La nueva arma mortal no tiene pólvora,
ni esparce isótopos radioactivos. La nueva arma mortal se llama medios de
comunicación de masas en manos de unas cuantas corporaciones que manipulan a su
antojo en función de sus intereses corporativos, en alianza con las más
reaccionarias fuerzas políticas.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Desde los ahora lejanos años 70, hay una
discusión en América Latina sobre el papel que juegan los medios de
comunicación como agentes
ideológicos. En el contexto de las implicaciones políticas que había provocado
la Revolución Cubana, y del proceso abierto en Chile con el triunfo de la
Unidad Popular en 1970, Armand Mattelart y Ariel Dorfman escribieron varios
libros sobre la “dominación ideológica” que se ejercía a través de los medios y
las industrias culturales, el más conocido de los cuales fue Para leer al Pato Donald.
Esta preocupación sobre el papel de los
medios en la lucha ideológica de la época nacía por el creciente papel que
tenían, a raíz de la revolución tecnológica de la posguerra, uno de cuyos
principales componentes es, precisamente, el de los sistemas de la comunicación
y la información. Los Estados Unidos de América comprendieron tempranamente el
papel fundamental que tenía la “conquista de mentes y corazones” que se podía
lograr a través de los periódicos, la televisión y la radio, y también el
entretenimiento. De ahí que la industria editorial y cultural pasara a ocupar
un rango importantísimo en la estrategia de difusión de una determinada visión
acorde con sus intereses, no solo del mundo sino de la coyuntura política.
El modelo
norteamericano de desarrollo de los medios y la industria cultural y del
entretenimiento, se construyó según los postulados de la empresa privada, la
concentración y la conformación de oligopolios. Como dice Jesús Martín Barbero,
“En el proceso de globalización el que lleva la iniciativa es el mercado, es el
que ahora regula las relaciones entre los pueblos, las naciones y las culturas,
el que pone los modelos de comunicación y dinamiza las redes”.
Son las reglas del mercado, también, las
que determinan la concentración de los medios, no solo en América Latina sino
en todo el mundo. En busca de mayor rentabilidad, con frecuencia las empresas
mediáticas se fusionan. Y la facilidad que ofrecen las nuevas tecnologías de la
comunicación para que los mensajes de unos cuantos medios sean reproducidos por
muchos más, ya sea de manera simultánea o diferida, facilita esa concentración.
En Estados Unidos, por ejemplo, el
control de los medios de comunicación está en manos de unos cuantos
conglomerados: AOL, Disney, Seagram, Comcast, News Corporation y Sony, que se
encuentran entre las empresas más grandes del mundo con tasas de crecimiento
superiores al 100% en los últimos 20 años. Los periódicos son una industria
compuesta por seis cadenas; siete corporaciones controlan la industria del
libro y el 80% de los libros salen de Barnes & Noble y Borders, cinco
disqueras manejan el 87% de la industria del disco, para señalar sólo algunos
ejemplos.
En América Latina Televisa, el Grupo
Globo, el Grupo Clarín y el Grupo Cisneros, respectivamente de México, Brasil,
Argentina y Venezuela son algunos de los grandes oligopolios mediáticos. Acorde
con las características de los emprendimientos capitalistas latinoamericanos,
tienen estrechas alianzas con empresas transnacionales, como AOL y Sky, por
ejemplo.
A través de estas grandes empresas y sus
socios, se canaliza la ya de por sí centralizada información que difunden las
agencias de noticias. Datos recopiladas por la Comisión para el Estudio de los
Problemas de la Comunicación (CIPEC), de la UNESCO, nos permiten concluir que
las 4 grandes agencias de noticias occidentales: Associated Press (AP), United
Press Internacional (UPI), Reuter y France Presse, son las únicas empresas de
comunicaciones que se encuentran presentes en más de 160 países, donde habita
cerca del 99 por ciento de la población mundial.
Son estas agencias, cuya información es
diseminada por los grandes conglomerados mediáticos latinoamericanos, que a su
vez nutren a las pequeñas empresas de la comunicación, las que determinan qué y
cómo se informa. Son las que estructuran la agenda mundial, las que relevan y
ocultan problemas, las que “orientan” a la opinión pública.
Su agenda es la de los intereses del
mercado global, las de las grandes transnacionales y la de los países que
impulsan la estructuración neoliberal del mundo. ¿Podemos pedirles objetividad
en la información que nos brindan en donde esa dinámica del capitalismo
contemporáneo está siendo cuestionada, como en Venezuela, por ejemplo?
Durante los años 80, parte de la
polémica en torno al papel que juegan los medios de comunicación en la mente de
personas y conglomerados sociales se centró en determinar si el receptor de los
mensajes de los medios era un ente pasivo o activo. Se le achacó a los análisis
hechos por investigadores como Mattelart y Dorfman, que no le conceden al
público suficiente capacidad de recapacitar y procesar la información que
reciben.
Y es cierto, éste no es una caja vacía
en la que cae la información que orienta acciones en una determinada dirección.
Pero es evidente, también, que en la cotidianeidad, la inmensa mayoría de las
personas no tienen más tiempo que llegar a comer frente al televisor por la
noche, o de ojear los titulares de los periódicos, que les dan información que
les evita el incómodo trabajo de analizar por su cuenta.
Ese es el panorama en el que cae la
gotita diaria de CNN respecto a Venezuela, los gestos crispados de las y los
presentadores, las palabras sesgadas, los titulares amarillistas, las
entrevistas a “los opositores”, las escenificaciones de las barricadas en las
que son recibidos como parte del guión.
Queda en evidencia que la nueva arma mortal no tiene pólvora, ni esparce isótopos radioactivos. La nueva arma mortal se llama medios de comunicación de masas en manos de unas cuantas corporaciones que manipulan a su antojo en función de sus intereses corporativos, en alianza con las más reaccionarias fuerzas políticas.
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