Lo que se desarrolla en Cuba es una gran cruzada de rectificación general de errores, supresión de prohibiciones absurdas y erradicación de concepciones equivocadas o superadas por las circunstancias, que frenan el desarrollo de las fuerzas productivas.
Ángel Guerra Cabrera / APORREA
La revolución cubana tiene la gran ventaja de ser la única de las revoluciones socialistas en que el principal liderazgo histórico, con todo su prestigio y autoridad, ha podido encabezar la rectificación después de décadas de experiencia y trazar el rumbo futuro. El presidente Raúl Castro ha afirmado: “El VI congreso del partido (2011) debe ser, por ley de la vida… el último de la mayoría de los que integramos la generación histórica; el tiempo que nos queda es corto, la tarea gigantesca... tenemos el deber elemental de corregir los errores que hemos cometido en estas cinco décadas de construcción del socialismo en Cuba y en ese propósito emplearemos todas las energías que nos quedan…”
La revolución cuenta también –por razones históricas– con la posibilidad de hacer los cambios tomando en cuenta las experiencias, válidas o fallidas, de otros intentos, de construir el socialismo, incluyendo el derrumbe del socialismo europeo, y además en el momento en que las ideas de Marx y el objetivo socialista vuelven por sus fueros a la palestra internacional a consecuencia de la insondable crisis estructural capitalista. A la vez, realizarlo en una situación favorable de transformaciones sociales y políticas en América Latina que ha propiciado la creación de la solidaria Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América y de la Unión de Naciones del Sur, instituciones de independencia e integración sin precedente en la región. A ello es pertinente añadir el fantasma de la contagiosa y vital insurrección de jóvenes y descontentos que, por ahora, recorre desde Francia e Inglaterra a Grecia, Túnez y otros países árabes.
Los cambios que se proponen en Cuba, dada su enormidad, exigían su gestación o confrontación desde la base para crear un gran consenso nacional mediante la profundización y extensión del debate que ha tenido lugar en los dos últimos años, de modo que desde antes del VI congreso ya se vislumbran las definiciones principales. No es objeto de este trabajo refutar las viles calumnias cocidas en el horno del imperialismo contra este proceso, aunque sí constatar que expresan su frustración ante la capacidad de la revolución de reinventarse a sí misma para pervivir y radicalizarse aún en los momentos más difíciles.
Una mayor democratización de la sociedad debe ser uno de los saldos alentadores de los cambios pues además del clima de parlamento social que vive la isla desde julio de 2008, la proyectada descentralización concederá autonomía creciente a empresas, municipios y provincias en la medida que se creen y redistribuyan más riquezas y fragüen los experimentos que con ese fin se desarrollan en las nuevas provincias de Mayabeque y Artemisa. Ello creará condiciones mucho más propicias para el desarrollo de las decisiones colectivas y la lucha contra el “secretismo” a que ha llamado Raúl. El secretismo, según explicó, está ligado al deseo de la burocracia de esconder sus errores y deficiencias, argumentando que no se publiquen porque pueden “servir al enemigo”, actitud que censuró duramente. El presidente fue muy claro al referirse a que mayor será la unidad del pueblo si “se aplican métodos absolutamente democráticos en todo el desenvolvimiento político de la nación”, desde un núcleo del partido hasta la Asamblea Nacional. Es evidente que los medios cubanos de difusión masiva están llamados a acompañar con novedosas y audaces iniciativas esta lucha crucial por dar la mayor transparencia a la gestión estatal y partidista.
En resumen, lo que se desarrolla en Cuba es una gran cruzada de rectificación general de errores, supresión de prohibiciones absurdas y erradicación de concepciones equivocadas o superadas por las circunstancias, que frenan el desarrollo de las fuerzas productivas. Se afinan los órganos de puntería para batir los obstáculos que impiden la aplicación del principio socialista de distribución, expresado principalmente en el salario, palanca sin la que es imposible conseguir aquel desarrollo. A la vez, existe la voluntad política de no dejar a nadie abandonado a su suerte, creando redes de asistencia social capaces de apoyar a todos los que lo necesiten en el difícil proceso en que cientos de miles de trabajadores deberán reubicarse en actividades distintas a las que hoy realizan.
Nadie dude hacia donde va Cuba, porque es un mandato del pueblo expresado mil veces: va resuelta a preservar el socialismo como “la única garantía para ser libres e independientes”.
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