La posibilidad de estudiar en la UPR pronto podría dejar de ser un derecho para convertirse en privilegio. La polémica cuota de ochocientos dólares no es más que un impuesto disfrazado que cada año académico irá en aumento. Por eso, lejos de representar actos de ilegalidad sediciosa, las protestas universitarias expresan legítimos reclamos por parte de un estudiantado que ha echado su suerte con la salvación del país.
Ana Lydia Vega / Tomado de LA VENTANA (Cuba)
El conflicto de la Universidad de Puerto Rico (UPR) ha generado imágenes inolvidables. Ciertamente, las del pasado 20 de diciembre figuran entre las más estremecedoras. En ellas, vimos a la Fuerza de Choque acorralar, gasear y macanear sin misericordia a los manifestantes reunidos frente a Plaza Universitaria.
Hay otras imágenes que marcan la memoria, no tanto por su impacto noticioso como por su dimensión simbólica. Recuerdo, sobre todo, el momento en que el líder estudiantil Giovanni Roberto dirigió un emotivo discurso a los guardias del Chicky Starr Security apostados frente al Recinto de Río Piedras.
Mirándolos a los ojos, Giovanni les habló de igual a igual. Evocando las experiencias compartidas del racismo y la pobreza, les explicó el significado de la lucha por una educación accesible a todos. Y terminó con un abrazo fraternal a cada uno de los guardias, muchachos negros y pobres contratados para intimidar a los huelguistas.
Esa escena conmovedora resume a perfección el drama puertorriqueño. Una juventud marginada, asediada por el desempleo, las drogas y la violencia, es utilizada para defender intereses contrarios a los suyos. Poco importa que esos intereses sean los del narcotráfico chupasangre o los de una clase gobernante exclusivista. Ambos patronos reclutan mano de obra en el masivo ejército de los desertores escolares que, por falta de alternativas dignas y asequibles, están dispuestos a desempeñarse como agitadores, rompehuelgas, tiradores o gatilleros.
Del otro lado, están los sobrevivientes del desastre educativo. Son aquellos que han podido cursar estudios superiores gracias a sus propios esfuerzos, a los sacrificios de sus padres y a las becas que recompensan talento y trabajo. Sin la tenacidad de su afán, seguramente no hubiesen llegado. Y sin la existencia de una universidad pública a su alcance, tampoco podrían apostar a la integración social por la vía profesional.
La posibilidad de estudiar en la UPR pronto podría dejar de ser un derecho para convertirse en privilegio. La polémica cuota de ochocientos dólares no es más que un impuesto disfrazado que cada año académico irá en aumento. Por eso, lejos de representar actos de ilegalidad sediciosa, las protestas universitarias expresan legítimos reclamos por parte de un estudiantado que ha echado su suerte con la salvación del país.
Los cocorocos dirigentes, esos que tanto mastican y desgastan la palabra “democracia”, han convertido a los huelguistas en chivos expiatorios de su rabia. Desde ignorarlos hasta silenciarlos, desde criminalizarlos hasta expulsarlos, la administración de turno no ha escatimado fondos ni maniobras para intentar aplastarlos. En materia de insultos, no ha demostrado mucha creatividad. “Comunistas” y “terroristas” también les decían en los setenta y ochenta a los activistas por la paz.
Digan lo que digan las autoridades, el comportamiento de estos jóvenes ha sido más que mesurado. Comparados con sus colegas italianos —que tomaron la Torre de Pisa y el Coliseo romano— e ingleses —que paralizaron el transporte, prendieron fuegos y hasta le cayeron a palos al Rolls Royce del príncipe Carlos—, los huelguistas de la UPR parecen niños escuchas. En cuanto a los famosos encapuchados, tengo mis serias dudas. No sería la primera vez que se infiltran agentes provocadores entre las filas de la disidencia.
Nunca antes habíamos visto en Puerto Rico un movimiento que manejara con tanta imaginación, soltura y sensatez los mecanismos del disenso y los protocolos de la negociación. Un liderato inteligente y articulado —en el que brillan las chicas como Xiomara Caro— ha movilizado una sorprendente diversidad de recursos para promover su causa.
Marchas y piquetes, “performances” y parrandas, radioemisoras y páginas web, conferencias de prensa y campings urbanos, amén del fracatán de documentos, alegatos y proyectos elaborados... Frente a eso, la incompetencia de unos administradores huérfanos de ideas para resolver los problemas fiscales salta a la vista como una pedrada.
Reconozcamos la verdad: los universitarios han sido los únicos en cuestionar y atajar enérgicamente las políticas disparatadas del Gobierno. Ni los sindicatos aguajeros, ni la oposición fantasma, ni siquiera la difusa sociedad civil han estado a la altura de estos jóvenes. Organizar dos huelgas corridas, mantenerse en pie con protestas y con propuestas, resistir el embate brutal de la represión y, aun así, conservar la ilusión del triunfo es mucho, muchísimo logro en estos tiempos de esperanzas decaídas.
La poeta chilena Violeta Parra compuso una bellísima canción de amor en homenaje a los estudiantes. Y eso que no sabía que aquí contamos con una levadura tan potente para multiplicar el pan del futuro.
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