La importancia de
Emerson en la formación de la visión martiana del mundo se aprecia cuando, ante
su legado, nos dice que: “Todo es cúspide, y nosotros sobre ella. Está la
tierra a nuestros pies, como mundo lejano y ya vivido, envuelto en sombras”.
Guillermo
Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
“¡Anciano
maravilloso,
a tus pies dejo todo
mi haz de palmas
frescas,
y mi espada de
plata!"
José Martí[1]
La
semblanza que hiciera Martí del filósofo y poeta norteamericano Ralph Waldo
Emerson en 1882 – cuando tenía 29 años, y le restaban 13 de vida antes de morir
en combate, el 19 de mayo de 1895- constituye uno de sus textos más hermosos, y
una síntesis temprana de su visión del mundo. Esa hermosura le viene a la vez
de la afectividad poética del lenguaje, y del papel que que en aquella visión
desempeña la naturaleza en el mejoramiento humano y en nuestra capacidad para
la virtud.
Emerson
(Boston, Massachusetts, 1803 – Concord,
1882), junto a otros pensadores del Noreste de los Estados Unidos - como Henry
David Thoreau y Bronson Alcott- tuvo un importante papel en la formación de una
cultura de la naturaleza. De esa cultura dice Martí que en ella la
naturaleza “inspira, cura, consuela,
fortalece y prepara para la virtud al hombre”, que “no se halla completo, ni se
revela a sí mismo, ni ve lo invisible, sino en su íntima relación con la
naturaleza.”
La
importancia de Emerson en la formación de la visión martiana del mundo se
aprecia cuando, ante su legado, nos dice que: “Todo es cúspide, y nosotros
sobre ella. Está la tierra a nuestros pies, como mundo lejano y ya vivido,
envuelto en sombras”. Su muerte, añade,
No llena el pecho de
angustia, sino de ternura. La muerte es una victoria, y cuando se ha vivido
bien, el féretro es un carro de triunfo… La muerte de un justo es una fiesta,
en que la tierra toda se sienta a ver cómo se abre el cielo.
De
ese legado, Martí destaca dos elementos en particular. El primero es la rebelde
libertad de un hombre que “se sacudió de los hombros todos esos mantos y de
los ojos todas esas vendas, que los tiempos pasados echan sobre los hombres, y
vivió faz a faz con la naturaleza, como si toda la tierra fuese su hogar; y el
sol su propio sol, y él patriarca.” Así, libre a la vez “de la presión de los
hombres, y de la de su época,”
La luz que trajo en sí
le sacó en salvo de este viaje por las ruinas—que es la vida. Él no conoció
límites ni trabas. Ni fue hombre de su pueblo, porque lo fue del pueblo
humano. Vio la tierra, la halló inconforme a sí, sintió el dolor de
responder las preguntas que los hombres no hacen, y se plegó en sí. Fue
tierno para los hombres, y fiel a sí propio.”
La
amplitud y fecundidad de ese legado en el pensar y el hacer martianos aflora
con clara belleza al comentar Martí que, para Emerson, la hora del conocimiento
de la verdad era “embriagadora y augusta”, y en ella
No se siente que se
sube, sino que se reposa. Se siente ternura filial y confusión en el padre.
Pone el gozo en los ojos brillo extremo; en el alma calma; en la mente, alas
blandas que acaricia. Es como sentirse el cráneo poblado de estrellas: bóveda
interior, silenciosa y vasta, que ilumina en noche solemne la mente tranquila!
Magnífico mundo.
En
ese magnífico mundo, añade, la posesión de la verdad “no es más que la lucha
entre las revelaciones directas de la naturaleza, y las revelaciones impuestas
de los hombres.” Y en esa lucha, añade, unos sucumben, “y son meras voces de
otro espíritu”, mientras otros triunfan “y añaden nueva voz a la de la
naturaleza”, y sintetiza así la visión
del filósofo:
El no ve más que
analogías: él no halla contradicciones en la naturaleza: él ve que todo en
ella es símbolo del hombre, y todo lo que hay en el hombre lo hay en ella. Él
ve que la naturaleza influye en el hombre, y que este hace a la naturaleza
alegre, o triste, o elocuente, o muda, o ausente, o presente, a su capricho.[…]
Siente que el Universo que se niega a responder al hombre en fórmulas, le
responde inspirándole sentimientos que calman sus ansias, y le permiten vivir
fuerte, orgulloso y alegre. Y mantiene que todo se parece a todo,—que todo
tiene el mismo objeto,—que todo da en el hombre, que lo embellece con su mente
todo,—que a través de cada criatura pasan todas las corrientes de la
naturaleza,—que cada hombre tiene en sí al Creador, y cada cosa creada tiene
algo del Creador en sí, y todo irá a dar al cabo en el seno del Espíritu
creador,—que hay una unidad central en los hechos, en los pensamientos, y en
las acciones;—que el alma humana, al viajar por toda la naturaleza, se halla a
sí misma en toda ella;—que la hermosura del Universo fue creada para
inspirarse el deseo, y consolarse los dolores de la virtud, y estimulase al
hombre a buscarse y hallarse;—que «dentro del hombre está el alma del
conjunto, la del sabio silencio, la hermosura universal a la que toda parte y
partícula está igualmente relacionada: el Uno Eterno».”[2]
En
un mundo así entendido, el objeto de la vida “es la satisfacción del anhelo de
perfecta hermosura; porque como la virtud hace hermosos los lugares en que
obra, así los lugares hermosos obran sobre la virtud.” De aquí, dice, que haya
carácter moral “en todos los elementos de la naturaleza: puesto que todos
avivan este carácter en el hombre, puesto que todos lo producen, todos lo
tienen.” Así, todos los elementos de aquel magnífico mundo hacían parte de una
misma verdad “la hermosura en el juicio; la bondad, que es la hermosura en los
afectos; y la mera belleza, que es la hermosura en el arte”, y la vida no podía reducirse “al comercio y
el gobierno”, pues demandaba incluso más “el comercio con las fuerzas de la
naturaleza y el gobierno de sí”, pues “de aquellas fuerzas venía este último.”
Para
Emerson, decía Martí, no había contradicción “entre lo ideal y lo práctico”.
Las leyes que darían “el triunfo definitivo, y el derecho de coronarse de
astros, dan la felicidad en la tierra”, y tan solo era necesario entender que
las contradicciones “no están en la naturaleza, sino en que los hombres no
saben descubrir sus analogías.” Así, aquella aspiración constante de Martí a
la unidad en el pensar y el hacer - tan cercana a aquella interdependencia
universal de los fenómenos que enfatizara Engels -, lo llevaba a considerar
evidente en el legado de Emerson que
el orden universal inspira
el orden individual: la alegría es cierta, y es la impresión suma, luego, sea
cualquiera la verdad sobre todas las cosas misteriosas, es racional que ha de
hacerse lo que produce alegría real, superior a toda otra clase de alegría,
que es la virtud.
De
esa visión hace parte el radical humanismo martiano. De allí le viene entender,
y proclamar, que
Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más
de cerca, y en que nos tocó nacer; - y ni se ha de permitir que con el engaño del
santo nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o
políticas descaradas y hambronas, ni porque a estos se dé a menudo el nombre de
patria, ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad, en la porción
de ella que tiene más cerca. Esto es luz, y del sol no se sale.[3]
Hoy,
a esa luz, también, Emerson hace parte para nosotros del legado que nos dejara
José Martí, como hizo parte en su vida del proceso de construcción de ese
legado en todos los planos de su quehacer. Toda persona culta de nuestra
América tiende a ser martiana incluso sin saberlo. Leer a Emerson – en su libro
Nature, por ejemplo -, nos ayuda a conocer ese tenaz momento de luz que
anima en nosotros, y a comprender mejor
lo magnífico del mundo que Martí nos llama a construir.
Panamá, 19 de diciembre de 2019
[1] “Emerson”, Cartas de
Nueva York expresamente escritas para La Opinión Nacional. Nueva
York, 6 de mayo de 1882. http://www.josemarti.cu/publicacion/la-muerte-de-emerson/
[2] Y sobre el conocer,
añade: “Las ciencias confirman lo que el espíritu posee: la analogía de todas
las fuerzas de la naturaleza: la semejanza de todos los seres vivos; la
igualdad de la composición de todos los elementos del universo; la soberanía
del hombre, de quien se conocen inferiores mas a quien no se conocen
superiores.”
[3] "En
casa", Patria, 26 de
enero de 1895. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
V: 468 – 469.
No hay comentarios:
Publicar un comentario