Incuestionablemente, sean 14, 20 ó 30 millones los menores que trabajan en Latinoamérica, solo con políticas consecuentes gubernamentales se podrá erradicar de la región ese mal que deja a los niños desamparados y sin oportunidades para disfrutar la felicidad de la niñez y de la juventud.
El 2011 inicia su deambular con una noticia que en la mayoría de los medios de comunicación pasa inadvertida pese a la tragedia económica y social que conlleva: más de 14 millones de niños entre cinco y 17 años trabajan en América Latina y el Caribe en condiciones que ponen en riesgo su seguridad y hasta sus vidas.
Aunque el dato, ofrecido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) es impactante, lo cierto es que la cifra real de las muchachas y muchachos que diariamente se enfrentan a esa situación es mucho mayor que la ofrecida.
¿Quién puede conocer la cantidad de niños que en Guatemala, El Salvador, Honduras, Colombia o Ecuador, por citar algunos, emplean las compañías bananeras o cafetaleras en esas naciones cuando esta completamente prohibida la entrada de cualquier organización o personal que no labore en ellas?
¿Quién puede contabilizar cuantos millones venden de ellos periódicos, frutas, chicles, limpian parabrisas en los semáforos o hasta venden sus tiernos cuerpos en las diferentes ciudades y pueblos de América Latina para buscar algún sustento?
Uno de los ejemplos más elocuentes lo ofreció el magnate ecuatoriano y ex candidato a la presidencia de esa nación andina Alvaro Noboa quien ha sido criticado en varias ocasiones por emplear niños en sus enormes plantaciones bananeras.
Cuando una organización humanitaria denunció hace unos años que menores ecuatorianos menores de ocho años, trabajaban en precarias condiciones en plantaciones de banano, el magnate Noboa declaró que no podía ser acusado de propiciar el trabajo infantil en sus haciendas debido a que eso formaba parte de la cultura de la gente del campo en Ecuador.
Noboa cambió el concepto: no es por necesidad ni por el hambre existente en millones de núcleos de los campos latinoamericanos, sino las tradiciones culturales, las que hacen que los niños laboren en situaciones infrahumanas. Este señor tiene terminantemente prohibido que penetre persona o autoridad alguna en sus propiedades sin su permiso.
Con optimismo, el experto de la OIT sobre trabajo infantil y empleo juvenil en América Latina, Guillermo Dema, quien recientemente participó en Chile en una reunión sobre el tema, dijo que “ésta es la región del mundo donde se han obtenido mayores avances en la reducción del trabajo infantil en los últimos 10 años, pero el progreso es desigual”.
Del total de niños que trabajan, agregó Dema, cerca de 10 millones realizan trabajos que son peligrosos o amenazan su integridad física y psicológica y el 60 % del total se desempeña en tareas vinculadas a la agricultura.
El representante de la OIT señaló que de 2006 a la fecha se observa una disminución de un punto porcentual en el número de niños y niñas de entre cinco y 17 años que trabajan en América Latina y el Caribe, lo que representa una disminución de un millón de personas aproximadamente. A Dema le faltó indicar qué países han tenido logros en ese importante índice pues aunque han sido muchos años de explotación y saqueo que Estados Unidos y las empresas transnacionales han realizado en América Latina, varias naciones se han ido desatando, en la última década, de esas políticas neocoloniales y han comenzado nuevos rumbos a favor de las grandes mayorías.
Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, encaminaron acciones hacia el mejoramiento de la niñez con subsidios económicos que le permiten a núcleos desfavorecidos acceder en forma gratuita a la educación, salud y alimentos básicos.
Brasil, Argentina y Uruguay laboran igualmente en ese sentido con programas de mayor acceso de los jóvenes a la educación y la salud y la creación de más empleos para la población adulta.
Estas siete naciones han influido, de forma determinante, en la disminución del trabajo infantil en la región.
Sin embargo, Colombia, México y Perú, naciones que han seguido los lineamientos neoliberales exigidos por Estados Unidos y organismos financieros como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, presentan índices nada halagüeños.
México, que desde 1994 mantiene un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, marcha a la cabeza de ese peyorativo aspecto.
Según un estudio del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), 3,5 millones de menores mexicanos se ven obligados a trabajar “un desafío que va más allá del ámbito laboral, que requiere de políticas económicas y sociales para el fomento del combate de la pobreza”.
En Perú, más de 3 300 000 niños laboran en el comercio ambulante, servicios domésticos, minas, fábricas de ladrillos y producciones agropecuarias. Por las mismas necesidades económicas, están impedidos de estudiar o desarrollar actividades propias de su edad.
La OIT y el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) estiman que la nación andina se encuentra entre las de mayor tasa de trabajo infantil de Latinoamérica, pese a que Perú ha tenido crecimientos altos de su Producto Interno Bruto en los últimos cinco años.
Para el investigador de la Pontificia Universidad Católica de Perú, José Rodríguez, el gobierno no ha hecho nada para revertir la pobreza que afecta a la mitad de la población y los altos índices de desempleo general.
Por su parte, en Colombia el 14,3 % de la población laboral es menor de 17 años y más de 1 720 300 niños trabajan permanentemente debido al elevado nivel de pobreza y bajos ingresos que reciben las familias.
La Escuela Nacional Sindical de Colombia (ENS) puntualizó que el 37,6 % de esos muchachos no recibe remuneración o ganancias; el 56 % solo obtiene la cuarta parte o la mitad del salario mínimo, y solo el 5,4 gana el salario mínimo.
Incuestionablemente, sean 14, 20 o 30 millones los menores que trabajan en Latinoamérica, solo con políticas consecuentes gubernamentales se podrá erradicar de la región ese mal que deja a los niños desamparados y sin oportunidades para disfrutar la felicidad de la niñez y de la juventud.
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