Oscar Wilde sentenció
que “Estados Unidos es el único país que pasó de la barbarie a la decadencia
salteándose la civilización.” Y su decadencia podría dar nacimiento a otra
Naciones Unidas. ¿Por qué no? ¿O es que alguien todavía cree que las
instituciones creadas por hombres y mujeres tienen el don de la eternidad?
Atilio Borón / Rebelion
Acabo de leer una muy
interesante nota de Peter Koenig sobre el renacimiento y exasperación de la
barbarie en los últimos tiempos.[1] Y digo
exasperación porque aquella tuvo una presencia constante en la historia, pero
bajo el capitalismo adquirió nuevas y más brutales formas. Estados Unidos es
sin dudas la patria de la barbarie. Su condición de mayor terrorista del
planeta la alcanzó en agosto de 1945 cuando arrojó sobre dos ciudades
indefensas del Japón sendas bombas atómicas que convirtieron en cenizas -o condenaron
a una horrorosa muerte lenta- a varios centenares de miles de sus habitantes.
Nadie nunca, ni antes ni después, llegó a perpetrar atrocidad semejante. Sin
llegar a tan luctuosos límites en tiempos recientes la barbarie fue
repotenciada por el gobierno de Donald Trump, un hampón de cuarta cuyos códigos
morales no son mejores que los de Al Capone o Frank Nitti. Es más, me atrevería
a decir que éstos poseían un mafioso sentido del honor y del respeto a la
palabra empeñada que el magnate neoyorquino carece por completo.
Koenig
documenta con precisión que a pedido de Trump el primer ministro de Irak, Adil
Abdul-Mahadi, invitó al General Qassem Suleimani a que se reuniera con él en
Bagdad para sugerirle, dadas sus conocidas dotes como diplomático, que procurase
abrir un canal de diálogo entre Irán y Estados Unidos y entre la república
islámica y Arabia Saudita. Esa fue la trampa, abyecta y cobarde, en la que cayó
el general iraní. Esto fue denunciado ni bien se consumara el asesinato de
Suleimani y un grupo de altos funcionarios militares iraquíes por Adil
Abdul-Mahadi diciendo textualmente que “Trump me pidió que mediara con Irán y
luego asesina a quien había invitado para la tarea”. En sucesivas conferencias
de prensa el Secretario de Estado Mike Pompeo, otro mentiroso serial, desmintió
lo declarado por el Primer Ministro Iraquí. Lo mismo hizo la Casa Blanca, pero
la credibilidad de estos hampones es nula. Pero toda la maquinaria
propagandística de Estados Unidos se puso al servicio de las mentiras oficiales
y Suleimani, que gozaba de inmunidad diplomática, fue presentado como un feroz
terrorista que había sido “eliminado” porque tenía planeado atentar contra
varias embajadas de Estados Unidos, cosa que días después desmintió el propio
Secretario de Defensa de Trump. Pese a tantas mentiras se ha ido sedimentando
en los sectores de la opinión pública atentos a este tipo de noticias (una
minoría, desgraciadamente) la convicción de que lo ocurrido en Bagdad fue un
vil asesinato que trató de justificarse estigmatizando a la víctima como
terrorista.
No
contento con esta criminal violación de la legalidad internacional y de las
propias leyes de Estados Unidos, Trump ordenó que se le negara a Mohammad Javad
Zarif, Ministro de Asuntos Extranjero de Irán, la visa de entrada para informar
de lo ocurrido ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en Nueva
York. O sea, cero debate, cero información: basta con la versión del imperio,
reproducida impúdicamente por la prensa hegemónica. Esto constituye una
violación de la Carta de las Naciones Unidas, firmada por Estados Unidos en
1947, que garantiza a los representantes de países extranjeros el irrestricto
acceso a la sede de las Naciones Unidas. Para su imborrable deshonra el
portugués António Guterres, Secretario General de Naciones la ONU, el guardó
cómplice silencio ante el asesinato de Suleimani y también frente al ilegal
veto a la llegada del ministro iraní. El hombre se preocupa por su chequera y
nada más. Cobra su sueldo y no ve, no escucha, no habla. Esta es la clase de
funcionarios internacionales que Estados Unidos necesita para administrar su
imperio sin preguntas incómodas.
Lo
anterior confirma lo que muchos venimos diciendo acerca de la ineptitud de las
Naciones Unidas para garantizar la paz y la legalidad internacionales. Muchas
voces se han elevado, sobre todo en países periféricos, exigiendo una reforma
de esa organización. Pero Koenig da un paso más y se pregunta si no ha llegado
la hora en que una votación de la Asamblea General expulse a Estados Unidos (y
a Israel) de las Naciones Unidas por sus reiteradas violaciones de la Carta de
la Organización y sus resoluciones fundamentales (entre ellas las que exigen a
la Casa Blanca poner fin al bloqueo a Cuba o que el régimen israelí se retire
de los territorios ocupados). La premeditada, sistemática y desafiante
transgresión de la legalidad internacional es lo que define a los “estados
canallas”. Esa clase de regímenes se colocan por sí mismos por fuera de dicha
legalidad y su expulsión sería tan sólo el reconocimiento de una realidad.
Tendríamos, prosigue diciendo nuestro autor, “una ONU renovada, liberada de la
abultada burocracia que la paraliza y mucho más eficiente para salvaguardar la
paz en el mundo.” Además hay montones de países que han sido invadidos,
amenazados, sancionados por Estados Unidos y “muchos de ellos también tienen
drones y dominan la tecnología de disparos de precisión.” Se trata de un
planteo audaz, extravagante, pero que merece ser pensado.
Muchos
intereses económicos se opondrían a esta movida, reconoce Koenig, pero en el
mundo actual EEUU ya no es el único que puede ofrecer interesantes
oportunidades de negocios. China, India, Rusia, numerosos países asiáticos y
algunos otros en África y Latinoamérica podrían redefinir un nuevo entramado de
la economía mundial sin la presencia prepotente de los norteamericanos.
“Aislemos a los bárbaros de Washington y dejémoslos que se pudran en su inmundo
pantano”, dice Koenig. Proyecto que hoy suena como una ingenua utopía. Pero,
¿quién podría asegurar que ante la indisimulable decadencia del poderío de EEUU
aquella propuesta está eternamente condenada a ser irrealizable? Sobre todo si
se recuerdan estas proféticas palabras de Oscar Wilde cuando sentenció que
“Estados Unidos es el único país que pasó de la barbarie a la decadencia
salteándose la civilización.” Y su decadencia podría dar nacimiento a otra
Naciones Unidas. ¿Por qué no? ¿O es que alguien todavía cree que las
instituciones creadas por hombres y mujeres tienen el don de la eternidad?
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