Nadie puede ni debe dar lecciones a los que están luchando día a día y
hora a hora contra el régimen de terror impuesto por Piñera. Yo, que miro desde
lejos, solo deseo que el nuevo liderazgo emergido de los combates sea –como
Allende- leal al pueblo, y que tengan la sabiduría necesaria para encontrar
respuestas a los retos cotidianos que encare la lucha.
Sergio Rodríguez
Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela
El 11 de mayo de 1983 se inició en Chile la primera Protesta Nacional
contra Pinochet, comenzando así una ofensiva que no se detendría hasta el 11 de
marzo de 1990 cuando el dictador se vio obligado a abandonar la Moneda.
Empezaba así lo que pomposamente se denominó “transición a la democracia”,
hecho que nunca ocurrió en su totalidad en tanto los usufructuarios de la
derrota del tirano prefirieron dar prolongación a “su obra”, en vez de
emprender el camino hacia la transformación del país en una verdadera
democracia con participación popular en el marco de un sistema político
equitativo y de derechos para todos los chilenos.
Las jornadas de protesta contra la dictadura fueron convocadas -al igual
que ahora- por una vasta amalgama de fuerzas sociales apoyadas por agrupaciones
políticas tan amplias que sumaron a aquellas que fueron perseguidas por la
dictadura con otras que apoyaron, favorecieron y aplaudieron el golpe de
Estado, en especial el partido demócrata cristiano, que solo se hizo opositor
cuando constató que Pinochet no le iba a transferir el poder como esperaba.
La dimensión, profundidad, variedad, pluralidad y fuerza de la protesta
sorprendió al gobierno que solo atinó a una brutal respuesta represiva en pos
de paralizar el ímpetu democrático y liberador de los chilenos. Para asombro de
todos, incluyendo los convocantes, el impulso de lucha fue superado tan
ampliamente que la continuidad de la misma fue cuestionada y puesta en duda por
los que desde afuera miraban los acontecimientos esperando ver el curso de la
acción a fin de determinar si ponerse al lado del pueblo que apuntaba a la
ruptura o al de Estados Unidos y la dictadura, que se orientaban a la
persistencia del modelo. Se adaptaron mansa e interesadamente a esta opción.
Cualquier semejanza con la realidad actual no es mera coincidencia.
Así mientras construían referentes políticos y sociales paralelos y
buscaban insertarse en la protesta, incluso enviando mensajes a las
organizaciones que a través de la acción armada profundizaban la crisis de la
dictadura, al mismo tiempo escudriñaban canales de negociación para llegar a
acuerdos con los militares y empresarios a espaldas del pueblo.
Era curioso, llegaron hasta el colmo de querer transformarse en
“barómetros” de la protesta social – como ahora- y hasta de las acciones
armadas. Mandaban mensajes: “esa estuvo bien”, “estuvo bien, pero no es el
momento”, “hay que ser más precisos”, “por ahora no es conveniente”, todo ello
buscando oxígeno y tiempo para hacer valer sus intereses mientras medían el
deterioro de la dictadura.
Simultáneamente las manifestaciones seguían su curso, diez en total
entre 1983 y 1984, hasta que en 1985 el pueblo perdió definitivamente el miedo,
desatando una multiplicación de las jornadas de protesta hasta la última, el 2
y 3 de julio de 1986, la mayor de todas que puso a la dictadura en una
situación de absoluta debilidad. La respuesta de la dictadura fue más y mayor
represión, quema de ciudadanos que protestaban pacíficamente, degollamientos,
enfrentamientos simulados y la implementación de un sofisticado sistema de
torturas, aprendido por los agentes gubernamentales en las escuelas
estadounidenses.
Unido a ello y en la perspectiva de un incremento de la lucha, se
produjo un gigantesco ingreso clandestino de armas al país al mismo tiempo que el
Frente Patriótico Manuel Rodríguez intentó ajusticiar al tirano en septiembre
de 1986.
Fue todo lo que la paciencia de Estados Unidos era capaz de aceptar, la
posibilidad de una salida popular, democrática y revolucionaria no podía ser
aceptada por lo que comenzó a tramar la salida del dictador. Su misión ya había
sido cumplida y ahora se necesitaba un modelo distinto para un país que a
comienzos de la década de los 70 se transformó en un referente mundial bajo el
liderazgo de Salvador Allende, un hombre de una dimensión superlativa premunido
de armas que no poseían ni el imperio, ni los políticos, militares o
empresarios que Estados Unidos utilizó para ejecutar sus planes: honor,
dignidad, valentía política y personal, entereza, pasión y lealtad. Características
que no tiene ningún líder de la élite chileno sea del gobierno o la oposición.
La dictadura se vio obligada a llegar a un acuerdo mediante el cual se
realizaría un plebiscito para determinar si el pueblo quería o no la
continuidad de la misma. Pinochet aceptó a regañadientes la derrota en el
evento electoral que dictaminó la ejecución de elecciones, el mes de diciembre
de 1989. Sin embargo, el país vivía en permanente zozobra por las continuas
amenazas del dictador que se aferraba al poder a través de una feroz
represión.
Desde Washington enviaron un primer mensaje: el 12 de marzo de 1989 en
el barco Almería Star que descargaba
frutas provenientes de Chile, la FDA
(Administración de Alimentos y Medicamentos) de Estados Unidos encontró dos
uvas envenenadas con cianuro a consecuencia de lo cual retuvieron todos los
embarques, de la misma manera que procedieron a embargar todas las frutas y
verduras importadas desde Chile, prohibiendo su adquisición. El almirante José
Toribio Merino —miembro de la Junta Militar— calificó la medida como “una de
las tantas canalladas que nos ha hecho Estados Unidos”.
El 17 de marzo, después de una “exhaustiva” revisión de toda los
embarques en los que no se encontró rastros de ningún compuesto nocivo a la
salud humana o animal, se anunció que se
reanudaría la importación de fruta chilena a Estados Unidos, pero ya el daño
estaba hecho. Las pérdidas económicas de los exportadores de fruta chilena
alcanzaron los 330 millones de dólares, mientras que el costo para el Fisco del
conjunto de medidas adoptadas alcanzó casi 200 millones de dólares más. Algo
que la economía del país no podía permitirse.
El aviso de Estados Unidos fue claro: “tu economía te la manejo yo y si
no haces lo que te digo, te hundo”. Pinochet no captó el mensaje, pero los
empresarios chilenos si, entonces se puso en funcionamiento una infernal
maquinaria de edificación de una transición “pactada y ordenada” de la
dictadura a la democracia. Se estableció un intenso puente aéreo entre
Washington y Santiago: senadores y representantes, secretarios y
subsecretarios, generales y agentes de inteligencia del gobierno de George H.
Bush intensificaron sus viajes a la capital chilena donde encontraron
excelentes interlocutores entre empresarios, pinochetistas renovados en el
partido demócrata cristiano y sobre todo camaleónicos políticos social
demócratas domesticados en París, Londres, Madrid y Estocolmo donde
descubrieron que Allende había sido un soñador sin futuro.
Los empresarios le bajaron el dedo a Pinochet, la oposición al régimen militar
se dio cuenta que a través de las elecciones se podían adueñar del país, a
partir de lo cual decidieron de común acuerdo con el tirano recurrir a esta vía
electoral en la que todos ganaban, se haría justicia “en la medida de lo
posible” aunque el pueblo fuera marginado una vez más. En estas elecciones el
candidato del dictador fue derrotado, ganando el designado por Estados Unidos,
la social democracia y la democracia cristiana internacional y los empresarios
con lo que “la alegría llegó a Chile”, según dijeron los que ya se preparaban
para robar, reprimir, engañar, estafar y excluir a los chilenos por los
próximos 30 años.
Lo ocurrido a partir de entonces es de todos conocido. Nadie puede ni
debe dar lecciones a los que están luchando día a día y hora a hora contra el
régimen de terror impuesto por Piñera. Yo, que miro desde lejos, solo deseo que
el nuevo liderazgo emergido de los combates sea –como Allende- leal al pueblo,
y que tengan la sabiduría necesaria para encontrar respuestas a los retos cotidianos
que encare la lucha.
Que el enfrentamiento a esta nueva dictadura que reprime asesina,
tortura y viola siga hasta obtener la victoria, que sea el pueblo quien gane
evitando nuevas “uvas con cianuro” inventadas por Estados Unidos para imponer
su solución y escamotear la victoria popular. Desearía también que a la
transición de la democracia a la dictadura que pretende imponer Piñera, se
oponga una transformación del país a fin de construir una democracia verdadera
y real para todos los chilenos y chilenas.
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