industrialización. Y, con
ello, a salir de los flagelos de la pobreza y desigualdad. En este sentido es
necesario recordar que en el primer semestre de 1997, durante el gobierno
neoliberal de Rafael Caldera (último gobierno representativo del Pacto de Punto
Fijo), la pobreza era de 55,6% y la pobreza extrema de 25,5%. El nuevo régimen
bolivariano hizo descender esos indicadores al punto de bajar la pobreza al
26,5% y la extrema pobreza al 7% para el año 2011. Más allá, un año
después, la pobreza se había reducido al 23,9%. Asimismo, hoy se sitúa
como el país menos desigual de América Latina, con un coeficiente de Gini que
se ubica en 0,39, el cual era del 0,49 en 1997.
La
insurrección de febrero de 1992, además, fue el inicio de un punto de inflexión
en América Latina, siendo que dicho proceso confluye con otros que venían
gestándose con sus propias dinámicas y liderazgos, como en Bolivia y Ecuador.
Sin duda, aporta elementos de primer orden, como la recuperación recreada del
pensamiento revolucionario bolivariano, sabiendo interpretar las tareas
pendientes y gestando aplicaciones coherentes al momento, al contexto, al
proceso que habría de enfrentar. El pensamiento bolivariano y socialista
venezolano, así recreado, vino a enriquecer la matriz identitaria e ideológica
de los movimientos revolucionarios en América Latina.
Históricamente,
dicha insurrección ha tenido, asimismo, implicaciones en la expansión del
proceso de rebeldía, insumisión e insurrección política que América Latina ha
vivido durante las últimas dos décadas. El liderazgo del Comandante Hubo
Chávez, como el de Fidel Castro Rus, ha sido fundamental en la gestación de un
nuevo bloque de poder latinoamericano, que hoy transcurre con la Alianza Bolivariana
para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas
(UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Con esto se ha logrado mermar sustancialmente la hegemonía de EEUU y la
Organización de Estados Americanos (OEA) ha recibido un duro golpe como
organismo al servicio de los mandatos del imperio. Desde esta iniciativa,
además, se han logrado gestar varias derrotas al imperio, la más significativa
quizá está representada en el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA),
proyecto expansionista más grande de EEUU, que pudo haber sumido a América
Latina en la absoluta dependencia y dominio neocolonial. Además, como ha dicho
Atilio Borón, el protagonismo del Comandante Hugo Chávez fue esencial para reconfigurar
el mapa político de América Latina a partir de promover y hacer avanzar la
unidad latinoamericana.
Los
héroes bolivarianos que protagonizaron la insurrección armada en 1992,
encabezados por su Comandante Hugo Chávez, nos enseñaron que para gestar una
correlación de fuerzas distinta, se necesita una acción política trascendente
capaz de articular política e ideológicamente hacia un mismo sendero
revolucionario. Esa insurrección nos legó, además, a un político y una forma de
hacer política sin tapujos, nombrando las cosas como son (“Aquí huele a azufre”
como metáfora de política insumisa al imperio), sin las mediaciones de una
diplomacia burguesa que se escondía y se esconde en lo políticamente correcto,
que al final de cuentas es la obediencia al imperio y al capital. Nos legó un
político y una política que se orienta a construir una cultura política
popular, asentada en las causas de las grandes mayorías, en la democracia
participativa, en los consejos populares, en la movilización social protagónica,
en el sujeto pueblo.
Desde
1992, Hugo Chávez se convirtió en el fantasma que recorre América Latina, en el
antagónico político, ideológico y económico de las oligarquías, de las
burguesías, de los sistemas políticos del statu quo, e inclusive, de los
partidos y organizaciones de izquierda acomodadas, desesperanzadas, proclives a
volver los partidos comunistas en socialdemócratas, cuando no a su liquidación,
y a los socialdemócratas en neoliberales o simplemente en marginales e
inofensivos.
Sin duda,
el proceso iniciado con la insurrección de 1992, que ha tenido fundamentales
aciertos, aunque también errores y contradicciones –como lo han reconocido sus
propios líderes–, seguirá nutriendo los procesos revolucionarios en América
Latina, y su líder histórico, Hugo Chavez Frías, seguirá inspirando a
movimientos y fuerzas políticas que propugnan por construir el Socialismo, que
buscan derrotar al imperialismo (como fase capitalista y como ejercicio de
poder del imperio estadounidense), por erradicar la desigualdad y el hambre que
padecen nuestros pueblos.
Estamos a
un año de la desaparición física del Comandante de la insurrección de 1992 en
Venezuela. Y no obstante, podemos afirmar, que su legado es un ideal que
recorre América Latina, y la seguirá recorriendo por muchos, muchos años. Es el
ideal de Hugo Chávez Frías, cuyo comienzo histórico es –con precisión– la
insurrección de 1992. Su entrega heroica y solidaria hasta sus últimas
consecuencias, hace que Hugo Chávez Frías continúe vivo en la lucha de pueblo
bolivariano de Venezuela, que enfrenta una nueva arremetida del imperialismo y
de la burguesía local y regional.
En
conclusión, la insurrección de 1992 es, sin duda, un hecho histórico cuyas
consecuencias aún se gestan en Venezuela y en América Latina, en la búsqueda
por lograr la justicia plena, la dignidad y la soberanía de nuestros pueblos,
por lograr la verdadera independencia de Nuestra América en palabras de José
Martí y por construir la Patria Grande que soñó con lucidez Simón Bolívar.
* Esta es una versión
corregida y ampliada de mi ponencia al foro convocado por la Embajada de la
República Bolivariana de Venezuela para analizar este hecho histórico,
realizado el 12 de febrero de 2014 en ciudad de Guatemala.
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NOTA:
[1] En Guatemala, habrá que recordar, que producto de una
insurrección cívica y militar en 1944, se inició un proceso democrático de
carácter revolucionario, que fue truncado en 1954 con el golpe de Estado al
gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán. A partir de ahí se inicia un proceso de represión
generalizada en contra de la oposición popular y de izquierda, uno de los
factores que explica que se asumiera la vía armada como forma de acceder al
poder y gestar la transformación del país.
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