El poder constituyente
popular debe elaborar y redactar su propia constitución, tal como lo hizo a
comienzos de siglo, Luis Emilio Recabarren, tal como lo hicieron los constituyentes
populares en 1925. Pero no cometer el error político de confiar en el poder
constituido ni civil ni militar. Ellos han estado al servicio del poder del
capital. Un siglo de historia debiera ser útil para no volver a equivocarse.
Cien años de “amargura” es suficiente.
Juan Carlos Gómez Leyton / Para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
“…casi siempre,
cuando los flujos de insubordinación y lucha social alcanzan cierta fuerza, por
lo general surgen voces que se deciden a ensayar la vía electoral y participar
en la esclerótica madeja institucional…: unos quedan atrapados en elegantes
jaulas legales e institucionales en las cuales sus movimientos quedan
constreñidos; los otros fuera de tales jaulas, quedamos con una amarga
sensación de expropiación de lo que había sido posible construir en conjunto”.
Raquel Gutiérrez
Aguilar, Horizontes comunitario-populares, Puebla, México, 2017.
El presente artículo tiene como objetivo retomar la reflexión política
sobre el Estallido-Rebelión Social de octubre de 2019, luego de cierto silencio
escritural público, en razón a un conjunto obligaciones académicas realizadas
fuera de Chile. Una corta pero ajetreada estancia en la Universidad de
Huancavelica en Perú, me permitió la posibilidad de salir de la turbulencia
política nacional y observar el proceso desde las alturas cordilleranas
andinas. Mi preocupación por entender las formas de la política y lo político
en tiempo de rebelión me llevo reconsiderar todo lo pensado hasta ahora sobre
los procesos constituyentes latinoamericanos. Específicamente, mis
interrogantes se centran en las potencialidades de la transformación política
de esos procesos para la reproducción de la vida de los sectores populares. Los
límites para la emancipación social-popular que los procesos constitucionales
han mostrado tener en los diversos países de la región abren muchas
interrogantes. Estos límites han quedado trágicamente expuestos en Ecuador, con
el gobierno de Lenin Moreno o en el golpe de estado ciudadano y policiaco en
contra de Evo Morales, en Bolivia. Nos alerta acerca de las limitaciones y
constricciones que el actual proceso constituyente posee para los sectores
populares subordinados y dominados en Chile.
La historia reciente de Nuestra América nos ilumina sobre lo que no
debiéramos hacer y, sobre todo, lo que debiéramos impulsar para no quedar como
dice Raquel Gutiérrez “con una amarga sensación de expropiación” de lo que
realmente podemos construir. El dilema que se nos viene es “participar o no
participar” en el proceso constituyente que hoy el gobierno de S. Piñera
propone al país.
A continuación, voy argumentar que la ciudadanía en rebeldía desde el
18-O no debiera participar ni avalar ni acatar esa propuesta, debiera ignorarla
y rechazarla completamente. Hacerlo sería una nueva equivocación política e
histórica semejante a la cometida por el movimiento democrático nacional en
1988. Pero, tampoco se trata de quedarnos “amargados” y refunfuñando nuestra
rabia colectiva. No, debemos dar un paso adelante o varios pasos, impulsar la
auto convocatoria a una Asamblea Plurinacional Constituyente, popular, paritaria,
democrática e insurgente. Pienso que
esta es la única opción política que tenemos las y los ciudadanos rebeldes para
gestionar revolucionariamente la grieta política e histórica abierta el 18-O,
de lo contrario tendremos nueva constitución, pero el capital seguirá
controlando la estructura del poder en la formación social chilena. La grieta
actual es muy amplia y ramificada, mucho mayor que todas las provocadas por los
estallidos sociales anteriores (2006-2011-2013-2018).
No obstante, aún no se produce el derrumbe ni tampoco el big bang. Ni
tampoco estamos ante una revolución. Solo estamos frente a una poderosa
sublevación social y política cuya principal limitación se encuentra en el uso
de la violencia política revolucionaria. Esta, a pesar de todo, el miedo que
evidencian diversos grupos sociales como el gobierno, se ha quedado corta en
provocar la dislocación y desestructuración de los poderes constituidos. Es,
justamente, esa cortedad política, la que abrió la estructura política de
oportunidades para que el Ejecutivo y el Legislativo ofrecieran como acto
político sacrificial, entregar a la multitud rebelde, la Constitución Política
de 1980. A cambio de controlar y dirigir el proceso de redacción y elaboración
de nueva Constitución. Que no es más que otra “jaula de hierro” destinada a
preservar y mantener la dominación capitalista. Y, en lo posible, dejar, a
todos aquellos que buscan cambiarlo todo, fuera del proceso.
Estamos en pleno
proceso constituyente político-estatal abierto gracias al Estallido Social de
18-0, la discusión se ha centrado, fundamentalmente, en los aspectos
procedimentales del mismo. En realidad, desde que el poder constituido obligado
y bajo la presión de la movilización callejera de millones de ciudadanos y
ciudadanas -que exigían la renuncia del Presidente de la República, Sebastián
Piñera- aceptó una salida menos radical: acceder a la posibilidad de realizar
un cambio político constitucional. El cual se vio viabilizado políticamente, el
15 de noviembre, al concretizarse el acuerdo entre los partidos políticos del
oficialismo, Chile Vamos, y de la oposición política, con excepción del PC, del
PH, entre otros. La discusión sobre la demanda de una nueva constitución
política se institucionalizo en los espacios de los poderes constituidos, es
decir, ejecutivo y legislativo y que fue monopolizada por los partidos
políticos. Aunque, ello no quiere decir,
que en los espacios de la política popular y ciudadana el tema dejara de ser
analizado, discutido, deliberado y opinado. En realidad, ese proceso ha seguido
su rumbo propio, solo que no tiene la visibilidad ni la atención tanto de los
grandes medios comunicación como, incluso de los medios alternativos de
comunicación, tanto unos y otros siguen los vaivenes de la discusión política
oficialista e institucional del proceso constituyente.
A un poco más de dos
meses del Estallido Social, la rebelión popular y ciudadana, ha bajado su
intensidad y masividad callejera, el estado de rebeldía se mantiene latente.
Tengo la impresión que esta ha comenzado a ser encauzada, dirigida y regulada
por la política institucional. Si bien, la rebelión logró que el poder
constituido aceptara modificar integralmente de la Constitución Política del
Estado de 1980. Lo cual, sin lugar a dudas, es un gran triunfo político y una
gran derrota histórica tanto de la clase dirigente como del gobierno de S.
Piñera, es un triunfo parcial y limitado.
En efecto, a pesar del
triunfo político popular y ciudadano, no son ellos los que están conduciendo,
ni dirigiendo ni diseñado el proceso político que debiera concluir en la
convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente. Todo lo contrario, son, justamente, sus
adversarios políticos, la clase política parlamentaria y partidista como el
decadente gobierno de S. Piñera, los que se han apropiado de él, lo han
diseñado y perfilado. Respondiendo más bien a su intereses políticos e
ideológicos que a los intereses de los sectores movilizados y en rebeldía.
Estos sectores han sido excluidos políticamente de ese proceso. Por lo tanto,
lo que se tiene hasta ahora es una propuesta de proceso constituyente,
entiéndase las formas, las reglas, fechas y participantes, acordadas entre los
partidos políticos y el gobierno con la total exclusión y ausencia de la
ciudadanía rebelde.
Este proceso político
constituyente se le presenta como único, exclusivo y legítimo. Ante el cual la
ciudadanía nacional deberá aceptarlo y someterse a él. Surge, entonces, la
pregunta ¿debiera la ciudadanía rebelde que se levantó el 18-O -en contra del sistema
político en su integridad- aceptar lo que sus adversarios le proponen y obligan
acatar?
Desde el acto de
sublevación, desde la voluntad insurgente y rebelde, que motivo la acción
colectiva insurreccional ciudadana y popular del 18-O hasta el día de hoy, la
respuesta a dicha interrogante, debiera ser, no. No, la ciudadanía rebelde no está obligada
aceptar ni acatar lo que sus adversarios políticos proponen. Las razones son
varias, a saber.
La primera de ella, es,
la falta total de legitimidad política que
poseen las actuales autoridades políticas tanto del ejecutivo como del
parlamento.
Segundo, no poseen la representación política
para arrogarse la “voluntad ciudadana soberana” y proponer un diseño
institucional y político elaborado sin la participación de los y las
ciudadanos.
Tercero, no tienen credibilidad ni la confianza
política requerida por la ciudadanía para asumir tan importante y
trascendental tarea política e histórica.
Inclusive los diversos
actos reñidos con la ética política, la falta de transparencia política como
las diversas rencillas internas, las mentiras, las traiciones, y un largo
etcétera, que estos mismos actores han protagonizado desde el 15 de noviembre a
la fecha, no hacen más que confirmar las tres dimensiones señaladas que lo
inhabilitan para hacerse cargo de ese proceso político. No son confiables.
Por lo anterior, la
ciudadanía rebelde debiera desechar y rechazar cualquier propuesta que provenga
de estos sectores. Y, comenzar a construir su propia propuesta de proceso
constituyente de manera autoconvocada, autónoma e independiente. E, inclusive
iniciar el proceso de redacción y elaboración de la nueva constitución política
conformando una Asamblea Plurinacional
Popular Constituyente, APPC.
Esta APPC, sería una
instancia plurinacional, paritaria, popular y democrática que se organiza en el
espacio local territorial (barrios), comunal, regional y nacional que elabora y
produce una Constitucional que recogería los principales principios ordenadores
de una nueva forma estatal: un Estado Federal Plurinacional; un nuevo régimen
político, la democracia multi-institucional social; un nuevo régimen de
gobierno, parlamentario unicameral, conformado por representantes-mandantes,
con representación por mandato y, sobre
todo, por una nueva forma de desenvolvimiento económico donde predominen los
derechos colectivos-ciudadanos-populares sobre los bienes comunes y los
derechos de la naturaleza, por ejemplo.
La elaboración y
redacción de esta Constitución Política la produce directamente el poder
constituyente popular autoconvocado, sin la intermediación del actual poder
constituido. Sin la participación o intermediación de los partidos políticos
del orden neoliberal. Sin estar enmarcado ni sometido ni al calendario ni a los
procedimientos establecidos entre los actores del poder constituido.
Como ya se ha dicho, la
principal tarea de la APPC autoconvocada sería la redacción de la una nueva
Constitución Política del Estado Plurinacional chileno. Ella debiera expresar
la voluntad soberana de los sectores subalternos o dominados de la sociedad
chilena o de todos aquellos sectores sociales que rechazan y se oponen al
espurio poder constituido actual.
La ciudadanía popular y
los diversos sectores sociales y políticos rebeldes han sido categóricos y
extremadamente directos en manifestar su total rechazo político a estos poderes
para considerar que van acatar lo propuesto. Es, completamente, insano suponer
aquello.
Dado que estamos
seguros que la soberbia de la clase política enquistada en la actual forma de
Estado se considera legítima para producir no solo el proceso constituyente
sino también una nueva Constitución. Lo que significaría que, al cabo de un
tiempo, año 2020, la sociedad chilena podría tener dos propuestas constitucionales:
la popular y la del poder constituido.
Por lo tanto, la
ciudadanía toda, desde las y los mayores de 16 años en adelante, tendrían la
opción de votar por una u otra Constitución Política. Para tales efectos, las
reglas electorales debieran ser otras a las actuales. Por ejemplo, la exigencia
de un quorum mínimo de participación para la aprobación de una u otra
constitución. Este debiera ser igual o superior al 80% del patrón electoral. Y,
la opción ganadora debiera obtener el 51% de los votos emitidos. En el caso que
el quorum mínimo no se lograra. Se debiera abrir un nuevo proceso de
información ciudadana. En donde los dos proyectos constitucionales debieran ser
presentados a la ciudadanía, analizados, discutidos y modificados si se
estimara conveniente y nuevamente sometidos a la consideración ciudadana. E,
inclusive, todas y todos los ciudadanos que consideraran que ninguna de las
propuestas sea optima, podrían presentar una tercera opción constitucional.
De ninguna manera
debemos considerar que el proceso constituyente es uno solo, sino estos pueden
ser varios y diversos, pues ellos deben expresar a la ciudadanía nacional que
es heterogénea y multifacética. No existe un solo poder constituyente, en una
sociedad de clases, cada clase social, puede manifestar ese poder.
Por eso, el poder
constituyente popular debe elaborar y redactar su propia constitución, tal como
lo hizo a comienzos de siglo, Luis Emilio Recabarren, tal como lo hicieron los
constituyentes populares en 1925. Pero no cometer el error político de confiar
en el poder constituido ni civil ni militar. Ellos han estado al servicio del
poder del capital. Un siglo de historia debiera ser útil para no volver a
equivocarse. Cien años de “amargura” es suficiente.
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