Un año después de haber
lanzado la operación de alcance mundial destinada a derrocar al gobierno
constitucional de Venezuela, Washington se niega a reconocer su ominoso fracaso
y embiste en un último intento contra Nicolás Maduro.
Luis Bilbao / Rebelion
El resultado de imponer
un “presidente encargado”, paso táctico hacia un cruento golpe de Estado,
resume la función histórica de Estados Unidos en esta fase de la historia:
capaz de destruir, impedir, degradar; incapaz de resolver a su favor una
encrucijada política como lo es para la estrategia de dominación imperial el
esfuerzo de transición en Venezuela.
Los casos más
dramáticos de esa incapacidad han sido la invasión a Libia y el devastador
intento de ocupación de Siria: si no puedo imponerme, siembro destrucción y
muerte para desviar la marcha de la historia hacia el abismo del terror y la
degradación humana. Washington sabe que la repetición de esa línea de acción en
América Latina produciría una convulsión regional incontrolable, el consecuente
debilitamiento de Estados Unidos y un cambio geopolítico trascendental en favor
de China y Rusia. Por eso vacila. A la vez, la lógica interna del sistema en
crisis le exige acelerar en el camino suicida.
Junto a la Casa Blanca,
también el cártel de prensa hemisférico sufrió la afrenta de mostrarse
impotente en la acostumbrada función de acompañar con éxito las operaciones
intervencionistas ordenadas desde el Departamento de Estado.
Así las cosas, tras
años de bloqueo, acoso económico y traspiés propios del gobierno Maduro en una
economía de transición -con un entorno que marcha en sentido inverso- los
estrategas del imperio se convencen y tratan de convencer al mundo de que ha
llegado la hora de la prueba final: Maduro debe caer. Las cúpulas de la Unión
Europea acompañan la intentona con un espectáculo de insólita degradación moral
y política: reconocen y se muestran con el patético pelele que, contra toda
evidencia, dice ser “presidente encargado”.
Estados Unidos, Unión
Europea, medios de prensa y analistas de todo signo saben que no será posible
acabar con el proyecto soberanista y transicional sin invadir Venezuela.
Pretenden derrocar a Maduro como primer paso y amenazan con su poderío militar
para sembrar terror y romper la unión cívico militar que sustenta al régimen
venezolano. Tal el significado de las maniobras guerreristas iniciadas el 22 de
enero en las fronteras con Venezuela, en las que Estados Unidos y Colombia
ocupan la vanguardia, con Brasil, Perú y Chile como temeroso aliados. “ La
estrategia para derrocar a Maduro ya está en marcha y está funcionando”,
declaró desde Bogotá el secretario de Estado Michael Pompeo.
Maniobras
El comando Sur de las
fuerzas armadas estadounidenses informó que habrá dos operativos. El primero
comenzará con el lanzamiento de 75 paracaidistas de la 82da División
Aerotransportada y 40 miembros del Ejército Sur, desde un avión Hércules C-130.
Participará igualmente un número no informado de fuerzas especiales de
Colombia, con aviones Kfir, C-295 y C-130, además de helicópteros y unidades de
transporte aeromédico. Ese contingente simulará la toma de un aeródromo y las
acciones necesarias para asegurarlo. El segundo tendrá como objetivo repeler un
ataque aéreo. También se usarán aviones C-17, C-130J y B-52.
“Estamos honrados de
entrenar con Colombia, un amigo cercano de EEUU y socio global de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan)”, dijo el comandante Craig
Faller, según el comunicado del Comando Sur. El objetivo anunciado sería
“construir interoperabilidad y compartir conocimientos tácticos y
estratégicos”. Aparte la proverbial falta de sutileza yanqui, el objeto de la
maniobra, que durará hasta el 29 de enero, pretende resaltar la intención de un
ataque a Venezuela.
Respuesta
Hace ya años que la
Casa Blanca, durante el gobierno de Barack Obama, dictó un decreto que señala a
Venezuela como un peligro para Estados Unidos. Desde entonces hubo innumerables
situaciones en las que la invasión parecía inminente. Aun cuando en esta
embestida el accionar militar continuara postergándose, la amenaza persiste, la
agresión tiene sus efectos en todos los planos y muestra a las sociedades desde
el Río Bravo a la Patagonia que cualquier intento de transformación social
deberá enfrentar al poderío bélico del mayor imperio de la historia.
Ése es, precisamente,
uno de los objetivos de esta desembozada actuación de Pompeo, quien de paso
recuerda ante la prensa que participó del acto terrorista de Estado que acabó
con la vida de Qassem Suleimani y otros diez militares y civiles iraníes e
iraquíes. Se trata de desalentar cualquier intento actual o futuro de
emancipación de la férula imperial y superación del capitalismo.
Sin embargo, la crisis
intrínseca del sistema no cesará. Hoy, hasta la titular del Fondo Monetario
Internacional, Kristalina Georgieva, admite que la situación económica actual
es comparable al cuadro que desembocó en el colapso de 1929. Según ella, los
signos a la vista “recuerdan los comienzos del siglo XX, cuando las fuerzas
gemelas de la tecnología y la integración llevaron primero a la época dorada,
luego a los rugientes 1920 y, finalmente, al desastre financiero”.
No hay por qué creerle
a un publicista marxista cuando señala la inexorabilidad de la crisis. Pero
sería prudente atender el anuncio cuando la hace la titular del FMI…
Georgieva no dijo que
el motor de la crisis es el agravamiento de la baja tendencial de la tasa de
ganancia, ley fundamental de la economía política, descubierta por Marx y
tomada como corpus teórico por los economistas burgueses para combatirla y
neutralizarla, con Keynes como mascarón de proa desde la Primera Guerra
Mundial. Faltó también subrayar que, en la comparación, la situación actual es
más grave, mucho más grave.
Es probable que esas
tendencias eclosionen en el curso de este año. De allí la compulsión del
Departamento de Estado por acabar con los procesos de transición vigentes en
Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, donde ya se anotaron una victoria con el
derrocamiento de Evo Morales.
Dicho de otro modo: el
centro mundial capitalista y sus satélites pueden combatir y aun vencer las
fuerzas de la revolución en un país, pero no pueden doblegar la lógica de su
crisis intrínseca. Ésta asegura sublevaciones de masas explotadas y oprimidas en
todo el mundo y particularmente desde Alaska a la Patagonia. No hay programa de
saneamiento capitalista que pueda dar respuesta los habitantes del continente,
a comenzar por el propio Estados Unidos.
Esto debería ser
suficiente para asumir la urgencia de un bloque antimperialista continental.
Como queda probado, tal fuerza no podrá erguirse a partir de gobiernos
burgueses alegadamente progresistas o de base obrera y estrategia reformista.
Sólo un faro socialista, un programa de acción para la transición y una férrea
conducción política podrán afirmar la base para que, en las convulsiones de una
crisis desatada, los explotados y oprimidos tengan un rumbo propio. Sin ellos
encaminados hacia su destino, la humanidad toda está en riesgo por la dinámica
irracional del sistema capitalista.
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