Siempre la violencia
trató de zafar, de salir impune, como impune tratan de ser los violentos en una
cultura machista, donde reina la ley del más fuerte.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra
América
Desde Buenos Aires, Argentina
El derecho y las normas
se desarrollaron para intentar igualar y garantizar la resolución de conflictos
en armonía. Sin embargo, los poderosos tienen mil maneras de ejercer su fuerza
y burlar las normas. Y si es a los ojos de todos, mejor. De allí la impunidad y
el orgullo de ejercerla.
Lo hemos visto estos
días a nivel mundial con la planificada muerte del general iraní, una
bravuconada del patrón del norte de la que pretende salir airoso mientras otros
cargan con sus consecuencias; seguimos viendo los desplantes violentos
parecidos en la región, como también en el país. Arriba o abajo. Da lo mismo.
Tanto que su práctica parece legitimarla.
El gobierno de Macri se
patinó una fortuna dejando una deuda de más de 88 mil millones de dólares, cuyos
depósitos están en el exterior. Sus principales responsables, el ex presidente
del Banco Central, Federico Sturzenegger y el ministro de hacienda, Nicolás
Dujovne, no sólo aumentaron sus arcas personales sino que disfrutan en el
exterior descaradamente.
González Fraga,
presidente del Banco Nación, aquel que decía que los pobres se acostumbraron
mal a tener autos nuevos y viajar al exterior, otorgó un préstamo de 20 mil
millones de pesos a un socio del PRO, mientras le negaba recursos al mundo de
las pymes que se venía abajo. Todo el país quedó quebrado por los ricos que no
se salvaron ni los fondos de garantía de sustentabilidad de la ANSES.
La mayoría de los
potentados y estrellas de la farándula porteña tienen sus casas de veraneo en
Punta del Este, Uruguay como otros tantos en las playas paulistas de Guaruyá y
Miami. Desde esos paraísos conspiran contra el “populismo progresista”, hasta
se permiten despreciar o aconsejar a los pobres, mientras miran el mar a través
del cristal de un vaso de whisky. El periodismo los aplaude e inunda los
programas con sus desplantes que marcan tendencia.
Los habitantes de los
lujosos countries de Nordelta están colgados de la luz, como si fueran los
pobres de una villa miseria. No tienen vergüenza. Todo beneficio les parece
poco. Desde luego, los medios se reservan los nombres porque deben proteger su
“privacidad”.
Los barrabrava de los
grandes clubes viajan y disponen de todo su tiempo para acompañar al club de
sus amores. Todo cabe en su actividad en donde lo mínimo es el apriete, la
extorsión. Todos lo saben y son cómplices. Además, muchos de los políticos usan
el prestigio deportivo para asegurarse un espacio y recursos en el coliseo
mayor de la política, como hizo el ingeniero que accedió a la conducción de
Boca y luego siguió a la presidencia de la nación.
Violencia, impunidad,
corrupción y poder es un cóctel demasiado apetecible para ser despreciado.
Estos días un grupo de
ragbiers al salir de un boliche en Villa Gesell, dieron muerte a un joven de 19
años a patadas a la vista de la gente que estaba alrededor. Hecho que ha
generado una gran consternación en la población y al menos, la reflexión de
muchos que vienen advirtiendo sobre la violencia y su impunidad.
Una comunidad en crisis
que se debate entre la hipocresía y el cargo de consciencia (comerciantes y
empresarios que prevén salvarse en la temporada y vecinos cansados de
escándalos, con emergencias diarias de comas alcohólicos). Las autoridades y la
policía entre la represión descontrolada y la contención, mientras la justicia
reconoce vacíos legales que permiten la libertad de los culpables, conforme los
recursos procesales.
Otros, por el
contrario, intentan seguir haciendo la vista gorda para no espantar al avispero
y no se terminen los ingresos de las vacaciones del verano que sirven para un
año entero. No importa la vida, mucho menos la de los jóvenes, mientras los
bolsillos engordan.
La mayoría le escapa a
reconocer que las responsabilidades son de los mayores que promueven el consumo
de alcohol y se desentienden de los jóvenes que acuden a los centros de
vacaciones a destruirse. Allí deambulan borrachos, violan o son violados y las
grescas abundan, como si todo estuviera permitido.
Cuando niños, los
padres los enchufan en los videos juegos, donde la diversión consiste en matar
a la mayor cantidad de enemigos; con esa cultura desde la cuna, difícil es no
repetir de adolescentes la supremacía individual y el desprecio del otro. Los
modernos celulares y las redes favorecen ahora los grupos de whatsapp que se
ciernen sobre una o varias presas que molestan e irritan.
Alienados por las
drogas y el alcohol, las consecuencias son demasiado evidentes y previsibles.
No todos son así; con seguridad son una escasa minoría, pero cuando un hecho
los visibiliza, ahí se advierten una infinidad de elementos que los lleva a ese
destino.
El primer recurso a
criticar es la educación, allí caen en fila los malos maestros, los pésimos
edificios, por último los salarios de unos vagos que están de vacaciones en
invierno y verano.
Los valores se enseñan
en la familia, en la escuela se aporta conocimiento. La intelligentzia
vernácula siempre asimiló a los maestros a la línea de fuego después de la
policía, mientras éstos tienen las armas para reprimir, los primeros tienen que
contener a toda costa en las aulas, como si fueran bomberos.
Abnegación y votos de
pobreza, conforme el rol otorgado por las clases dominantes. Ellos se reservan
el privilegio y el goce. El resto su condición de esclavos. Violencia e
impunidad ejercida todo el tiempo y en todos los sentidos, como construcción
subjetiva de dominación.
Le esquivan a
profundizar en un sistema capitalista agónico que alienta y aliena con su
consumismo individualista perverso, que genera desigualdades extrema y ha
dejado al planeta en ruinas, con escasísimos lugares sin contaminar. Una
cultura que como una burbuja impide otra salida. Alternativa espiritual que
desde siempre han practicado los pueblos originarios y los condenados de la
tierra.
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