Entre 2008 y 2009, con el propósito de conmemorar el
bicentenario del inicio de los procesos independentistas en América Latina
frente al coloniaje español, se organizaron los “comités del bicentenario” en
diversos países de la región. El de Ecuador se instauró por Decreto Ejecutivo
el 15 de abril de 2008.
Juan J. Paz y Miño-Cepeda / Firmas Selectas de Prensa
Latina
Se tomaron, como eje de las conmemoraciones, las rebeliones y Juntas
Soberanas entre 1809 y 1812, debido a que los pioneros procesos
independentistas estallaron en Chuquisaca, La Paz (Bolivia) y Quito (Ecuador)
en 1809, a los que siguieron los pronunciamientos de 1810 en México, Caracas,
Santa Fe de Bogotá, Santiago de Chile y Buenos Aires.
Desde luego, la primera revolución independentista en Nuestra América
Latina y el Caribe fue la de Haití, en 1804; pero cuando se conformaron los
comités del bicentenario -incluso el “Grupo Bicentenario” que incluyó a España,
El Salvador, Paraguay y Brasil, además de los países ya nombrados- se tuvo que
admitir que la revolución haitiana no había merecido , en 2004, la atención
debida. En la reunión del Grupo en Argentina
en 2010 se llevo a cabo un acto especial en homenaje a Haití.
Ese amplio grupo de países, en plena conmemoración del bicentenario
independentista latinoamericano, asumió una clara reivindicación histórica de
la lucha anticolonial como la primera en el mundo, y además en los albores del
capitalismo. Hubo una gran producción académica y una enorme proliferación de
actos conmemorativos, tanto oficiales como los iniciados por el entusiasmo
ciudadano.
Asimismo, revistió una singular importancia -que debe trascender igualmente
como un hito histórico- que todos los países que conmemoraban el bicentenario
mantuvieran una comunicación directa, e incluso coordinaran, ciertas
actividades conjuntas. Además, en lo que constituye un rasgo de coincidencia
histórica, pocas veces visto en la vida republicana de los diversos países,
gobernaban en las principales naciones que llevaban a cabo la conmemoración
bicentenaria, presidentes identificados con el ciclo democrático, progresista y
de nueva izquierda que vivía la región.
Por tanto, en todos ellos predominó una clara conciencia
latinoamericanista, que permitía comprender, no solo el carácter anticolonial
de los procesos independentistas, sino la herencia de principios y valores para enfrentar, con igual fuerza, el
neocolonialismo y el imperialismo contemporáneos. La ideología neoliberal
estaba superada en aquellos momentos porque interesaba en América Latina
construir sociedades con economías orientadas a favor de los sectores populares
y la amplia gama de trabajadores del campo y la ciudad.
También fue un momento en que la historia, como ciencia, se puso al
servicio de los ciudadanos porque se imponía recordar los hechos y otorgar una
significación actual a los procesos vividos hace dos siglos. Fue una tarea, no
solo intelectual, sino de vinculación activa con las poblaciones.
En los debates hubo detractores del proceso independentista. Sostenían
que fue obra de elites criollas, que no se superó la explotación social, que
poco o nada significaba para indígenas, campesinos y trabajadores, que nacieron
repúblicas oligárquicas. En parte, hay razones para sostener tales ideas, pero
les ha faltado la perspectiva histórica porque la independencia latinoamericana
fue, en esencia, un proceso de liberación contra el coloniaje y he ahí el gran
bien que constituyó para la posteridad.
Quedaron pendientes los problemas sociales, la economía raquítica con
la que nacimos al mundo capitalista; la dominación de elites criollas y, sin
duda, el Estado oligárquico, todo lo cual contradijo, además, los postulados e
ideales de los principales líderes e ideólogos de la independencia, claramente
orientados por principios de liberación social y no solo por los de la ruptura
anticolonial.
Pero en 2020 se abre un nuevo ciclo de conmemoraciones bicentenarias,
pues el 9 de octubre de 1820 se declaró independiente Guayaquil, lo cual abrió
el camino a la independencia definitiva del actual Ecuador en 1822; están
también los países centroamericanos que recordarán las gestas ocurridas entre
1821 y 1822; además, la liberación definitiva de Perú y Bolivia en 1824. Cabe
sumar la independencia de Brasil y podrían añadirse otras naciones que todavía
tienen fechas por conmemorar. En el largo plazo falta mucho tiempo para
conmemorar la independencia de Cuba, cuyo proceso decisivo arrancó en 1898.
Lo destacable, en el actual momento bicentenario, es que en América
Latina predominan hoy gobiernos conservadores, exceptuando los procesos que se
viven en Argentina, México; los radicales en Nicaragua o Venezuela y, sin duda,
la revolución cubana. De modo que no existe una visión latinoamericanista que
predomine, sino otra que, cobijada por el modelo neoliberal-empresarial,
destruye los sentidos del latinoamericanismo y se subordina a la visión
americanista-imperialista.
En modo alguno ello minimiza el valor histórico de la gesta
independentista en cada país que, desde este año, empezará a conmemorar el
bicentenario del segundo momento en la independencia de la región. Sin embargo,
no habrá el espíritu común y de identidad regional del primer momento.
De hecho las instituciones latinoamericanistas creadas durante el
ciclo de los gobiernos progresistas, como el Alba, Celac o Unasur, han sido
golpeadas seriamente por los gobernantes conservadores del área, que tienen en
la mira al mundo globalizado pero desde la perspectiva de las
burguesías-oligárquicas locales, que no han demostrado ser una clase
emprendedora con una visión moderna y de adelanto social, sino circunscritas a
sus particulares intereses de acumulación y riqueza, sin responsabilidades
sociales.
Corresponde a los pueblos latinoamericanos asumir, por tanto, la
identidad histórica que deriva de los procesos de independencia. Y sobre esa
base, tener presente que, al conmemorar la gesta independentista, también se
asume el compromiso de caminar en la construcción de la segunda independencia,
que libere a nuestros pueblos de las condiciones de explotación, exclusión y
diferencias socioeconómicas agudizadas
por el neoliberalismo capitalista.
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