En América Latina, hoy, tenemos una preocupación constante por pensar con cabeza propia a partir de nuestras propias y variadas realidades. En ese contexto, han empezado a despuntar ideas que permiten ir perfilando, poco a poco, el rostro de ese socialismo nuevo que ahora queremos.
Rafael Cuevas Molina /Presidente AUNA-Costa Rica
Tiene sentido hablar de un Socialismo del Siglo XXI solamente en la medida en que sea un socialismo distinto al del siglo XX. Porque si no, ¿por qué no llamarlo “socialismo” a secas?
Pero, ¿por qué es necesario un socialismo diferente al del siglo XX? En nuestra opinión, en primer lugar porque uno de los rasgos que caracterizaron la dinámica de la lucha y la construcción del socialismo en el siglo XX en América Latina fue el seguidismo de la experiencia soviética y el pensamiento oficial derivado de ella. Dentro de esa dinámica hubo excepciones, luzasos explosivos como aquellos que se expresaron en la Primera y Segunda Declaración de la Habana, en el pensamiento del Che, en sus discursos que sacudieron a la juventud latinoamericana de los años 60.
Esta actitud seguidista nos alejó de nosotros mismos, de nuestras tradiciones, de nuestro pensamiento, de lo que somos y hemos sido. Acostumbrados estructuralmente a la modorra y la comodidad de la imitación, pensamientos como el del peruano José Carlos Mariátegui fueron catalogados de herejes.
Otro enorme problema fue el sectarismo. Este no puede nacer sino de la inseguridad en las ideas propias, de la ignorancia, de la estrechez de miras. En aras de una supuesta pureza ideológica quedaron fuera ideas brillantes expresadas algunas veces desde espacios no necesariamente socialistas, ni siquiera progresistas, pero que tenían riqueza de contenido que perfectamente podían florecer en el pensamiento y la acción socialistas. Estas provenían y provienen de muy diversos ámbitos, pero pueden ser “cazadas” conceptualmente e incorporadas a un discurso con sentido revolucionario. El pensamiento cristiano no-institucional, es uno de ellos, y la Teología de la Liberación su expresión más concreta y elocuente. La forma como esta teología entiende el reino de Dios en la Tierra, ¿no es acaso una de las posibles formas que puede asumir el proyecto socialista? La cosmovisión de los diferentes pueblos indígenas de Nuestra América, su forma de relacionarse con su medio ambiente es otro.
Desde la izquierda institucionalizada fue difícil sentir que esos espacios de prácticas y pensamientos pudieran aportar al pensamiento socialista. Y si hubo aproximaciones, muchas veces fueron de orden “táctico” en el marco de los procesos políticos apremiantes que los necesitaban como aliados. Esto sucedió en Centroamérica, por ejemplo, cuando los cristianos aportaron militantes y entusiasmo en las guerras insurgentes de los años 70 y 80.
Hoy hay una actitud diferente. Seguramente en esto ha tenido influencia el haber quedado, como dijo Eduardo Galeano, como niños perdidos en la tormenta, después del derrumbe del “socialismo real” en la Europa del Este. También la emergencia de nuevos actores sociales, algunos de ellos provenientes de otras tradiciones políticas que no son necesariamente las de las organizaciones de izquierda de décadas pasadas.
De ahí que haya una preocupación constante por pensar con cabeza propia a partir de nuestras propias y variadas realidades. En ese contexto, han empezado a despuntar ideas que permiten ir perfilando, poco a poco, el rostro de ese socialismo que ahora queremos.
En primer lugar, queremos que sea participativo, abierto a las ideas y necesidades de todos. Creativo y dinámico, ajeno a las burocracias; transparente, diáfano, sin dobleces. Dialogante, comunicativo y educativo.
En segundo lugar, que apunte a nuevas formas de desarrollo, en donde el ser humano sea el centro indiscutible de los objetivos que persiga. Como dicen los bolivianos, un desarrollo que construya “el buen vivir”.
En tercer lugar un socialismo en el que los de arriba respondan a los de abajo, un socialismo en el que “se mande obedeciendo”, como dice Evo Morales.
He aquí tres ideas importantes que nacen de nuestras prácticas políticas, del pensamiento de los habitantes primigenios de estas tierras.
Son, por el momento, ideas, que empiezan a bosquejarse pero que deben ser pensadas, trabajadas, integradas en un universo más amplio de otras ideas, conceptos y categorías que respondan a nuestra realidad y nuestra historia.
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