El
gobierno de Juan Manuel Santos inició los diálogos de La Habana con un rotundo
no a la discusión del modelo económico, cuando es precisamente el
cuestionamiento del modelo dominante, no solo en lo económico sino también en
lo social y en lo político, condición necesaria para alcanzar una paz duradera
que nos reconcilie como seres humanos y con la naturaleza.
Rafael Colmenares / Unión Libre
Ambiental
Hace
dieciséis años el gran ambientalista colombiano, Augusto Ángel Maya, respondía
a la propuesta del entonces Ministro de Medio Ambiente de “sacar la naturaleza
del conflicto”, señalando lo ingenuo e ilusorio de dicha idea pues “la
naturaleza está en el centro del conflicto”[1].
Casi
simultáneamente con la rotunda frase de Augusto un grupo de ambientalistas
presentaron en 1998, a la Asamblea
Permanente de la Sociedad Civil y a la Cumbre Social contra la Pobreza y por la
Equidad, un documento que, leído hoy, resultó visionario, “Nuestro Compromiso Político con el Cosmos”,
un conjunto de propuestas de tipo programático, la inmensa mayoría aún vigentes,
cuya redacción final fue encomendada a Gustavo Wilches Chaux. Dicho documento
fue entregado poco después por ECOFONDO y otras organizaciones a la mesa de
conversaciones establecida entre el Gobierno del Presidente Pastrana y las
FARC, en el Caguán, como un aporte en la búsqueda de salidas al conflicto
armado.
La dimensión ambiental
y política de los conflictos
Década
y media después la dimensión ambiental de los problemas colombianos es cada vez
más visible y su carácter político cada vez más claro.
Colombia
el segundo país megadiverso del mundo después del Brasil, esta perdiendo gran
parte de su biodiversidad, como resultado de la deforestación y del uso
inadecuado del territorio. Las cifras son aterradoras: en Agosto del año pasado
el IDEAM anunciaba que entre 2011 y 2012, el país había perdido 295.892
hectáreas de bosque natural, el equivalente a 1,6 veces el área del
Departamento del Quindio. Esta noticia se matizaba diciendo que el promedio
anual había descendido a 147.946 hectáreas con respecto al período 2005 – 2010
donde había sido de 238.273 hectáreas anuales, lo cual no puede ocultar el
desastre ambiental que supone la pérdida de 6.206.000 hectáreas entre 1990 y
2010, lo cual convierte a Colombia en uno de los países que más contribuye a la
disminución de cobertura vegetal natural en el mundo.
La
población colombiana habita hoy mayoritariamente en centros urbanos, el mayor
de los cuales es Bogotá. La capital y los municipios circundantes albergan en
conjunto a la cuarta parte de la población colombiana. Este enorme conglomerado
es altamente vulnerable al cambio climático y a la escasez de agua, al tiempo
que la calidad de vida en la ciudad disminuye. Expresión de ello son las
grandes dificultades de transporte que han conducido a protestas casi
cotidianas en las estaciones de Transmilenio más congestionadas.
La
magnitud del deterioro de las condiciones ambientales del territorio se reveló
en las inundaciones de hace solo tres años causadas por una temporada de
lluvias más fuerte de lo habitual que no encontraron vegetación que las
contuviera, acelerándose la escorrentía y produciéndose la inundación ante la sedimentación de la cuenca Magdalena–Cauca,
la más poblada y a la vez más devastada de las grandes cuencas suramericanas.
En el
período transcurrido entre las conversaciones de paz del Caguán y las que
actualmente se adelantan en La Habana con el mismo actor armado, se produjo el
desmonte progresivo del Sistema Nacional Ambiental diseñado en medio del
entusiasmo que provocó el reconocimiento de la diversidad natural y cultural
del país en la Constitución de 1991 y sus colorarios ambientales, entusiasmo
reforzado por la Cumbre de Río de Janeiro sobre Medio Ambiente y Desarrollo,
celebrada en 1993.
De
dicho sistema queda ya muy poco: las Corporaciones Autónomas Regionales languidecen
en medio del clientelismo y la corrupción. Mecanismos como las licencias
ambientales han sido sucesivamente modificados para facilitar la actividad
depredadora de las transnacionales y los monopolios criollos. El Ministerio
encargado de gestionar el ambiente cambia de nombre en la medida en que pierde
importancia y funciones y los seis últimos ministros y ministras poco o nada
sabían del tema cuando se juramentaron en el cargo. Actualmente se prepara una
modificación de la Ley 99 de 1993, creadora del Ministerio y del Sistema
Nacional del Ambiente, que vendría a ser la estocada final al sueño
ambientalista de principios de los noventa.
La paradoja del
movimiento ambiental
Entre
tanto el movimiento ambiental ha librado importantes luchas, al lado de otros
sectores sociales y étnicos, como la oposición a la exploración de petróleo en
el territorio de los U´wa, la defensa del Parque Tayrona, el referendo por el
Derecho Humano al Agua y más recientemente la oposición a la minería en gran
escala. Ha contribuido a la construcción de alternativas concretas impulsando
la agroecología y el reciclaje, ha popularizado tecnologías apropiadas y ha
educado ambientalmente a numerosos sectores sociales.
Sin
embargo, es ostensible que dicho movimiento se ha debilitado por lo menos
organizativamente. Brillan las voces autorizadas de exfuncionarios como el exministro
Manuel Rodríguez, los exgerentes del Inderena, Julio Carrizosa y Margarita
Marino y la exparlamentaria Alegría Fonseca, entre muchos otros, pero de las
grandes ONG´s que impulsaron importantes iniciativas en los últimos veinticinco
años quedan muy pocas en pié, afectadas por la práctica desaparición de la
cooperación internacional que las alimentaba.
Se
presenta entonces la paradoja entre la necesidad de levantar con más fuerza que
nunca una agenda ambiental de carácter programático y el debilitamiento del
movimiento que tiene la experiencia histórica acumulada para contribuir a
hacerlo. Todo ello en medio de un escenario, como el de las conversaciones de paz, que requiere con urgencia del aporte de
los ambientalistas.
Agenda ambiental para
el cambio y confluencia de movimientos
El
gobierno de Juan Manuel Santos inició los diálogos de La Habana con un rotundo
no a la discusión del modelo económico, cuando es precisamente el
cuestionamiento del modelo dominante, no solo en lo económico sino también en
lo social y en lo político, condición necesaria para alcanzar una paz duradera
que nos reconcilie como seres humanos y con la naturaleza.
El
cambio de dicho modelo es aún más urgente pues en el interregno entre los dos
intentos de alcanzar la paz hemos asistido a la implementación de las políticas
más agresivas contra los ecosistemas que vertebran el territorio colombiano
como son la denominada locomotora minera, el agronegocio, los megaproyectos
viales e hidroeléctricos y la urbanización expansiva y acelerada, entre otros.
Al tiempo se ha reprimarizado la economía, al compás de la integración de
Colombia a la globalización neoliberal, en virtud de la cual se han suscrito
los mas lesivos tratados de “libre” comercio de nuestra historia, se ha
desmontado el precario Estado de Bienestar que se había construido, se ha
privatizado y mercantilizado el agua, la salud y los servicios públicos y se
planea completar la tares con la privatización de la educación, los terrenos
baldíos, las semillas y otros bienes comunes.
La
resistencia de la población, las comunidades, los sectores sociales y las
múltiples formas de expresión ciudadana a las políticas neoliberales, sin
embargo, ha hecho suyos muchos de los principios y propuestas ambientalistas.
Este fenómeno no es para nada gratuito. Defender los páramos, de la minería,
garantizando el suministro del agua y por lo tanto el derecho humano a acceder
a ella, como ocurrió en Bucaramanga ante la amenaza al Páramo de Santurbán por
las transnacionales, por ejemplo, pone al movimiento social y ciudadano en la
ruta de las preocupaciones ambientales. Otro tanto podría decirse de la
oposición a la Anglo Gold Ashanti en el Tolima o de las múltiples resistencias
a la gran minería a lo largo y ancho del país.
Esta
es la gran oportunidad para la confluencia de los ambientalistas con el
movimiento social: la construcción cotidiana, permanente, consciente y
participativa de una agenda social y política con dimensión ambiental capaz de
erigirse en la alternativa que se requiere para aclimatar una paz estable no
solo entre los actores armados sino entre todos los nacidos y nacidas en esta
tierra.
Lograr
lo anterior no será fácil dada la fragmentación que aqueja a los componentes
del movimiento ambiental e incluso del movimiento social, sino porque la tarea
debe enfrentar la enorme oposición de quienes se lucran del actual estado de
cosas, las ilusiones que aprisionan la mente y la voluntad de amplios sectores
de la sociedad, la desinformación y manipulación que emana de los grandes
medios de comunicación comercial. Un propósito de esta magnitud implica cambiar
la “piel cultural” del ser humano como dijera Augusto Angel, y ello supone
grandes transformaciones tecnológicas, sociales y políticas.
Viene como anillo al dedo la siguiente reflexión del
historiador ambiental panameño Guillermo Castro, a propósito de los retos del
ambientalismo latinoamericano: “América Latina, en particular, ha logrado
importantes avances en la tarea de contribuir a la creación de una verdadera
visión de conjunto de este proceso, generalizando y escalando la complejidad de
nuestras experiencias colectivas, en dirección a entender que, siendo el ambiente
el producto de la interacción entre las sociedades y su entorno natural, la
necesidad de generar un ambiente distinto nos obliga a asumir la de establecer
sociedades diferentes. Identificar esa diferencia, encontrar los medios para
hacer posible lo que ya es deseable, es ya el principal desafío político que
encara el ambientalismo latinoamericano”.[2]
NOTA:
[1] El episodio
tuvo lugar en el Congreso Ambiental, “Ambiente para la Paz”, realizado en
Guaduas, Cundinamarca, entre el 24 y el 26 de Julio de 1998. El ministro de
medio ambiente y quien hizo la propuesta de sacar la naturaleza del conflicto
era Eduardo Verano de la Rosa, ante la voladura de oleoductos que practicaban
los grupos guerrilleros.
[2] Véase,
Guillermo Castro Herrera, “Desafíos del ambientalismo latinoamericano”, en
culturadelanaturalezawordpress.com
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