¿Será posible callar? ¿Se podrá escribir con "objetividad" sobre Honduras cuando, como dice Berta Cáceres, "el pueblo se haya entre la vida y la muerte"?
Miriela Fernández / LA JIRIBILLA
¿Cómo retornaremos a los sucesos que vive hoy Honduras? ¿Qué palabras, qué imágenes nos servirán para volver a este presente? Tal vez nos traiga de vuelta una canción de Karla Lara, el coraje pintado para siempre en un muro, los pasos captados por una cámara cuando intentaban fugarse de las balas o la evocación del relato que nos contaron. ¿Qué estaremos buscando con el regreso? Probablemente, como ahora, tratemos de hallar en los anillos de la historia las causas de la forma que toman los días. Hay varias razones, este 27 de enero, para hablar de Honduras y el tiempo.
Este jueves culminó el primer año del régimen de Porfirio Lobo, desconocido por gran parte de hondureños y hondureñas, por otros gobiernos y movimientos sociales que no aceptan las propuestas del olvido. Para entender este rechazo hay que ir atrás: a las elecciones preparadas el 29 de noviembre por los mismos que cambiaron a la fuerza la vida del país y que, también de esa forma, sostienen el cuerpo de un gobierno que solo muestra su rostro conciliador. La represión a la resistencia contra el golpe de Estado es el principal recurso para mantener la ilegalidad e intentar eternizar lo ocurrido el 28 de junio del 2009.
Los militares, sigilosos, copian de viejos tiempos, los reviven. Lo sé, sobre todo, por las anécdotas que escucho. Cada palabra que llega del país centroamericano tiene marcas hechas por los días violentos y viste un tono de consternación y denuncia.
Durante una conversación, dos amigos argentinos me muestran las fotos que captaron en Tegucigalpa: “Esta fue en una marcha de maestros. Los policías no piensan, están como ávidos de muerte. Si te acercás, te pegan un tiro”. Y mientras describen la ciega furia de los guardias me hablan del miedo que zumba en las calles: “Es rarísimo, uno camina y el desasosiego te invade, como si te avisara de que algo terrible y cercano acaba de pasar”.
Antes, Denia Mejías, integrante de la comisión nacional de formación del Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP) me había narrado el allanamiento de su hogar y el permanente acoso del que no la dejan salir. Sentada, en una escalera del Centro Martin Luther King donde improvisamos nuestro diálogo, respira hondo, parece enterarse ahora de que la tranquilidad existe. “Vivimos días críticos, de incertidumbre —me dice— nos persiguen constantemente. Recibo muchas amenazas. Mi casa también fue registrada. Se llevaron la computadora con toda la información que guardaba y un libro, Memorias de un comunista. Me pregunto qué hubiese pasado de haber estado allí”.
Desde un panel, en una de las sesiones del taller Paradigmas Emancipatorios, celebrado en La Habana en los primeros días de enero, el testimonio de la periodista Ida Garberi nos lleva a Honduras. Durante siete meses allí no solo hizo labor reporteril; también estuvo junto a la Comisión de Familiares de Detenidos Desaparecidos del país (COFADEH):
“Como procuradora de derechos humanos me tocó ir a la prisión y sacar a un joven. Los gases lacrimógenos lo habían dejado ciego. Además le habían aplicado electricidad y casi no podía sostenerse, estaba sucio de todo porque tampoco le era posible controlar su cuerpo. Disculpen estos detalles, pero deben conocerse, deben conducirnos a una reflexión sobre lo que pasa en Honduras”, expresó esta italiana radicada en Cuba hace 11 años.
Aunque las cifras son inexactas —a veces la represión hace pactos con el tiempo y logra mantener ocultas algunas huellas—, la reportera mencionó más de 700 violaciones a los derechos de los hondureños y las hondureñas y más de 100 muertes luego del golpe de Estado. También especificó que ninguno de los culpables ha sido enjuiciado. LEA EL ARTICULO COMPLETO AQUI...
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