Tender ya no clables, sino puentes de verdadera humanidad entre los pueblos latinoamericanos, que les permitan reconocerse en su historia, su común identidad y en su destino igualmente compartido, quizá sea la misión emancipadora de nuestra América en el mundo contemporáneo
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
La noticia se escribe con esperanza y contenido utópico: 1600 km de cable submarino de fibra óptica, tendidos desde La Guaira, en Venezuela, hasta Santiago de Cuba, interconectarán a ambas naciones -y más adelante a países vecinos- para fortalecer la infraestructura y aumentar la capacidad de prestación de servicios de infocomunicaciones en el Caribe.
El proyecto, que forma parte del Sistema Internacional de Telecomunicaciones ALBA 1, inició el pasado fin de semana y está previsto que entre en funcionamiento en julio de 2011; su costo asciende a los US$70 millones e involucra a gobiernos y empresas de Cuba, Venezuela, Jamaica, Francia y China. Solo en el caso cubano, se sabe que aumentará el ancho de banda de internet hasta 640 gigabytes, permitirá 10 millones de transmisiones telefónicas simultáneas y multiplicará por 3000 la capacidad de tránsito de datos, imágenes y voz.
Más allá de las positivas valoraciones a nivel tecnológico, creemos que el tendido del cable submarino constituye una hermosa metáfora que ilumina estos tiempos de crisis e incertidumbres: por un lado, muestra que la unidad y la integración –aquí, de signo bolimartiano, según la feliz expresión acuñada por el artista cubano Ernesto Rancaño- son una alternativa concreta para avanzar en las soluciones de los problemas reales del desarrollo humano en nuestra region.
La experiencia de 10 años de intensa y profunda cooperación entre Cuba y Venezuela, en el marco de los acuerdos de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), y en ámbitos tan importantes como la salud, la educación, la promoción social y ahora las infocomunicaciones, señala un camino sin precedentes en la historia de las relaciones entre los Estados latinoamericanos, y al mismo tiempo, cuestiona frontalmente la lógica neoliberal dominante, que reduce las relaciones humanas al libre comercio de mercancías, la tutela del capital extranjero y las inversiones.
Por otro lado, el proyecto de interconexión abre puertas a la rebeldía creativa y la osadía de la solidaridad para vencer la arrogancia y el autismo imperial que, en virtud del bloqueo impuesto por los Estados Unidos, le impide a Cuba conectarse a cualquiera de las numerosas redes submarinas cercanas a la isla y la obliga a recurrir a los servicios de satélite: más costosos y de menor capacidad para el flujo de información.
Una última reflexión tiene que ver con la dimensión cultural de esta iniciativa, toda vez que el inicio de las obras de cableado coincidió con la celebración de los 120 años de la publicación del ensayo “Nuestra América” de José Martí (en enero de 1891). En este texto clave del pensamiento latinoamericano, el prócer cubano instaba a despertar “lo que quede de aldea” en nuestros pueblos, lo que quede de vision estrecha y provinciana. Antes que absurdos prejuicios que provocan odios y desencuentros, Martí nos animaba a conocernos, a comunicarnos y expresar la plenitud de nuestra diversidad cultural sin límites ni bloqueos, “como quienes van a pelear juntos”.
En los actos de inauguración del proyecto, no faltaron las evocaciones martianas. El embadajor cubano Rogelio Polanco dijo que con la instalación del cable submarino “se hace un acto de justicia histórica”, desde una tierra, la venezolana, en la que Martí “llegó a admirar a un pueblo, su historia y a sus libertadores. Aquí bebió la savia de América Latina y se enriqueció cultural y políticamente”. Por su parte, el Ministro de Ciencia, Tecnología e Industrias Intermedias de Venezuela, Ricardo Menéndez, centró la atención en el potencial revolucionario de la interconexion, “sobre todo cuando pensamos que el cambio histórico, político y cultural requiere de unas redes, de una arquitectura y de unas estructuras a través de las cuales fluya nuestra cultura, nuestras comunicaciones y nuestra economía”.
Venciendo obstáculos de todo tipo, los sueños de unidad de Martí y Simón Bolívar, felizmente, todavía van marcando el paso de las transformaciones en América Latina.
Tender ya no clables, sino puentes de verdadera humanidad entre los pueblos latinoamericanos, que les permitan reconocerse en su historia, su común identidad y en su destino igualmente compartido, quizá sea la misión emancipadora de nuestra América en el mundo contemporáneo: “¡Bajarse hasta los infelices, y alzarlos en los brazos! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas, la sangre natural del país!”, al decir de Martí.
Esa es la lección que, desde hace una década, contra todos los pronósticos y oráculos del pesimismo, nos dan Cuba y Venezuela.
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